Por Silvio Santamarina
Son días de centralidad para Patricia Bullrich. Lo cual en campaña es bueno, en teoría, aunque en la práctica puede resultar tramposo para la candidata (o él). Ya desde la semana pasada empezaron a circular encuestas que la daban con tendencia alcista, al tiempo que se devaluaba el batacazo cotidiano de Milei, Larreta seguía desinflándose como globo de cumple terminado ayer, y el oficialismo de Massa lograba estabilizarse, con días buenos y malos, “lateralizando” como dice la jerga bolsera, que no es poco.
Pero “La Piba” disfruta de su momento protagónico, esquivando dardos sospechosamente oportunos, y tratando de que, haciendo de necesidad virtud, las luces y sombras terminen realzando la incipiente “Bullrichmanía” que se asoma en la charla electoral a cielo abierto.
En realidad, la #Bullrichmanía ya existe, así escrita con hashtag, desde bastante antes del arranque formal de la carrera electoral, como un fenómeno básicamente de redes sociales.
En el entorno de la candidata juran -y no hay por qué no creerles- que se trata de un movimiento puramente espontáneo e inorgánico, una militancia digital que nada tiene que ver con los comandos algorítmicos PRO que se hicieron famosos bajo el extinto reinado de Marcos Peña. Este movimiento, o mejor dicho esta “movida”, tiene un tono de tipo vecinal, aunque extendido federalmente en buena parte del territorio nacional, por obra y gracia de Facebook, Twitter, Instagram, YouTube y toda red de amplio espectro.
Su aparente espontaneidad se apoya en una anécdota emanada del búnker “patricio”. Cuentan que, durante meses, estrategas comunicacionales del espacio bullrichista fueron observando y estudiando sigilosamente eso que pasaba en el ciberespacio: una formación militante que alentaba la opción por Patricia, con un entusiasmo doctrinario y una frescura narrativa que -hoy por hoy- se extraña bastante en las filas macristas y posmacristas (también en el peronismo, pero esa es otra columna).
Al principio, los colaboradores bullrichistas optaron por no compartir su hallazgo con la jefa, básicamente para no marearla, y para llevarle una conclusión apenas tuvieran más claro con qué se comía aquel guiso mediático que se incubaba en las redes. Pero Patricia los sorprendió: “A mí, los que mejor me entienden son los de #Bullrichmanía”, les comentó en medio de una charla de estrategia electoral. Sorpresa y media.
¿En qué consiste la militancia de los maníacos (y maníacas) de Bullrich? Son miles de jóvenes, pero también mayores, que ensayan spots caseros para instalar a Patricia, a quien aman, y de quien aman varias cosas, pero especialmente la, digamos, frontalidad.
Muchos son profesionales de la comunicación digital, debido a sus estudios y su formación laboral, en Diseño, Programación, Publicidad, y cualquier actividad que precise manejo de redes y edición de fotos, texto, audio y video. Y los que no tienen tanto manejo de las herramientas más sofisticadas de la nueva comunicación (suelen ser los más añosos, aunque no siempre), igual saben ponerle garra al día a día de la generación de contenidos militantes, aprovechando su experiencia ciudadana y sus profesiones privadas, e insuflando una estética casera que le suma mística cívica al colectivo.
Este tipo de capacitación entusiasma mucho al búnker oficial patricio, porque habla de gente que milita ad honorem, mantenida por su actividad privada. Esto no solo agrada porque no implica una carga extra para el siempre exigido presupuesto de campaña. También fascina la cercanía de esa usina militante con la “economía real”, la calle, que a veces le falta a la juventud que milita desde el funcionariado público: una modalidad de época que atraviesa todo el espectro mainstream de la oferta electoral, desde los manijeadores de la “década ganada” hasta los infladores de globos amarillos.