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Los secretos de Progozhin: una historia de delito, mafia, negocios y guerra
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Los secretos de Progozhin: una historia de delito, mafia, negocios y guerra

Por Salvador Casanova (*), para Newsweek en Español

El jueves 24 de agosto, los medios estaban pendientes del video-discurso del presidente de Rusia, Vladimir Putin, en la cumbre de los países BRIC. La prensa rusa había anunciado, como noticia de última hora, la muerte de Yevgeny Prigozhin, el comandante de las fuerzas mercenarias Wagner. La noticia fue escueta, no tuvo el espacio que este personaje ameritaba.

Putin se refirió al hecho en una parte de su discurso: “Conozco a Prigozhin desde hace mucho tiempo, desde principios de los 90… Era una persona con un destino complicado, y cometió graves errores en la vida, pero también buscó lograr los resultados necesarios”.

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Así, dejando implícito que su insurrección lo había condenado a morir, resumió el presunto asesinato de quien fuera su amigo, su socio, y quien, arrebatado por la ira, sacudió la estructura del Kremlin y puso en duda la autoridad de Putin en medio del conflicto bélico entre Ucrania y Rusia.

La suerte de Yevgeny Prigozhin quedó echada cuando avanzó con sus fuerzas desde Ucrania hacia Moscú tomando la ciudad de Rostov del Don, que es capital de la región rusa de Rostov.

En el camino hacia Moscú, Prigozhin conversó con el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, quien le comunicó la serie de prebendas que Putin le otorgaba para aplacar la situación.

Prigozhin salió convencido de que regresaba la calma, pero pecó de ingenuo, pues pasó por alto una regla fundamental de las mafias: la traición se paga con la muerte.

MÁS DE TRES DÉCADAS

La historia de estos dos personajes data de 1990. Por ese entonces Vladimir Putin conoció a Yevgeny Prigozhin. Ambos eran originarios de Leningrado. El segundo creció en los barrios más conflictivos de esta ciudad, donde se desempeñaba como delincuente de baja estofa. Un día se le ocurrió robarle unos aretes a una mujer, y para quitárselos sin que las prendas sufrieran menoscabo, tuvo la genial idea de asfixiarla. El hampón estranguló con sus manitas a la señora y, cuando la rusa perdió el sentido, con cuidado le quitó los aretes y salió a escape.

Con lo que Yevgeny no contó fue con que la señora no estaba muerta, sino desmayada. De modo que la ciudadana rusa levantó una denuncia, y el buen Yevgeny acabó en una prisión soviética.

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Cuando recuperó su libertad habían pasado nueve años y la cárcel de la que salió ya no pertenecía a la Federación Soviética, pues la URSS se había desmantelado. Ahora Leningrado se Llamaba San Petersburgo, pertenecía a Rusia, y las reglas del juego habían cambiado. Leningrado, antes de ser Leningrado, también se llamaba San Petersburgo; pero esa es otra historia.

El cambio, en un principio, produjo un descontrol natural. El vacío de poder que se generó lo llenó de inmediato la mafia. De modo que nuestro preso salió a un lugar donde, lo suyo, lo suyo, es decir, la actividad criminal, estaba en boga.

En el tambo, nuestro juvenil hampón había aprendido a conducirse. Supo que, si bien a veces había que sustraer para surtir, resultaba más lucrativo surtir que sustraer. Lo primero que se requería era conseguir un centro de operaciones. Así, Yevgeny se hizo de un carrito de hot dogs donde, además de surtir salchichas, ofrecía el amplio catálogo de bienes y servicios del bajo mundo ruso.

LOS FLORECIENTES NEGOCIOS DE PRIGOZHIN

La mafia poco a poco fue controlada por los exagentes de la KGB, que ahora tenían puestos políticos, y el lucrativo negocio, administrado con reglas claras, floreció. Prigozhin juntó un capital y abrió un restaurante al que llamó La Nueva Aduana. La comida era buena y el lugar era frecuentado por los jefes mafiosos; además, el alcalde de San Petersburgo asistía con frecuencia. Vladimir Putin era su asistente, lo acompañaba, y ahí conoció a Prigozhin.

Ambos eran crueles, leales y perversamente creativos. Así, la relación entre ellos se fue cerrando. La confianza de Vladimir hacia Yevgeny se acrecentó al punto en que Prigozhin era quien supervisaba los alimentos que tomaba Putin para evitar que lo envenenaran.

Yevgeny Prigozhin (REUTERS/Yulia Morozova)

Con esto, todos los banquetes de Putin eran atendidos por Prigozhin. Luego sirvió las comidas de las escuelas, luego las del ejército, y su empresa se convirtió en un emporio alimenticio. Con este reunió una fortuna nada despreciable, pero lo que lo catapultó como uno de los grandes oligarcas rusos fue el negocio de la guerra.

Cuando se presentó el conflicto de Crimea, Putin requirió una fuerza destructora que fuera independiente del ejército ruso, y le pidió a su contlapache, Prigozhin, que reclutara de entre los presos rusos una caterva de asesinos a quienes la piedad y los escrúpulos les fueran ajenos. Para hacerlo le recomendó contratar a un teniente del servicio secreto: Dimitri Utkin.

Dimitri era un supremacista blanco admirador de Hitler, tanto así que tenía tatuada la región de las clavículas con los símbolos nazis. Entre ambos reclutaron 2,000 elementos con pedigrí de asesinos, los entrenaron y les dieron armas sofisticadas.

