Por Romina Andreani (*)
¿Tenés una startup y sentís que le estás dedicando todo tu tiempo? ¿Te sentís solo o que te fuiste alejando de todos tus afectos? ¿Estás comiendo mal y haciendo poco ejercicio por ocuparte de tu emprendimiento? ¿Hace cuánto no vas al médico por cumplir tus compromisos laborales? Tal vez no lo sepas, pero esta especie de “síndrome del emprendedor” es más común de lo que imaginás.
El banco BBVA en España tiene un podcast interesante dedicado a los emprendedores, y en un capítulo reciente escuché una entrevista a Carlota Mateos, fundadora de Ancla Life, una asociación sin fines de lucro que se dedica exclusivamente a esto: atender y asesorar a personas absorbidas por su startup. Cuenta que la mayoría padece de un estrés cronificado, que en general lleva a un cuadro de ansiedad y que más tarde puede derivar en algo más grave, como la depresión.
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El problema, sostiene, es que nadie nos preparó para el día a día de una startup y, aunque amemos lo que hacemos, puede ser extenuante. Para la especialista tener un emprendimiento es equivalente a correr una maratón interminable, y el problema es que no estamos lo suficientemente preparados para eso. Y el costo puede ser enorme, porque no se trata solo de ansiedad, algo que puede padecer cualquier persona; también puede conllevar problemas de sueño, de higiene, de salud, de adicciones y afectar nuestras relaciones afectivas.
Pero tal vez haya dos problemas mucho mayores en todo esto. El primero es que no hablamos de esto. La salud mental sigue siendo un tabú. Por suerte, y a partir de la pandemia, de a poco el tema se va poniendo sobre la mesa, a raíz de las confesiones públicas de atletas de alta competencia y artistas famosos. El segundo, que tal vez no te des cuenta de que te podés estar autodestruyendo.
Día a día escucho a muchos emprendedores, sobre todo los jóvenes y los que están emprendiendo por primera vez, que se ven más fácilmente abrumados. Y esto se debe, básicamente, a la inexperiencia.
La primera vez que uno emprende es como hacer un MBA todos los días: hay que aprender a hacer todo, uno mismo o con muy poco equipo. Y eso es buenísimo para lo que es el armado de tus propias skills y capacidades, pero puede ser muy abrumador y por momentos puede sobrepasarlos el nivel de tareas y de aprendizajes que tienen que hacer sobre temas sobre los que no son expertos.
La mayoría de estos emprendedores que veo estresados son conscientes de esto y están estresados básicamente por esta multiplicidad de tareas que tienen que hacer 24/7; y, por otro lado (y principalmente, diría), están muy afectados por lo que es la búsqueda de capital. Eso es un factor de estrés constante y central.
Entonces, es verdad que están muy expuestos en su salud mental con todo este estrés. Pero también está el miedo a fracasar, algo que lleva todo una magnitud mayor.
Quizás los emprendedores más experimentados, quienes ya lo vivieron antes, saben hasta dónde pueden regularse. Se sienten más confiados con algunas tareas en las que tal vez no son expertos. Pero saben que, si les dan un poco de tiempo, lo van a poder resolver. Como consecuencia, actúan con mayor confianza.
Ese tipo de emprendedor es muy valioso porque es el “emprendedor resiliente”, que ya aprendió a superar todos estos obstáculos que lo sobrepasan emocionalmente y logra cierto equilibrio para jugar con el riesgo y, al mismo tiempo, disfrutarlo un poco. No solamente tolerarlo. Es a ese punto al que el emprendedor debería llegar para sentirse bien: sentirse confiado porque está tomando riesgo pero, a su vez, esa misma sensación negativa -que llega a través del trabajo y que toca sus emociones- lo está convirtiendo en un emprendedor resiliente.
En Argentina tenemos un gran capital en materia de resiliencia, por así decirlo. Los emprendedores argentinos vienen entrenados con otra mentalidad, porque están más adaptados a un montón de desafíos a los que quizás en otros países no están acostumbrados.
Una amiga que es fundadora de una interesantísima startup me confió que ella se estaba enfrentando a este dilema de equilibrar su vida con su pasión emprendedora. En plena etapa de crecimiento del proyecto, sus primeros inversores le estaban pidiendo más ritmo, desafiándola a demostrar si tenía la actitud de querer «comerse la cancha» o no.
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Gracias a su experiencia de décadas en el mundo corporativo y de realización profesional, mi amiga pudo llevarles tranquilidad a los inversores, pero sin perderla ella. «Claro que deseo comerme la cancha como los demás, pero no de golpe, sino a mordiscones», les explicó. Así se planta una personalidad emprendedora que de verdad tiene un objetivo sustentable y que sabe de qué se trata este negocio.
Pero supongamos que hoy no contás con esa experiencia, con ese aplomo y esa capacidad de resiliencia. ¿Qué podés hacer para evitar este “síndrome del emprendedor”? Las soluciones son evidentes, aunque no siempre tan fáciles de seguir:
– Tomar conciencia de lo que te pasa para poder resolverlo.
– Aprender y utilizar técnicas de autoregulación mental para bajar las revoluciones de la mente.
– Respetar las horas de sueño (tienen que ser 8 horas y de calidad).
– Mantener una buena nutrición (sin excusas).
– Realizar actividad física (aunque sea un ratito).
– Dedicar tiempo de calidad a tus relaciones afectivas importantes (esto es clave).
De a poco y sin darse cuenta, los emprendedores suelen ir renunciando poco a poco a cada uno de estos puntos. Pero lo importantes es que hoy tenés la oportunidad de cuidarte un poco más para poder disfrutar mejor de todos tus logros. Y comerte el mercado, pero no de un bocado, sino a mordiscones
(*) Inversora ángel. Miembro de diversos boards. Mentora. Facilitadora en la creación de empresas