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Charlas de ascensor (inteligentes): claves para innovar en equipo
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Charlas de ascensor (inteligentes): claves para innovar en equipo

Por Romina Andreani

Nunca pensé que en una charla de ascensor pudiese caber tanto conocimiento. Hace pocos días escuché al científico argentino Ernesto Joselevich en una presentación sobre los avances de la nanotecnología, campo donde es referente desde su laboratorio en el Instituto Weizmann de Ciencias, en Israel.

Ernesto trabaja como todos los fanáticos de la innovación soñamos trabajar: su equipo no hace investigación enfocada en un objetivo determinado, sino que se mueve simplemente por la curiosidad. Se hacen una pregunta que intuyen tendrá implicaciones científicas o tecnológicas, y desde allí comienzan a trabajar. Todo el instituto trabaja así.

Ernesto Joselevich, científico, innovador y también un ejemplo de líder para el trabajo en equipo

Mientras caminábamos hacia la oficina donde tendríamos nuestra próxima reunión, le pregunté la fórmula para que un equipo multidisciplinario logre una gran innovación que se traduzca en patentes y nuevos productos.

Su respuesta, ultracondensada para la fugacidad de una charla de ascensor, no tiene desperdicio, principalmente porque puede ser aplicada a los negocios y otros campos.

En Harvard, Ernesto quiso ver cómo eligen allí qué es lo que van a investigar y aprendió este método de otro grande de la nanotecnología. Posteriormente lo fue desarrollando hasta crear un verdadero proceso para inventar nuevos proyectos. Su equipo varía entre 7 y 14 alumnos posdoctorales de distintas especialidades y consiste en un proceso de varias reuniones de trabajo.

Primero definen el tema, o mejor dicho, cuál es la sala de juegos donde van a jugar. Y cuáles son las fuentes de información que necesitan incorporar para después ser capaces de tener ideas innovadoras. En esta etapa se decide la lectura de ciertos artículos sobre algunos temas, buscan libros, releen sus propias propuestas de investigación que escribieron en los últimos años y quizás quedaron olvidadas, hacen una verdadera búsqueda y se reparten el trabajo de análisis.

Después realizan otra reunión donde cada uno expone lo que encontró y puede ser relevante para el tema elegido. Todos aprenden. Vuelven a sus casas y todos se quedan pensando en la información. Se toman tiempo para incorporar la data.

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En este punto se realiza el tradicional brain storming o lluvia de ideas, que es una reunión donde sueltan mil escenarios locos y en la cual hay una sola expresión que está prohibido decir: es la palabra no. Aquí vale todo. Cantidad y calidad. Aunque sea la idea más ridícula, no la desechan porque quizás ésta puede disparar otra. Se sueltan las ideas y se escriben de manera caótica.

En la segunda fase hacen un listado estructurado de todas esas ideas, ya de forma temática, no según prioridad. Por lo general usan la estructura de un árbol. Se hace una ramificación y un mapa de las distintas ideas. Y cuando uno hace eso descubre que hay ramas que faltan, entonces se completa. Es la parte sintética del proceso. Acá no hay juicio y no se invalida nada.

Después viene la parte analítica, donde se priorizan las ideas según algunos criterios: cuál será el impacto científico, la originalidad, la innovación, la factibilidad, si ya fue hecho, cuánto tiempo llevaría realizarla en base a los recursos disponibles, etc.

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Cada integrante del equipo entiende qué es lo que tiene que hacer según su orientación personal y expertise, se decide con autonomía en qué se va a enfocar cada uno y realizan su plan de trabajo para revisión del líder.

Después hay reuniones de seguimiento. Es obligatorio tener un plan B que se va desarrollando en paralelo porque quizás en algún momento el plan A no funcione.

Esa idea a la que quieren llegar se basa en ciertas hipótesis de trabajo, por esta razón cuando hacen el plan de acción el objetivo principal es identificarlas claramente.

Diseñan un experimento que ponga a prueba dos o tres suposiciones básicas, lo antes posible, porque si alguna de ellas no se cumple entonces no vale. Y así en un mes logran determinar si ese proyecto es viable o no. Y si no lo es, recurren al plan B o hacen un nuevo proyecto. Y así al infinito, cada día orientados hacia el Conocimiento.

LA REALIDAD QUE VIENE

El Instituto Weizmann de Ciencias es una de las instituciones más reconocidas del mundo en investigación multidisciplinaria. Sus hallazgos impactan en mejores tratamientos para el cáncer, enfermedades autoinmunes y neuro degenerativas; en herramientas para revertir la crisis ambiental, desarrollar nuevas generaciones de computadoras y explorar el universo.

El laboratorio de Ernesto se ocupa hoy de dos temas principales: la relación que hay entre la forma y la funcionalidad de los nanomateriales, y la relación que hay entre las distintas propiedades. Hay muchos campos en los cuales los nanomateriales están impactando.

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Lo grueso del impacto aún está por venir, principalmente en el campo de la electrónica no tradicional, que requiere materiales que aún no están desarrollados y que no tienen las propiedades que el silicio puede proporcionar, por ejemplo: las computadoras cuánticas, la electrónica neuromórfica, la nanomedicina, las energías renovables y la preservación del medioambiente.

El desafío más importante que tiene la nanotecnología, así como la humanidad, enfatiza Ernesto, es la preservación del medioambiente; por eso con nanomateriales poder producir energía sin emitir CO2 es muy relevante, sumado a acciones de remediación (convertidores de CO2 en carbón reutilizable). El horizonte de una sociedad verde y limpia está ahí, a la vista, solo falta la decisión colectiva sin vuelta atrás.

Aunque todo esto parezca muy arduo y complejo, en realidad está al alcance de todos ponerlo en práctica. Se trata, para empezar, de escuchar a gente como Ernesto y aprender.

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