Por María Roca (*) y Lalo Zannoni (*)
Cuando el 30 de noviembre de 2022, la empresa OpenAI lanzó al público ChatGPT casi nadie supo que el mundo explotaría por el aire en pocas semanas. La herramienta puso a la inteligencia artificial en la tapa de todos los medios del mundo, desató una fiebre de inversiones y negocios descomunal, obligó a los países más importantes a sentarse a discutir su regulación, sacudió nada menos que a Google, Apple y Meta, e inauguró lo que hoy se conoce como la nueva era tecnológica después de los cambios que trajo Internet a fines de la década del 90. Y todo esto con apenas un año de vida!
Ya sabemos de qué se trata ChatGPT: un modelo de lenguaje basado en IA para comprender y generar texto de una precisión hasta ahora desconocida. El contenido generado es similar (o mejor) que el que puede generar cualquier persona humana promedio. «GPT» significa «Generative Pre-trained Transformer», es decir, que el modelo se preentrena con grandes cantidades de datos antes de ajustarse para tareas específicas.
El crecimiento de ChatGPT fue el más rápido de la historia, rompiendo todos los récords de cualquier otra aplicación conocida, como Spotify, Instagram o Uber. Llegó a 100 millones de usuarios en apenas dos meses. Para ponerlo en perspectiva, el récord lo tenía TikTok, con 9 meses.
Entre todos los debates que ya genera ChatGPT están el futuro del trabajo (nos dejará sin trabajo a todos?), en la educación (hay que permitirlo en las aulas?), su regulación legal, las fake news, el enorme impacto en el medio ambiente de la IA generativa, los monopolios empresariales, los derechos de autor del contenido que usa como fuente, la privacidad de la información, si es correcto “revivir” a personas que ya no están mediante nuevos contenidos, etc. Pero, sin dudas, una de las discusiones más importantes es sobre el impacto que tiene esto en nuestro cerebro. ¿Estamos sacrificando funciones cognitivas al depender demasiado de estas innovaciones?
Por qué ChatGPT es el próximo gran superpropagador de desinformación
Desde una postura crítica, se argumenta que el acceso instantáneo a cualquier tipo de información, como el que encontramos en Google, por ejemplo, podría afectar negativamente algunas de nuestras funciones cognitivas, dando lugar al llamado «efecto Google», que demuestra que cuando creemos que algo estará accesible lo recordamos peor. Esta perspectiva sugiere que al depender en exceso de herramientas tecnológicas para recordar información, podríamos subutilizar nuestras propias capacidades mentales, contribuyendo a la disminución de algunas de nuestras funciones mentales. Es evidente para todos que ya no recordamos tantos números de teléfono como lo hacíamos antes, y si los recordamos suelen ser aquellos que aprendimos hace años no los nuevos.
Por otro lado, lo cierto es que las nuevas tecnologías, incluyendo a ChatGPT, pueden considerarse también potenciadoras de la capacidad humana dado que ponen a nuestra disposición información y posibilidades a las que antes no podíamos acceder. Hoy no sólo podemos ir con nuestros celulares inteligentes a lugares desconocidos sin mirar un mapa, sino que además podemos evitar zonas de tránsito y ahorrar tiempo, que es también un recurso limitado. Ni hablar con la velocidad de procesamiento y la cantidad de datos que ahora podemos procesar muy rápidamente. Cualquiera que haya usado aunque sea una vez ChatGPT se habrá dado cuenta de sus casi infinitas ventajas.
Ahora bien, que el entusiasmo no impida un análisis más profundo. Estas tecnologías, incluido ChatGPT, no desaparecerán. Aunque estas modifiquen en cierto punto las capacidades del cerebro humano, desde un punto de vista neurocientífico esto es un reflejo de la asombrosa capacidad que tiene el cerebro humano de adaptarse al ambiente.
No perdemos funciones, simplemente desarrollamos más y mejor aquellas que más usamos y necesitamos. Si usamos menos la memoria, nuestro cerebro se centrará en otras tareas, como aprender a interactuar con maquinas y a optimizar un motor de búsqueda, a pedirles la información, a ser capaces de detectar cuándo se equivocan o pifian en un dato o una información (que pasa mas de lo que creemos). Como la tecnología y la inteligencia artificial, el cerebro humano también evoluciona, aprende, prioriza, es plástico. Es nuestra herramienta principal.
Un aspecto adicional y relevante que no puede dejar de discutirse es el impacto potencial que las nuevas tecnologías pueden tener en nuestra salud mental. Si estas tecnologías nos impiden desconectar, si consumen nuestro tiempo de foco o las utilizamos más allá de nuestra voluntad impidiendo un intercambio saludable con los demás y con el ambiente, esto podría ser un problema que debemos prestarle atención.
El rápido crecimiento de ChatGPT, o de cualquier otra herramienta sorprendente de IA que surgirá en los próximos meses, puede dificultar la internalización de un uso saludable por lo que el desafío está en aprender a utilizarlas como herramientas para potenciarnos, en lugar de permitir que secuestren nuestra atención y terminemos a merced de las empresas que las fabrican.
Generar esos hábitos de uso saludable, y exigir un uso responsable de la IA, serán requisitos esenciales para enfrentar los desafíos que ya asoman.
(*) María Roca es doctora en psicología, investigadora independiente del CONICET y Directora del Departamento de Neuropsicología de INECO.
(**) Lalo Zanoni es periodista y consultor especializado en tecnología y IA. (www.inteligencia.com.ar)