LA SINIESTRA FAMA DEL GRUPO WAGNER

El ejército de Prigozhin entró como avanzada primero a Crimea y luego al Dombás, donde hicieron destrozos. El éxito de sus incursiones acreditó al grupo. Las fuerzas adoptaron el nombre de Wagner y fueron utilizadas en múltiples conflictos.

Su eficiencia en el combate les creó una fama siniestra. Prigozhin era la cabeza, pero lo negaba y mantenía un bajo perfil. Su éxito tenía profundamente satisfecho a Putin, que autorizó aumentar sus efectivos hasta contar con 50,000 elementos. Y ahí fue donde la puerca torció el rabo, pues 50,000 mercenarios de élite no los tenía ni el ejército ruso.

Yevgeny Prigozhin (REUTERS/Yulia Morozova)

Luego Prigozhin fundó la Agencia de Investigación en Internet. Fiel a su línea de trabajo, reunió un equipo de ciberhampones que entre sus muchas actividades hackeaban cuentas y tergiversaban la información para manipular a la opinión pública.

El comandante de Wagner se familiarizó con las redes sociales, y comenzó a utilizarlas vanagloriándose de los éxitos del grupo. Con esto Wagner salió del underground, y Yevgeny se convirtió en influencer.

Las fechorías del grupo Wagner se revistieron como actos heroicos rusos, sus victorias se festejaron en las redes y, además, a Yevgeny se le hizo fácil burlarse de los errores militares rusos en la guerra de Ucrania exhibiendo al grupo de generales como palurdos irredimibles.

Esto sacó de sus casillas al ministro de defensa Serguéi Shoigú, quien acordó con Putin que las fuerzas Wagner se integrasen al ejército ruso. Esto le quitaba el control a Prigozhin, que se opuso vehementemente.

PUTIN YA NO SOPORTABA A PRIGOZHIN

A Putin lo afectaba la popularidad de Wagner, pues el grupo se había concebido para hacer, por debajo de la mesa, el trabajo sucio de Rusia. Y como Prigozhin se había convertido en rock star, el prestigio de Putin se vio innegablemente ligado a las tropelías de sus mercenarios. Esto lo comprometía internacionalmente.

Putin trató de disuadir a su otrora hombre de confianza por varios métodos. Sin embargo, el antiguo socio de proceder discreto estaba instalado en el estrellato y no quería bajarse de ahí. De modo que Putin autorizó al ejército a bombardear la retaguardia del grupo. Con esto, Yevgeny se injertó en pantera, y ordenó a sus mercenarios dar media vuelta y avanzar hacia Moscú con la intención de invadir la plaza y poner a Putin y a Shoigú en su lugar.

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Los mercenarios marcharon hacia Moscú. Al llegar a la capital de Rostov el pueblo los recibió jubiloso. Prigozhin era un ídolo popular. La plaza no estaba protegida y otro tanto sucedía con Moscú. Putin al ver la clase de crisis política y militar que se le venía encima le pidió a Lukashenko que calmara al orate de Prigozhin.

El presidente bielorruso entró al quite y logró convencer a Prigozhin de que detuviera a su ejército. Pero la afrenta al hombre fuerte de Rusia quedó ahí, y la imagen de Putin en el imaginario colectivo ruso se deslavó.

Putin hizo una serie de promesas. Así ganó tiempo y orquestó su respuesta. Prigozhin supuso que había triunfado, aunque en realidad había firmado su sentencia de muerte.

LA VENGANZA

Putin, pacientemente, articuló la venganza. La tarde del miércoles 23 de agosto, Prigozhin y Dimitri Urkin, los principales comandantes de Wagner, acompañados por su jefe de seguridad y otros cuatro oficiales abordaron un avión que iba a San Petersburgo.

Los servicios secretos internacionales, al ver los videos, han concluido que una bomba fue plantada en este avión y su estallido fue la causa del desplome del artefacto. La afrenta estaba vengada y el prestigio de Putin reestablecido, pero la estructura bélica del Kremlin muestra grietas y el destino de Wagner se ha convertido en un problema para Putin.

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Wagner mantiene la presencia rusa en once países africanos. Esto lo hacía con una mediana discreción y sin relacionarse directamente con Rusia, pero ahora todo el mundo sabe que Wagner es uno de los brazos armados del Kremlin. No sería sensato disolverlo, pues se dejarían sueltos 50,000 criminales con entrenamiento de élite en países donde hay intereses rusos. Se les pueden asignar nuevos comandantes, pero que estos logren un control de las fuerzas rápida y eficientemente no es fácil.

Otra solución es asimilarlos al ejército, pero no son soldados que se plieguen a la disciplina castrense tradicional, y si Putin lo hace puede salirle más caro el caldo que las albóndigas.

Los próximos días veremos cómo se resuelven los daños colaterales que la insurrección y muerte de Yevgeny Prigozhin han creado en la estructura bélica y política rusa. Europa y el mundo estarán expectantes, pues estos sin lugar a dudas repercutirán en el conflicto bélico de Ucrania.

VAGÓN DE CABÚS

Finalmente, en México se han resuelto las candidaturas presidenciales de la oposición y de Morena. La primera de ellas la tiene Xóchitl Gálvez y, la segunda, desde hace tiempo es claramente Claudia Sheinbaum.

En la tradición priista que se intenta revivir, a partir de que se definía el candidato, el poder del presidente se diluía aceleradamente, aunque su control del ejército se mantenía hasta el último minuto de su mandato.

Con un ejército desmedidamente poderoso hay un cambio sustancial en las variables de poder. La lucha se comienza a perfilar y, en este gobierno, la regla principal es que no hay reglas.

Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.

Publicado en cooperación con Newsweek en Español

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