Hábitos saludables como una correcta alimentación, hacer ejercicio, dormir lo suficiente y evitar el estrés pueden significar diez años más de vida. Sin embargo, de acuerdo con expertos, la desigualdad social impacta negativamente en la posibilidad de las personas para tener estos hábitos.
La seguridad alimentaria significa que una persona pueda tener una dieta o plan de alimentación, con todos los nutrientes que necesita, acorde con su edad o actividad física. Ana Bertha Pérez Lizaur, maestra en ciencias de la salud y nutricionista certificada por el Colegio Mexicano de Nutriólogos, indica que alrededor del 48 o 49 por ciento de la población en México padece inseguridad alimentaria de leve a moderada.
De acuerdo con la experta, se debe tener en cuenta la condición de clase social y las dinámicas laborales para entender por qué puede ser realmente complicado procurarse una dieta correcta y saludable.
Cuenta al respecto: “Un empleado que pasa tres horas en el tránsito, además de su jornada laboral, tendría que llegar a casa a preparar los alimentos. De ahí que mucha gente, en lugar de los alimentos saludables o naturales, prefiera aquellos ultraprocesados”.
Además, la nutrióloga agrega que la industria de los alimentos ha modificado el gusto de las personas hacia lo dulce y el contenido de grasas. Esto y otros factores como tiempo, economía, accesibilidad provocan que las personas sean más susceptibles a consumir alimentos procesados.
Explica: “Si regresamos a nuestra cultura mexicana, en donde se consume una buena cantidad de maíz, frijol, arroz y ciertas verduras, en realidad podríamos tener una alimentación correcta. Sucede que la industria ha metido alimentos muy ricos en grasas y azúcares, con lo que ha cambiado la cultura alimenticia de los mexicanos”.
BAJAR DE PESO, UN PRIVILEGIO DE CLASE
México es superado solo por Estados Unidos en el índice de mayor población con sobrepeso y obesidad. En 2019, más de 260,000 muertes fueron a causa de la obesidad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estima que, como consecuencia del sobrepeso y las enfermedades relacionadas, la vida promedio de la población mexicana se reducirá 4.2 años.
La estrategia gubernamental se ha basado primordialmente en campañas sobre educación alimentaria y promoción de actividad física. Sin embargo, el experto nutricionista Luis Ortiz Hernández, doctor en salud pública y profesor investigador en el Departamento de Atención a la Salud de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, menciona que estas tácticas públicas son insuficientes.
“Hay una creencia generalizada de que las personas con obesidad tienen el peso que tienen porque no quieren cuidarse. Y esas campañas que se centran en las conductas de las personas refuerzan las ideas de que, si una persona con obesidad quisiera, podría cambiar su alimentación y perder peso. Sin embargo, la evidencia científica demuestra que esto no ocurre así. Esas políticas reafirman ese tipo de prejuicios”, menciona el experto.
Ortiz Hernández añade que la desigualdad incide en la posibilidad de realizar actividad física. Pone como ejemplo los tiempos de traslado en el transporte público, el cansancio y la inseguridad. Si se reside en lugares con altos índices de delincuencia no hay incentivos para la realización de actividades deportivas al aire libre.
De hecho, el profesor investigador de la UAM especifica que estas estrategias de campañas de solo difusión han beneficiado más a las personas con mayores recursos.
Explica al respecto: “Estamos analizando datos de la Encuesta Nacional de Nutrición sobre cómo ha cambiado la frecuencia de personas que pierden peso cuando tienen obesidad. Comparamos 2006 con 2018 y el porcentaje de estas personas es muy bajo, de menos del 5 por ciento.
“Mientras, en las personas con mayor educación o mayores ingresos, ese porcentaje ha subido a 10 por ciento. Entonces, quien más se beneficia de estas campañas que presionan para cambiar los hábitos son las personas que tienen más escolaridad y recursos. En ese sentido, refuerzan la desigualdad”.
PROPUESTAS PARA MEJORAR LA ALIMENTACIÓN EN MÉXICO
La maestra en ciencias de la salud Pérez Lizaur menciona que encuentra adecuado poner impuestos a los alimentos ultraprocesados. Como medidas complementarias, propone que se incluya el comedor como parte fundamental de los derechos laborales.
