Por Horacio Minotti (*)
Se la ve diferente a Patricia Bullrich. Después del festejo por la victoria épica obtenida en la interna más compleja y desigual que se haya conocido, la candidata presidencial de Juntos por el Cambio entró en un impasse. En definitiva, había dado un primer paso agotador en su carrera a la presidencia y la etapa que empezaba, requería barajar y dar de nuevo, reorganizarse, agrupar a los suyos, redistribuir tareas, definir nuevos objetivos.
El buen resultado obtenido por el candidato Javier Milei también incorporaba un actor a la segunda etapa de campaña, uno violento, cuya construcción política es diferente a la de los demás contendientes porque tiene características de secta, invoca al pensamiento mágico, se identifica con dibujitos animados y, a la vez, está directamente vinculado al armado oficialista, es decir, es socio de uno de sus aparentes rivales, Sergio Massa. Entre ellos, diagramaron una táctica de pinzas para operar contra Bullrich.
Pero ahí está la exministra de Seguridad, empezando el sprint final, liderando un equipo renovado, profesional, completo, capaz de llevar adelante un gobierno reformista hasta el tuétano, un equipo vasto y completamente inspirado en la mística que exhibe la candidata.
Sí, Bullrich despide e inspira energía, convicción, coraje. Está convencida de cada propuesta y objetivo que enuncia, como nadie, y lo transmite. Se nutre del contacto con la gente y se ilusiona con la gira nacional que dio comienzo en El Palomar. No tanto por el crecimiento electoral que pueda darle, sino porque la hace feliz recorrer el país, estar con la gente, tocarla, escucharla. Luego de los actos públicos, Patricia se pierde entre la multitud, protagoniza cientos de selfies, muchas de las cuales las toma ella misma con el teléfono de quien se le acerca, y, en ese contacto, conquista, enamora.
Esa energía juvenil curiosamente inspira a la mayoría de jóvenes que la rodea. Ha armado un equipo de dirigentes de corta edad, profesionales, por cierto entusiastas, pero que reciben buena parte del ímpetu que los destaca, de la propia Bullrich.
Y se construye a su alrededor una suerte de leyenda. La mujer que venció en las PASO a un fuerte entramado de intereses y a candidatos económicamente mucho más voluminosos va ahora a la disputa contra otro entramado de intereses que empezó siendo subrepticio, pero que cada día es más claro.
Detrás de Massa, ya sabemos, está el peronismo y sus tradicionales intenciones: mantener el poder, evitar que estallen sus corruptelas, limitar por ende, sus paseos por los Tribunales y que el negocio siga caminando.
Pero detrás de Milei, parecía haber solamente jóvenes indignados y un grupo de simpáticos frikis. Hoy sabemos que en realidad están: el propio Massa, empresarios prebendarios que se enriquecieron a costa del Estado, buena parte de la burocracia sindical que esquilma a los trabajadores, sectores reaccionarios con inspiración militarista, economistas relacionados la última etapa del menemismo cuando la convertibilidad se despedazó por impericia y, por cierto, los frikis, que a esta altura, parecen ser lo de menos. Todo ello, detrás de un candidato agresivo, violento, muchas veces procaz, siempre mileicéntrico, es decir, haciendo girar la lid electoral en base a sus humores y caprichos. En síntesis, una funesta Armada Brancaleone que lejos de despertar simpatía genera profunda preocupación en las personas razonables.
Frente a esas dos opciones que trabajan juntas, se erige Bullrich, con una amplia sonrisa cuando le toca interactuar con los ciudadanos y con el ceño fruncido cuando habla del indispensable combate al narcotráfico.
El crimen organizado desvela a la candidata, un tema del que sus contendientes, curiosamente, no hablan. Ella sabe que, incluso el delito menor, un arrebato de un celular, esta relacionado con las drogas. Sea que el arrebato se produzca porque el agresor está bajo el efecto narcótico del consumo, o porque lo lleve a cabo para obtener unos pocos pesos para comprar “paco”. Es un delito “corruptor” como ella misma lo ha llamado. Y la Argentina se acerca, sin prisa pero sin pausa, a ser un país dominado por el narcotráfico, que se ha entremezclado en la política controlando municipios (por ahora), en muchas fuerzas de seguridad locales, que disponen de espacios territoriales donde rigen sus normas y no las del Estado, y que amenazan a toda la sociedad.
Curiosamente, repito, los contendientes de Bullrich no hablan del tema. Puede ser que no sepan como resolverlo, pero convendría también valorar otras opciones.
Bullrich arrancó el jueves pasado, con la presentación de su libro y las miles de personas que se agolparon para escucharla en la Facultad de Derecho. Y la recorrida nacional que inauguró ayer está empezando a inspirar la mística y el entusiasmo que parten tanto de su convicción como de su esfuerzo.
Y va por la segunda epopeya de una leyenda, que terminará cuando consiga el simple objetivo de que la Argentina sea un país normal; al final de la historia está el simple logro de poder vivir en paz. Y quedará en la historia.
(*) Periodista, escritor y abogado