Por Manuel Zunino (*)
Los espacios vacíos tienden a ocuparse y los ágiles tienen más posibilidades que los fuertes de sacar ventaja. Estas dos premisas se cumplieron el 13-A. Un ligero Milei, corriendo desde atrás, le ganó de mano a las toscas estructuras de las coaliciones.
La sorpresa que generó el resultado, incluso en el propio equipo del candidato, descolocó a todos los jugadores y nuevamente el más rápido en reponerse fue él, mientras Massa -sin tiempo que perder- se aferró al timón en plena tormenta y Bullrich errante aún busca su lugar de cara al triangular que se viene.
Desde la noche de su triunfo Milei eligió como destinatario principal de sus discursos al votante duro de Juntos por el Cambio. Se autodefinió como el vehículo para terminar con el kirchnerismo, coqueteó con Macri y afirmó que Bullrich es su segunda marca.
Luego, en una jugada “al fleje” atacó al oficialismo en sus valores más fuertes, apelando como símbolo al Conicet. Corría el riesgo de errar ya que sus propuestas en ciencia, educación y salud generan dudas en sus propios votantes, pero logró meter en el fondo del campo al oficialismo y dejarlo ensayando movimientos únicamente defensivos.
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Si miramos unas semanas atrás, podemos detectar que lo sorpresivo de su victoria en las PASO no indica una situación azarosa. Los comentarios del periodismo, los consultores, y el resto de la política no le hacían daño. Al contrario, el ataque de lo que denominó “la casta” lo fortalece. Su problema no es lo que digan de él, sino hasta qué punto extremo puede llegar con sus proposiciones e ideas. Por eso, en un movimiento táctico definitorio, su compostura se activó el 24 de junio con el inicio de la campaña.
Desde ese día se concentró en tres cosas: hablar de economía, intentar demostrar que no es un improvisado (“plataforma” y “división de tareas”) y defenderse con timing de los intentos de embestida (denuncias, historias sobre su vida privada, analistas que pronosticaban su caída, etc.).
Ocupó un espacio vacío. Aprovechó el contexto (recuerdo oscuro del gobierno anterior y presente tormentoso) y pudo expresar con mayor precisión que Juntos por el Cambio la pulsión del votante opositor. Mientras Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, competían por ofrecer una idea desgastada de orden proyectada como represión, Milei se apropió de un valor positivo, la libertad.
Fue más determinante la experiencia que las ideas. Lo concreto y lo cotidiano primaron sobre lo ideológico. Es cierto que el voto de Milei es contradictorio, que la mayoría de sus votantes no se autoperciben de derecha, que desconocen una buena parte de sus propuestas o que incluso no acuerdan con varias de ellas. Más que movilizar con sus ideas cataliza la insatisfacción con un sistema que no da respuesta a problemas relacionados principalmente con el vínculo ingresos/costo de vida y, a diferencia del resto, propone una salida.
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Entre tanta desconexión conectó. Quien vea en sus votantes pura bronca se equivoca. Mientras las dos coaliciones acusaban al electorado de haber caído en la apatía, buscó encarnar el ánimo social. En una primera etapa ganó la atención desde el descontento, representando la figura del verdugo (que cuanto más “loco” más eficiente y brutal en su cometido), pero más tarde logró adherir narrativamente una meta relacionada con la posibilidad de un futuro (incierto) pero potencialmente mejor.
Generó épica y entusiasmo colectivo. En contextos en que el voto se siente más de lo que se piensa, fue quizás el único que planteó la campaña como una experiencia atractiva para sus votantes. Invitó a dar una batalla, y conformó un nosotros (aunque difuso, inestable, blando, transitorio) frente a “los privilegios de la casta” y los congregó en busca de una hazaña.
Ahora bien, como todo producto del marketing electoral centrado en la hiper-personalización, su velocidad de generación tiende a la vez a acelerar su ocaso. Sus votantes piensan que “sabe de lo que habla” y que es “distinto” (antes que nuevo). Pero no tienen total confianza en que pueda cumplir su promesa, y si llega serán los primeros en exigir resultados positivos concretos. En una sociedad con muchos problemas y poca paciencia, ¿cuánto tiempo tiene hasta empezar a ser considerado un integrante más de la casta?
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Eso en el terreno prospectivo de las hipótesis. Ahora, hasta el momento, Milei no enardeció con su victoria y la sorpresa -de la sorpresa- es que se muestra como el más cuerdo de todos. Mientras tanto, sus adversarios andan diciendo: “Ojo, es peor que nosotros”. Salí de ahí maravilla, si no querés que te noqueen en el próximo round.
(*) Sociólogo y director asociado de Proyección Consultores