“Lo adecuado sería que las personas pudieran acceder a un menú de correcta alimentación dentro de su empresa. O, en caso de salir a comer, que se les dieran vales para consumir en cocinas económicas y que lográramos que estas cocinas fueran certificadas”.
La experta relata que presionar a la industria de alimentos es un paso necesario y crucial: “Pedirle a la industria que en un lapso de cinco años la cantidad de azúcar, grasa y sal de productos disminuya, al menos, un 15 por ciento. Eso incidiría en la cantidad de energía y en el sobrepeso y la obesidad de los mexicanos”.
Como medidas complementarias menciona la importancia de retirar los alimentos ultraprocesados de escuelas, así como de las inmediaciones de estas. Al mismo tiempo, subsidiar y poner precios máximos a ciertos alimentos básicos.
Por su parte, el doctor en salud pública Ortiz Hernández complementa con la importancia del mejoramiento de las condiciones laborales y salariales.
“Las políticas que limitan el outsourcing son medidas acertadas porque garantizan que el ingreso de las personas vaya aumentando. También el incremento del salario mínimo es una política beneficiosa. Y, en general, políticas encaminadas a que la mayoría de la gente tenga un salario más alto les permitirá adquirir una dieta más saludable o tener acceso a escuelas de deporte”.
El experto de la UAM Xochimilco concluye que la construcción de áreas verdes, así como el fortalecimiento del transporte público, son medidas que ayudarán al aumento de la actividad física.
ESTRÉS Y SALUD MENTAL, EXACERBADOS POR LA DESIGUALDAD
Ortiz Hernández añade que la insatisfacción de necesidades por un bajo ingreso puede convertirse en uno de los mayores factores de estrés y deteriorar la salud mental. Además, el estigma social también puede significar estar sujeto a un estrés constante.
“En el tema específico de la salud mental, además de la cuestión económica, creo que es muy importante subrayar que el ser pobre también se asocia con un estigma”, explica.
“El hecho de no tener muchos recursos implica vivir sabiendo que no tienes acceso a muchas cosas y que otras personas pueden maltratarte, incluso únicamente a partir de tu apariencia física”, dice el experto.
El nutricionista también indica que el acceso a los servicios de salud mental públicos es muy raquítico en nuestro país. Por ello, las personas tienen que pagar por estos servicios, lo que se convierte en un filtro de clase social para gozar de estos.
EL COVID-19 MATA A LOS MÁS POBRES
Constantemente, organismos internacionales y nacionales de salud señalan que las personas con alguna comorbilidad están en más riesgo de que se agrave su condición al contraer covid-19. A ese respecto, Ortiz Hernández dice que debe agregarse la condición social e incluso la etnicidad.
De acuerdo con un artículo firmado por Ortiz Hernández y Miguel A. Pérez-Sastré, “Inequidades sociales en la progresión de la covid-19 en población mexicana“, publicado en la Revista Panamericana de Salud Pública, tanto ser indígena como vivir en la región sur se relacionan con la gravedad del covid-19. Estas disparidades basadas en la localización geográfica y la etnicidad están íntimamente vinculadas con la desigualdad socioeconómica.
En la región sur existen las tasas más altas de pobreza y se concentra la mayor población indígena. Vivir en la región más empobrecida del país puede implicar un efecto que es independiente a otros factores, por ejemplo, a través de la menor disponibilidad de servicios médicos de calidad.
Acerca de este esfuerzo sobre conocer las condiciones que inciden en la gravedad por covid-19, Ortiz Hernández relata:
“El año pasado analizamos los datos de la Secretaría de Salud para demostrar que, primero, las personas que presentaban formas más severas de esta enfermedad eran los que vivían en municipios más pobres.
“Lo que observamos fue que en contextos de pobreza es donde viven más personas con obesidad”, concluye. “Eso demuestra que el hecho de pesar mucho o no hacer actividad física está muy relacionado con las condiciones en las que vives”.
Publicado en cooperación con Newsweek México