La inesperada y fugaz toma de Damasco por las fuerzas opositoras suníes marcó un giro trascendental en la historia contemporánea de Medio Oriente. Este evento, que nadie había previsto, redefine el equilibrio de poder en una región convulsionada por conflictos y rivalidades.
El régimen de Bashar al-Assad, que había soportado más de una década de insurgencia, guerra civil y sanciones internacionales, colapsó en un tiempo sorprendentemente breve. Este desenlace abrupto deja al país en un limbo político, con retos enormes para cualquier intento de reconstrucción.
El avance de las fuerzas opositoras, logrado sin enfrentamientos significativos, generó un fuerte sacudón a las potencias de la región, que ahora buscan comprender el impacto de este cambio en el tablero geopolítico. Este vacío de poder presenta incógnitas tanto para Siria como para los actores internacionales interesados en su destino.
Siria se encuentra ahora fragmentada en tres grandes bloques. La oposición, encabezada por Hayat Tahrir al-Sham y respaldada por Turquía, controla extensas zonas desde la frontera turca hasta Jordania. Los kurdos, apoyados por Estados Unidos, dominan el noreste, mientras que las fuerzas alauitas pro-Assad permanecen atrincheradas en la costa occidental, sostenidas por Irán y Hezbollah.
Esta división territorial, marcada por intereses externos y tensiones étnicas, complica la posibilidad de alcanzar la estabilidad. Las profundas diferencias entre estos grupos, combinadas con la falta de un mediador imparcial, auguran un escenario prolongado de conflictos internos y fragmentación.
Las repercusiones de este cambio se extienden más allá de Siria. Turquía busca ampliar su influencia en el norte, mientras que Israel ve una oportunidad para debilitar el “eje de resistencia” encabezado por Irán y Hezbollah. Entretanto, Irán enfrenta un golpe significativo a su red de aliados, lo que podría alterar su estrategia en la región.
Finalmente, la fragmentación de Siria agrava los desafíos humanitarios y políticos en sus países vecinos. Desde el aumento de refugiados en Turquía hasta la inestabilidad en Líbano e Irak, la caída de al-Assad podría desencadenar una nueva ola de tensiones que afecten a toda la región. Aunque la desaparición del régimen ha sido celebrada por muchos, los retos para construir un futuro más prometedor están lejos de ser resueltos.