Por Carlos Souto (*)
Soy español y argentino, exiliado -involuntario, emocional, profesional- y columnista semanal de un periódico español que se llama Voz Populi. Escribo todos los jueves y analizo la política europea y alrededores. Me ocupo principalmente del proceso socialista en marcha por aquellos lares, o sea que no escribo para que los argentinos lean mis columnas. No tendría sentido. Ellos ya vieron la película y leyeron el libro.
Porque lo que pasa en España -con Pedro Sánchez, su proceso kirchnerista, sus modos, sus trampas- para un argentino es puro déjà vu. Es ver otra vez esa escena en la que uno ya sabe que van a matar al padre de la muchacha. Spoiler eterno.
Por eso hoy, que escribo desde y para Buenos Aires, donde estoy de visita (de nostalgia, de exilio, de extrañar), me impresiona lo que veo, que es simplemente otra crisis. Una más. Una más de esas que allá en Europa parecen excepcionales y acá en Argentina son apenas parte del paisaje.
La crisis argentina no es un episodio. Es un estado. No es un bache. Es el camino. Hay crisis técnicas, lo sabemos. Hay crisis mortales, con desenlace. La nuestra no. La crisis argentina es, en términos etimológicos, nuestra forma de existir. Vivimos en la crisis. La habitamos. La decoramos. Tomamos mate.
Lo noto apenas aterrizo. El taxista que me lleva desde Ezeiza me pregunta de dónde vengo. Le digo que vivo en Madrid. Hace silencio. Y después dispara, con precisión porteña: “Ah, entonces allá el quilombo lo tienen con los socialistas, los amigos de Maduro, pero el dólar está quieto, ¿no?”. Es un resumen perfecto de dos países. El dólar en España no existe, pero mi respuesta es que sí, que está quieto. Sé que se siente mejor al escuchar lo que le cuento, como cualquier argentino te admira si vives en un lugar en que el dólar simplemente se queda quieto.
Por ejemplo: lo importante de la India para un argento, no sería tanto el Taj Mahal como el dólar indio, si hubiera uno. Hay una interrupción en la televisión antes de Semana Santa, ondea una bandera en todas las pantallas mientras se anuncia una cadena nacional, hablará al país el presidente. Da un poco de miedo, activa recuerdos amargos.
Se levanta el cepo al dólar. Esa es la buena noticia. Todos los medios están con eso. Las radios, que en Buenos Aires todavía se escuchan con devoción, parecen cadenas de oración económica. Cada periodista tiene su propio dólar en la cabeza. El oficial. El blue. El MEP. El contado con liqui, otro dólar que el lunes ya no existe, y así. La economía argentina es Babel.
Mientras tanto, veo una conversación pública electrificada. La política volvió a hacerse presente en la sobremesa, en los taxis, en la cola del supermercado. La proximidad de las elecciones ayuda. Las decisiones absurdas que se toman prematuramente respecto a esas elecciones también.
Y lo curioso, lo verdaderamente argentino, es que esta vez no ha sido este gobierno el que nos metió en el brete. Hemos sido nosotros mismos los que marchamos hacia él. Encolumnados. Disciplinados. Nacionalmente organizados para el desastre.
Lo pienso a veces: tal vez no es que vuelvo a la crisis. Es que la llevo conmigo. Vengo a Buenos Aires y el proceso crítico se activa. Paro general. Calles colapsadas. ¿Qué va a pasar con el dólar? El dólar en Argentina es Dios. Es nuestra fuerza invisible. Como ya tenemos un Papa, el asunto del Dios oficial lo tenemos más o menos cubierto. Lo que no tenemos bajo control es al dólar verde, cara grande. Y ese sí que manda.
Encima, la inflación de marzo nos traicionó. Veníamos con inflaciones del 2%, prolijitas, casi europeas. Pero marzo -traicionero, porteño, de alma peronista- nos metió el 3,7% de inflación solo para que nadie se relaje.
Uno camina por Buenos Aires y no sabe bien en qué tiempo está. Hay cafeterías de especialidad y planes de pago en cuotas para cargar la tarjeta del transporte público. Hay debates de TikTok y carteles pegados a mano que dicen “compro dólares”. Están el presente y el pasado conviviendo sin hablarse.
Así que acá estoy, otra vez. Y pienso: cada vez que vengo, una crisis. Tal vez el problema no es la crisis. Tal vez el problema soy yo. O peor: tal vez el problema es que acá la crisis nunca se va. Solo espera que volvamos.
(*) Carlos Souto es un reconocido consultor político surgido en la Argentina. De origen español, es considerado uno de los principales referentes de la comunicación política en Latinoamérica, y se ha consolidado en la última década también en el mercado de Oriente Próximo.