Por Manuel Zunino (*)
Es probable que este domingo 13 de agosto uno de cada tres argentinos y argentinas en condiciones de votar no concurra a hacerlo (podemos agregar en esa cuenta además a quienes voten en blanco o impugnen).
El ausentismo es uno de los fenómenos que dejó su marca en la mayoría de las elecciones provinciales de los últimos meses, con cifras récord en la baja participación en las PASO en Santa Fe (60%), Chaco (62%) y Mendoza (65%). Sin embargo, algo que asoma con aparente novedad, tiene un antecedente inmediato en las primarias legislativas en agosto de 2021, en las que la participación llegó al 67,7%, la más baja desde la recuperación de la democracia en 1983.
En la actualidad, observamos en los estudios de opinión pública una suerte de procrastinación creciente en una parte del electorado. Un retraso hasta último momento de la decisión de a quién votar, sustituyendo el esfuerzo que implica tomar esa definición con un grado mínimo de información, por otras más urgentes o agradables. Ese letargo, finalmente, puede llegar al extremo de derivar en no participación.
Eso del lado de los electores. Ahora, de parte de los jugadores de la política (candidatos, dirigentes, analistas, sponsors, consultores y periodistas) el debate y la gran pregunta en torno al ausentismo es ¿quién gana o quién pierde con los niveles de participación? ¿A quién le conviene o a quién perjudica? Una pregunta que devela que estamos ante jugadores muy pendientes de lo que pasa al interior del propio campo y poco atentos a las sensaciones y los ruidos de la tribuna, lo que podría constituir en sí misma una de las causas del fenómeno.
Aún más, hay un diagnóstico compartido que es presentado en muchos casos como una tendencia global e irreversible: “la sociedad está desconectada, desinteresada, apática”. Parecieran satisfechos (o impotentes) con cargar la responsabilidad sobre ese otro difícil de descifrar y conformarse con disputar algunos segundos de su atención mediante golpes de efectos, tiktoks y spots descontracturados.
Sin dudas, la forma que adquiere para la política ese sujeto complejo e híbrido que es el electorado se torna definitoria para establecer las estrategias de comunicación. Esa imagen que se construye en simultaneo y de muchas maneras (encuestas, focus groups, análisis, preguntas de periodistas, conversaciones privadas, etc.) tiene como resultado delimitar las agendas políticas, el tono de la discusión, los temas de los que se debe (y puede) debatir y los que no poseen tanta relevancia, así como las palabras y las ideas que se repetirán hasta el cansancio. Hoy, por ejemplo, uno de los grandes ejes es el “orden”.
A grandes rasgos podemos observar que, así como en 2015 predominó la idea que se resumía en “la sociedad quiere un cambio” y en 2019 “la sociedad reclama moderación”, en la actualidad se impuso como señal que “la sociedad se derechizó”.
Al final, ya no importa si la imagen coincide con la realidad, porque está flotando en el aire y los jugadores actúan como si lo fuera. Su eficacia consiste en modelar el juego, definir los marcos de interpretación, acción y decisión, que en cada campaña electoral se activan y son percibidos como aceptables y exitosos.
Respecto al debate sobre la “derechización” recomiendo leer los últimos informes de Pulsar UBA, que dan cuenta de un electorado complejo, paradójico y difícil de encasillar, en el que se combinan giros conservadores con un arraigamiento de principios progresistas y un profundo sentimiento democrático.
Entonces, puede que la sociedad no se haya “derechizado” o que estemos bajo un efecto sinécdoque confundiendo una parte con el todo. Pero la dirigencia termina asumiendo ese encuadre como válido y definiendo en consecuencia su oferta, contenidos y formas para intentar acercarse a un electorado que, para su sorpresa, se distancia cada vez más.
Este juego de espejos que devuelve figuras distorsionadas acaba en una narrativa conservadora y repetitiva por parte de la política, conformismo, gestos de resignación y falta de creatividad para entablar un diálogo y plantear soluciones alternativas, alejando a la ciudadanía de la conversación, reforzando el desinterés y la desmotivación para participar.
En medio de tanta desconexión e incertidumbre solo queda esperar a ver qué sucederá finalmente el domingo. Con una sola certeza: siempre es más fácil analizar la realidad con el diario del lunes.
(*) Manuel Zunino es sociólogo y director de Proyección Consultores