Por Lalo Zanoni
ChatGPT es la aplicación de consumo con más rápida adopción de la historia: llegó a 100 millones de usuarios activos en apenas dos meses. Se lanzó el 30 de noviembre de 2022.
Su impresionante irrupción en la vida diaria y laboral de las personas no permite frenar para analizar la influencia que tiene (y sobre todo, que puede tener) en distintos ámbitos. Uno de ellos es el de la educación. ChatGPT es visto como una amenaza para el sistema educativo y no son pocos los especialistas que vaticinan una suerte de apocalipsis en las escuelas y universidades.
Una de las preguntas centrales es: si los alumnos pueden obtener de ChatGPT casi cualquier insumo de texto solo tipeando el promt correcto, ¿cuál será el rol y el lugar de los profesores? ¿Qué deberán enseñar? ¿Cómo será el aprendizaje y el pensamiento crítico dentro de un aula en medio de una era donde dominará el copy paste? ¿Se podrá usar ChatGPT en los exámenes y en las evaluaciones? ¿Sirve seguir estudiando de memoria fechas y nombres para aprender a pensar en esta época donde el dato es un commodity?
El debate está abierto.
Los educadores que dudan de permitir usar este tipo de nuevas tecnologías en las aulas, explican que, entre otros argumentos, están las distintas realidades socioeconómicas de los alumnos. La brecha social entre ricos y pobres. Y esto se traslada a la brecha educacional, dada fundamentalmente por aquellos alumnos que pueden acceder a Internet y los que no pueden conectarse.
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Hoy, esa diferencia es crucial y la analogía entre un chico conectado y otro que no lo está, es comparable a saber o no leer y escribir. Mayor conectividad es más inclusión. Menos, es igual al analfabetismo digital. ChatGPT contribuiría a ampliar esa brecha. ¿O en realidad solo la expone?
La realidad cambió en la educación. Ya no es lo mismo ir a la escuela después de la pandemia que obligó al aprendizaje online. Los alumnos incorporaron las herramientas tecnológicas a su rutina diaria. Esto obliga a reconfigurar varias cuestiones, tanto en los métodos como en los contenidos. La llegada de ChatGPT no es casual.
No es lo ideal competir contra las máquinas pero no queda otra. El desafío de la educación actual es que los alumnos se sientan tan estimulados como para querer hacer el trabajo por ellos mismos y no delegarlos en una PC.
En la vereda opuesta, otros maestros más entusiastas y optimistas, y con algún espíritu emprendedor, no ven en ChatGPT una amenaza seria sino una oportunidad para repensar y rediseñar la manera de aprender. Tratar el chatbot como un alumno más, dentro de la clase, incorporarlo como una herramienta de colaboración creativa que mejora (pero no reemplaza). Como una calculadora, un compás o un pizarrón.
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Tal vez llegó la hora de la educación personalizada. Si cada chico es diferente, ¿tiene sentido que aprendan todos lo mismo? Que los alumnos puedan pensar y razonar de una manera más personal, con argumentos basados en sus propias experiencias y vivencias. Y que de ahí surjan nuevas preguntas, nuevos cuestionamientos. Y otras discusiones.
Y que ChatGPT, y otras herramientas similares que surjan de ahora en más, sea un complemento colaborativo que sirva para mejorar los textos escritos por los alumnos. Y viceversa. Que el mismo bot los ayude a escribir, pensar y razonar más y mejor que el bot.