Por Horacio Minotti (*)
La política tiene algunas normas no escritas pero establecidas. Los que transitamos ese mundillo los conocemos, los escuchamos reiteradamente a lo largo de los años, en muchos casos se nos hace carne y los aceptamos como verdades reveladas. Y todo eso se mantiene ahí, fijo en nuestro inconsciente como parámetros de análisis de la realidad, hasta que un fenómeno nuevo, diferente, reconfigura el sistema y obliga a replanteos en los modos de analizar los escenarios electorales, cambia incluso, la estructura mental que uno mismo tiene instalada para decodificar hechos de la política de forma casi automática.
El fenómeno actual tiene nombre y apellido, se llama Patricia Bullrich, y de cumplirse las previsiones de los analistas serios, menos influidos por el abundante metálico de sus clientes, producirá uno de esos cambios que implican una bisagra, un antes y un después en el modo de analizar las campañas electorales, las posibilidades de los candidatos frente a poderosos rivales y nuevos términos en materia de equidad electoral, surgidos, en este caso, no de las normas o el sistema, sino de la realidad social, impuestos por la gente.
Hace años que escuchamos que para ser presidente hacen falta cien millones de dólares. Nadie dudaba de eso hasta este proceso electoral. No importa mucho de dónde venían, aunque habitualmente se originan en el control de algún Estado por parte del postulante, pero, en definitiva, la premisa indicaba que un candidato presidencial, para tener posibilidades, debía contar con esa suma. Incluso, al margen de la ficticia rendición de cuentas ante la Justicia Electoral, los topes legales de gastos de campaña y otros requisitos que solamente cumplen un rol simbólico. El dinero se derrocha grácilmente en campaña y nadie hace nada, especialmente respecto al candidato que gana.
Ni remotamente la campaña de Bullrich cuenta con semejante fondeo. La austeridad es la norma. Se puede ver en la forma en que la candidata viaja a sus giras proselitistas por el interior del país, en cuando detiene su auto a almorzar en una estación de servicio, en su escueta presencia en la cartelería de vía pública, y en cada paso que da, ella o quienes trabajan en su campaña.
Si Bullrich gana, ese paradigma necesariamente se modifica, la ventaja que ofrece la abundancia financiera para un candidato, pasa a ser relativa, un condimento más, pero no definitorio.
Otro paradigma que cae a pedazos es que los medios ponen o sacan candidatos, los llevan a la victoria o a la derrota. La exministra de Seguridad tiene una presencia solamente basada en el impacto de sus ideas y su carácter, pero sus rivales están a todas horas disparando sobre ella en medios periodísticos. De hecho, el diseño de los títulos de las notas que se refieren a la lid electoral, casi siempre favorecen a sus rivales, utilizan adjetivos calificativos negativos para Bullrich y positivos para sus contendientes.
Si se mira con cierto detenimiento, la mayoría de los medios difunden encuestas segmentándolas, analizando una porción de ellas y no la otra donde, por ejemplo, se la observa a Bullrich imponiéndose holgadamente en la PASO de Juntos por el Cambio. El título, la bajada y los primeros cinco párrafos, directamente eluden el tema. Si aparece alguna encuesta aislada que favorece a su rival, esta sí ocupa un lugar de privilegio en el medio y es distribuida por las redes sociales.
La construcción de las tapas de las páginas web siguen una lógica clásica de impacto psicológico a partir de su observación. Se pone una noticia relacionada a alguien y al lado, una que la cuestiona. El tema del uso de la palabra “blindar” que hizo Bullrich en una entrevista televisiva, es un ejemplo clásico. Luego de eso se ha podido observar a la cabeza de una página web de alto impacto en materia de cantidad de lectores, una nota titulada: “Bullrich propone un nuevo blindaje” y al lado de ella, otra con el siguiente título: “El desastre provocado por el blindaje de De la Rúa”. Ese diseño es un modo clásico de la prensa escrita para formar opinión subrepticiamente.
Bullrich en La Rural: «Hay que sacar el cepo de manera inmediata»
Los ejemplos son múltiples y no admiten una enumeración completa en un simple artículo, pero si la candidata mejor posicionada de Juntos por el Cambio termina ganando la elección presidencial el paradigma de la influencia decisiva de los medios de comunicación en los resultados electorales se desmorona como un castillo de naipes.
Por fin y para no extendernos, existe un tercer paradigma, difundido en los últimos años, que se desmorona a los pies de Bullrich. “La gente ya no va a los actos políticos si no es por un chori o unos pesos. No vale la pena presentarse en público porque los que te aplauden van por el dinero, ni siquiera te escuchan”. En términos generales la premisa es cierta. Se ve a candidatos moviéndose en el distrito que gobiernan con grupos de personas, todos empleados del Estado, pero cuando se desplazan a distritos que no gobiernan, caminan solos, buscando con quien tomarse una foto.
Con Patricia ocurre algo distinto. No gobierna ningún distrito ni tiene empleados que la sigan por dinero o por mantener sus salarios. Pero despierta un interés poco común. Se presenta con sus seguidores en alguna plaza del conurbano o en el interior del país, e inmediatamente se congregan cientos de personas, por efecto del simple boca a boca entre los vecinos, que se alertan entre ellos de la presencia de la candidata. Es un fenómeno social que parecía extinguido desde que la política se transformó en una actividad de la que todos buscan rentabilidad.
Hoy, y a partir de Bullrich, puede decirse que si un candidato es interesante, si tiene una personalidad atractiva y propuestas relacionadas con las necesidades de la gente y el espíritu de los tiempos, la sociedad se moviliza espontáneamente para escucharlo.
La enumeración podría seguir, pero la extensión de estas líneas superaría las necesidades del editor al que, por cierto, debemos respetar. De todos modos, el fenómeno requiere un análisis mas profundo, incluso si Bullrich no ganase, porque incluso así, es fenomenalmente competitiva, con todas estas supuestas desventajas. Más materia de un libro que de una nota como esta; seguramente, el quinto mamotreto que edite quien firma estas líneas.
(*) Presidente, escritor y abogado