Pasaron sólo seis meses del Julio catastrófico que empezó con la salida de Martin Guzmán y terminó con una devaluación que llevó al dólar libre a más de 300 pesos y una disparada de la inflación que ni con precios congelados pudo ser domada. Aquella crisis se gatilló por la presión y asedio de Cristina Kirchner y La Cámpora al entonces ministro de Economía. Tensaron la cuerda al máximo y la cuerda se rompió.
Sólo el terror a una crisis inmanejable los hizo aceptar el arribo de Sergio Massa y un ajuste peor que el que planteaba su antecesor. Hoy, en su choque con la Corte Suprema, el kirchnerismo vuelve a poner en peligro la frágil economía por su empecinamiento ideológico y vuelve a usar un conflicto al servicio de la impunidad de Cristina. Sí, el gobierno vuelve a correr riesgo de agravar la crisis económica al incumplir el fallo de la Corte porque pone en duda el sistema. Un presidente con su palabra devaluada no titubea en devaluar también la palabra del estado.
El viernes, el termómetro que marca la fiebre volvió a mostrar signos alarmantes: el blue voló a 340 pesos. En este viaje del crédito al descrédito que significa incumplir una decisión del Máximo Tribunal para sostener un manotazo de caja hay costados ideológicos, electorales y personales de la señora Kirchner detrás. Y lo preocupante es que, otra vez, la jugada pueda provocar un cimbronazo en varias bandas cuando la cuerda es delgada, muy delgada, para sostener un equilibrio mínimo.
¿Quién podía anticipar que comenzaríamos la última semana del año en medio de esta zozobra institucional y económica a horas de una alegría colosal como fue la que desató la copa del mundo? El gobierno que no tuvo ni la confianza de la selección para aceptar festejar en Casa Rosada, prueba correctos a los jugadores con su última y peligrosa afrenta a las instituciones de este 2022, la más grave de todas, porque como dice el politólogo Natalio Botana, puede afectar a la democracia misma en la Argentina. Poner en duda el arbitraje del máximo tribunal, pone en dudas al sistema todo, el mismo sistema que incluye, jueces electorales, por ejemplo, en un año donde vuelve a definirse el sillón presidencial.
Las razones ideológicas y los problemas personales de Cristina Kirchner vuelven a darse la mano en esta deriva autoritaria del gobierno. En el ideario de la señora, la justicia debería estar sujeta al poder político o elegido por los votos. En una república, y en nuestras leyes, la Corte es la que asegura el cumplimiento de la ley más allá de quien tenga el voto mayoritario justamente para evitar la tiranía de las mayorías y asegurar la igualdad.
El modelo que le encantaría a Cristina Kirchner es un modelo chavista, donde el primer paso del poder total fue precisamente copar la Corte. Nada de lo que propone el kirchnerismo en este sentido, es novedoso. Puede encontrarse en cualquier régimen autoritario caribeño. Las razones personales que se entrelazan con ese espíritu hegemónico son las de siempre: sus causas judiciales. Todas, terminan indefectiblemente en la Corte Suprema.
Por eso, toda presión, deslegitimación o daño a la corte o a su independencia, son una estrategia permanente de la vicepresidenta. En estos días, antes de la feria judicial, se esperan, por ejemplo, decisiones que preocupan a Cristina Kirchner en los tribunales. Tienen que ver con el eventual regreso a juicio de dos causas, el pacto con Iran y Hotesur-Los Sauces, donde sus hijos estarían en el banquillo de los acusados. Con el asedio a la Corte, en el caso de la ciudad, Cristina vuelve a poner en riesgo las instituciones y la economía, por sus asuntos legales.
El costado electoral es clarísimo y comenzó en el momento mismo del manotazo a las arcas porteñas en forma arbitraria luego de las protestas de la policía bonaerense. Entonces, ya estaba claro lo abusivo de la medida, pero ahora buscan como sea evitar las consecuencias, porque, además, implica menos dinero para Axel Kicillof en un año electoral.
Si fuera un salón de apuestas, una movida tan riesgosa como incumplir un fallo a la Corte, sería por sus posibles implicancias, como jugarse la casa de la familia para seguir timbeando. Pero ocurre en el contexto de una líder en decadencia que se siente jugada a todo o nada porque acaba de ser condenada por corrupta en su peor momento político, con un gobierno fracasado del que busca despegarse y con un horizonte legal y electoral que se complica aún más.
Por todo esto, a Cristina Kirchner no le importa nada. El salto al vacío institucional de estas horas tiene que ver con eso. La denuncia de incumplimiento a un fallo de la Corte que concreta hoy la Ciudad de Buenos Aires, no tiene precedentes en democracia. El año en que se cumplen 4 décadas del regreso de la democracia empezará no sólo en medio del último año de un gobierno deplorable y de una monumental crisis económica. Ahora, también le sumaron, un grave ataque a las instituciones, aún con final incierto. No tienen paz y no tienen límites.