Por Carlos Fara (*)
En una situación de crisis y con un triunfo inédito de un candidato no usual, todo lo que viene será de incertidumbre por largo rato. Habrá un doble aprendizaje veloz: primero de la sociedad respecto a un personaje del que se conoce poco en su forma de proceder real, y segundo, respecto de Milei y su equipo sobre lo que es manejarse en aguas turbulentas.
El sistema político argentino ha quedado más fragmentado que nunca desde 1983, otorgándosele al nuevo mandatario sólo la Presidencia, pero sin control de las cámaras del Congreso y de las gobernaciones, en un país federal. En ese sentido será todo un laboratorio sobre cómo se resuelven las tensiones obvias frente un escenario económico y social explosivo.
En ese marco, conviene ser cauteloso y no proyectar linealmente los aspectos negativos evidentes como los únicos condicionantes. A medida que se lo ve a Milei desempeñarse en el nuevo rol, va creciendo la evidencia de que se debe separar el carácter volcánico de su personalidad con el modo en que toma decisiones. En sus primeros días se nota un marcado giro moderado y pragmático, imprescindible para no cometer errores prematuramente.
El presidente electo quiere que no haya dudas respecto a que su gobierno tenga su sello y haya algunos invitados, pero que de ninguna manera será un cogobierno con Mauricio Macri. Parte del mandato de la ciudadanía –a cualquiera que hubiese ganado- es alejar todo temor a un doble comando para que no se repita la experiencia de Alberto + Cristina.
Dicha impronta traerá tensiones entre Milei y Macri, sobre todo porque para el expresidente algunos temas eran críticos por razones personales, más allá de lo político. En esa lista se debe subrayar el área Justicia, ya que el líder del PRO quería incluir ahí al exministro Germán Garavano, coordinador de las estrategias en sus causas judiciales.
El libertario quizá no sea un jugador de toda la cancha, al estilo Sergio Massa o Néstor Kirchner, que no dejaban área sin monitorear. Se señala que probablemente se focalice en aquellos temas que considere críticos de la gestión, y delegue el resto en gente de confianza. En ese sentido sería un poco más parecido a Carlos Menem, para quien una multiplicidad de ítems estaba por debajo de su radar, y no les prestaba mucha atención en tanto y en cuanto no le trajeras problemas, o no viera una oportunidad para la consolidación de su poder.
Un aspecto no menor es que el nuevo mandatario le ha ido bajando el tono a las expectativas sobre la velocidad de las grandes reformas. Algunos grandes títulos –por ejemplo, el regreso a un sistema de capitalización en materia jubilatoria- es ahora un objetivo más de largo plazo, aduciendo que primero se debe equilibrar el sistema actual.
Gobernar es, entre otras cosas, manejar expectativas. Milei se va convirtiendo lentamente en un líder mucho más cauteloso en la práctica que lo volcánico que ha sido en campaña. Era de esperarse: el Teorema de Baglini apareció de repente en su frondosa biblioteca.
(*) Consultor político, titular de Carlos Fara & Asociados y presidente de la IAPC