Los franceses de 13 regiones irán mañana a las urnas para elegir a sus autoridades, en comicios que pueden constituir una señal para las elecciones presidenciales de abril de 2022 y que podrían darle por primera vez un Gobierno local a la extrema derecha.
Será la primera vuelta en esas 13 regiones, y con un aplazo de tres meses, porque la compulsa debía hacerse en marzo pero fue postergada por la pandemia de la Covid-19.
Las elecciones regionales no suelen despertar un interés extremo en el país, al punto que en 2010 y 2015 más de uno de cada dos ciudadanos no ejerció su derecho a votar.
La jornada encierra, sí, un punto de atracción de cara al 2022: comprobar si los candidatos de la extremista Agrupación Nacional (AN) -ex Frente Nacional, FN- cumplen las buenas actuaciones que predijeron las encuestas.
Varios sondeos anticiparon que el partido que a nivel nacional encabeza Marine Le Pen puede quedarse con alguna de las administraciones regionales o, como mínimo, acceder a una segunda vuelta, si fuera necesaria, prevista para una semana después el domingo 27.
«Para Marine Le Pen, ganar una región desencadenaría una dinámica en la campaña pre-presidencial», evaluó el director del departamento de opinión de Ipsos, Stéphane Zumsteeg.
La chance tampoco es sencilla, porque AN salió primera en seis regiones en las últimas elecciones, pero no ganó ninguna en el balotaje.
En el caso de La República en Marcha (LREM), el partido del presidente Emmanuel Macron, no existía en las regionales de 2015 y no presenta candidatos salientes, por lo que debería apostar a alianzas para eventuales segundas vueltas.
La campaña puso de manifiesto las profundas fracturas del partido de derecha Los Republicanos, que ostenta la mayoría de las regiones.
AN aparece con buenas posibilidades en una de las provincias más importantes del país, Provenza Alpes Costa Azul (PACA), que suma 5 millones de habitantes e incluye ciudades clave como Marsella o Niza.
Ahí, el ultraderechista Thierry Mariani podría ganar en la segunda vuelta y desbancar al actual presidente, el conservador Renaud Muselier, que aspira a la reelección.
Los sondeos mostraron también el avance de la ultraderecha en la región de Borgoña-Franco Condado, de casi 3 millones de habitantes y cuya principal ciudad es Dijon, y en Centro-Valle del Loira, de 2,5 millones y con Orléans como centro de relevancia.
La región del Grand-Est, con 5,5 millones de habitantes y cuya capital es la cosmopolita Estrasburgo, es uno de los feudos de la ultraderecha desde hace años.
La izquierda, en tanto, aparece dividida entre ecologistas, socialistas e Insumisos (partido de izquierda radical).
En las regionales, el sistema a dos vueltas permite a una lista que saque más del 50% ahorrarse el balotaje, pero si ninguna llega a ese porcentaje mayoritario todas las nóminas con más de un 10% pueden disputar el definitivo segundo turno.
La perspectiva de que la ultraderecha pueda gobernar alguna región parece aterrar al Gobierno, por alguna razón más fuerte que el hecho de Le Pen quedaría a la sombra de Macron para el 2002. El ministro del Interior, Gérald Daramanin, llegó a afirmar que esa victoria imprimiría a las regiones una «marca satánica».
En 2015, el tradicional «frente republicano» contra la ultraderecha empujó a varios de los partidos mayoritarios a retirar sus candidatos de la segunda vuelta para bloquear las victorias de los nacionales, pero este año el panorama parece ser distinto.
Las pulseadas regionales suelen tener poca participación, y los sondeos de opinión predicen que será especialmente baja este domingo.
Según un sondeo de IFOP, el 54% de los votantes inscriptos planea abstenerse en la primera vuelta, frente al 49,91% de 2015. La participación aparece como un factor clave para configurar el resultado de estas elecciones.