Por Carlos Fara (*)
Al presidente electo hay una expresión que le surge seguido en los reportajes: “Lo que manda es el pragmatismo”. Para muchos y muchas esta frase les podrá resultar extraña, dado que la superficie sería más la de un ideólogo fanatizado. Pero el ex arquero suplente de Chacarita, el mismo que se auto califica como libertario, es un admirador de Carlos Salvador Bilardo, un personaje sin muchos preconceptos: si no hay resultados, los dogmas no sirven de mucho.
Más allá de la autodefinición a favor del pragmatismo, es un rasgo actitudinal que está generando amplio consenso en el mundillo político, periodístico, empresarial y consultoril. Como siempre, cualquiera podría decir que ese círculo muchas veces se equivoca, y es verdad. Pero lo que debe tenerse en cuenta es que el nuevo líder, a partir de esa percepción sobre él, gana tiempo, impone respeto y genera comentarios cautelosos. No es menor para un recién llegado, desde todo punto de vista.
Seguramente, con el paso de los días se verá que –como a todo ser humano y más en la política- su sesgo ideológico le jugará algunas malas pasadas. Pero cuatro días después de su triunfo no ha cometido ninguna gaffe sustantiva. En todo caso, ha remarcado algunas definiciones de política pública que levantarán polvareda y alta conflictividad –YPF, Aerolíneas, medios públicos-, pero al mismo tiempo ha ido operando una baja de las expectativas, empezando a aducir complejidades de implementación. Por ejemplo, respecto a un cambio de sistema jubilatorio dijo que primero se debe equilibrar el modelo actual antes de pasar a uno diferente. “Recogiendo el barrilete”, diríamos en el barrio.
Alguien que se recostó primero en los recursos de Sergio Tomás Copperfield y luego en los del Emir de Cumelén, no parece ser un ingenuo. Ahora, correcto o no, él cree que la presidencia la obtuvo gracias a que supo canalizar la demanda de cambio, no porque se la deba a sus anteriores mecenas. Ahí es donde entran los roces con Macri. Algo ya se notó el domingo a la noche.
Cuando concluyeron los discursos del nuevo Rey León, el expresidente se retiró y lo alcanzó a interceptar el periodista Malnatti. Cuando este le preguntó que le iba a aportar al gobierno de Milei, aquél respondió sencillamente “tranquilidad”. No habló de ideas, de experiencia, ni de equipos, ni de apoyo parlamentario. Fue un mensaje particular a alguien que todo el mundo considera vehemente. Curioso.
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Ahora sabemos que ese fue el comienzo del debate a puertas cerradas. Unos días previos a la elección, en la ultraintimidad, el entonces candidato opositor dijo que él sabía del gran interés que Macri tenía en apoyarlo, preocupado por sus causas judiciales. Una de las respuestas más rápidas a esa demanda fue precisamente no otorgarle el ministerio de Justicia al responsable de la estrategia judicial del líder del PRO, Germán Garavano.
En el medio, hubo una clara operación/presión mediática para que nombrara en YPF a otro macrista, Iguacel. Tampoco dio resultado. La empresa petrolera estatal ¿privatizable? quedará en manos de un ex Techint, que tiene intereses en ese rubro. Se sabe que las relaciones entre Paolo Rocca y Macri nunca fueron excelentes. Y si algo faltaba, resucitó Randazzo para entrar en el juego por la presidencia de Diputados. Entonces, a la pregunta de si habrá cogobierno, la respuesta son estas decisiones de Milei. Parafraseando a Luis XIV, “el gobierno soy yo”.
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Una cosa es denunciar a la casta y otra distinta es pasar por ingenuo. El entorno del nuevo rey sabe que sin poder político no podrá hacer la gran revolución. Por eso es que el rol formal o informal de la hermana Karina es clave.
Seguramente desde la Secretaría General de la Presidencia – la intimidad del primer mandatario- se trabajará por solidificar a La Libertad Avanza a nivel nacional como estructura partidaria y se incidirá sobre una red capilar muy relevante: los funcionarios que conducirán las delegaciones del Estado Nacional en las provincias, como Anses o PAMI, entre muchas otras. Con el poder en la mano, no querrá depender de ninguna buena voluntad ajena, y así disciplinarán a cualquier librepensador interno.
Pero claro, los otros también juegan. Milei solo ganó la presidencia, pero no controla el Congreso, no tiene gobernadores, y mucho menos el territorio bonaerense. Es el gobierno más débil políticamente desde 1983, con una ciudadanía que ha decidido la fragmentación más grande del sistema político desde que se tenga memoria.
En ese marco, el país federal siempre tiene algo para decir, desde los dos bandos. Por eso, ambas tribus ya se reunieron públicamente e hicieron sus pronunciamientos. Ellos pueden tener la llave parlamentaria para que se hagan algunas reformas, a cambio de recursos para una época que se prevé de sequía severa. ¿Y si no les da el dinero que necesitan para sobrevivir? ¿Volverán las cuasi monedas? Nadie querrá que se le incendie su distrito, mucho menos en aras de prioridades ajenas.
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Estas pocas horas transcurridas hablan de una transición bastante pacífica –Biró se fue de boca y tuvo que recular- donde se cumplieron las formalidades esperadas en un país normal (que no es la Argentina, por cierto). Todo eso ayuda, teniendo en cuenta algunas de las extravagancias del estilo del nuevo rey y los excesos de politización del proyecto que se va. ¿Esperable? No mucho, lo cual no significa que los desvaríos puedan aparecer en cualquier momento. Como ya mencionamos en alguna columna anterior, para una mitad el resultado fue una esperanza, y para la otra mitad una desgracia. Se cumple la tendencia natural a exacerbar el optimismo o el pesimismo.
Alguien que analiza al futbol más allá de la pasión que pudiese despertar, es alguien que adhiere a un sistema de pensamiento, casi a una filosofía. Carlos Salvador habrá un solo, para bien o para mal. Milei se inscribe en ese bando. Si fuera el DT, nunca jugaría un primer partido contra un equipo difícil, sino contra uno fácil de ganar para empezar a generar una mística triunfadora.
(*) Consultor político, titular de Carlos Fara & Asociados y presidente de la IAPC