Por Silvio Santamarina
En plena batalla campal jujeña, José Luis Espert, flamante socio de JxC, tuiteó: “En Jujuy, es cárcel o bala”. Pero del otro lado, Eduardo Valdés, el diputado oficialista del extinto Frente de Todos avisó: “Si la oposición toma el gobierno, habrá convulsión social como hoy existe en Jujuy. Es el país que viene”.
Cuanto peor, mejor: esa parece ser la paradójica dinámica en la que acaba de ingresar la campaña electoral argentina. Para bien o para mal. Veremos.
De un lado, en la principal coalición opositora nacional apareció por fin un factor externo que los aglutine, al menos para la foto. Los piedrazos militantes en Jujuy y la consiguiente represión estatal (que generó intensas réplicas mediáticas y callejeras K) le dieron la excusa ideológica unificadora a los principales precandidatos y referentes asociados, para recuperar el relato agrietado antikirchnerista, que tantas alegrías electorales le supo dar al panmacrismo. No solo eso: el conflicto concreto jujeño, donde se mezcló una disputa constitucional, con una gremial, más el aditivo proveniente de la Casa Rosada y el Instituto Patria, le concedieron a Gerardo Morales el escenario óptimo para demostrar de lo que sería capaz si asume como parte ejecutiva de un eventual gobierno futuro de JxC.
Eduardo Valdés: «Si la oposición toma el gobierno habrá convulsión social como en Jujuy»
El show de la mano dura, aunque reciba críticas mediáticas de ciertos medios y audiencias enemigas, no hace más que fortalecer la construcción de imagen apelativa para una importante porción del electorado, que hoy se debate entre darle otra oportunidad al posmacrismo o, fingiendo demencia ante el caos nacional, darle el voto a Javier Milei.
Hablando de fingir, el choque jujeño -donde, al cierre de esta columna, no se registraron muertos aunque sí varios heridos- le facilitó al FdT devenido Unión por la Patria bancar la ficción de que sigue siendo una coalición que agrupa a todo el peronismo multicolor, más allá de ciertos “matices”. En lo esencial, el relato oficialista se aferra a presentarse como la opción de resguardo contra el aparente advenimiento de una cepa agresiva, y acaso letal, del neoliberalismo cívico-financiero: no casualmente, la humareda y el estruendo provocados por manifestantes y sus represores en Jujuy no hizo más que estimular la performance alcista de la Bolsa y sus derivados. Lejos de temerle al miedo, el terror da esperanzas a buena parte de la oposición argentina.
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Pero, cuidado, porque tal como verbalizó el diputado peronista Valdés, la campaña del temor también le rinde al pankirchnerismo, tanto en su versión cristinista pura como en su variante renegada Alberto-sciolista. No solo se trata, como en el marketing político clásico, de hacer campaña con el lema “nosotros o el caos”, como ensayan hoy los voceros K respecto del caso jujeño.
También se puso en valor la otra cara de la moneda, que es la de prometer que, si el kirchnerismo (y peronismo) pierde y pasa a la oposición, no dejará institución “neoliberal y antipopular” sin apedrear. No actuarán como opositores, sino como un ejército de resistencia. Esa promesa es también una amenaza. Ambas caras pueden rendir electoralmente.
La promesa incitaría al electorado afín pero decepcionado con el kirchnerismo a seguir votándolo, incluso en un escenario de derrota, para al menos dejar al peronismo y a Cristina en una postura opositora fortalecida: algo así como la derrota digna que le permitió a Mauricio Macri seguir molestando luego de su salida de la Rosada. Y la variante amenazadora del relato del “rompan todo” pero-kirchnerista podría funcionar para atemorizar al votante indeciso, no partidario, al que se le está sugiriendo que cualquiera que le gane a la boleta K no podrá gobernar: una suerte de chantaje por la gobernabilidad, que sacude viejos fantasmas desestabilizadores que recorrieron el Conurbano allá por el 2001.
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¿Y Javier Milei? Ahora que la famosa “Grieta” parece haberse reactivado en base al consenso bipartidario a favor de la violencia, la hipótesis de los “tres tercios” aparece puesta en duda, tanto por las encuestas como por el análisis político. Existe la chance de que el tan mentado éxito de Milei no se traduzca (como ya se ve en los escrutinios provinciales) en suceso electoral, pero tal vez sí en términos doctrinarios: la política de hoy debe tramitarse, según el showman libertario, a golpes y puteadas, prendiendo fuego -al menos metafóricamente- las instituciones que bloquean el progreso.
Una vez que el posmacrismo (y con su respectiva ideología, el cristinismo) aprendieron la lección de Milei, el “tercio” del libertario perdería su razón de ser, porque la oferta superagresiva que supuestamente piden las mayorías estaría cubierta por las coaliciones preexistentes. Tan cubierta, que hasta se matan entre ellos mismos, aunque compartan boleta.
En todo caso, a Milei le quedaría la satisfacción del “entrismo”, al estilo de la influencia doctrinaria que tuvo la Ucedé en el gobierno de Carlos Menem. Y, como en aquel ejemplo histórico, tal vez le toquen a Milei un par de cargos en “la casta”. Para un debutante no es poco.
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Hay otro consenso paradójico que reúne a oficialismo y oposición en un mismo escenario. Mientras el caso jujeño moviliza al universo K y filo K para manifestarse en las calles y las redes virtuales, el más que aparente femicidio perpetrado a la sombra del poder chaqueño no parece conmover ni a funcionarios de derechos humanos ni de derechos de la mujer, tampoco a la tribuna feminista que, incluso en casos sin muertes, ha mostrado otro tipo de disposición a la lucha por la verdad. Parece que con el accionar de la justicia en Chaco le alcanza y sobra al progresismo para quedarse tranquiles, moderades, a la espera de lo que dictamine el Poder Judicial, ese estamento al que habitualmente nunca le creen y al que el kirchnerismo llama a defenestrar desde hace años.
En fin, milagros que hace la violencia, el deporte nacional que, una vez más, ordena a la sociedad argentina y, sobre todo, a sus líderes.