Por Romina Andreani (*)
En un mundo que se mueve a un ritmo cada vez más vertiginoso, la gestión empresarial enfrenta desafíos que los modelos tradicionales ya no pueden abordar eficazmente. El enfoque predominante, basado en una visión newtoniana del universo donde las organizaciones funcionan como máquinas predecibles y controlables, se está quedando obsoleto. La teoría de la complejidad, que reconoce la naturaleza dinámica, interconectada y a menudo impredecible de los sistemas modernos, ofrece un marco mucho más adecuado para las organizaciones de hoy.
La transición de un pensamiento mecanicista a uno basado en la complejidad no es simplemente una tendencia pasajera: es una necesidad urgente. Según expertos, el 90% de las prácticas de gestión tradicionales deben reenfocarse para enfrentar los desafíos del siglo XXI. Este cambio requiere un nuevo mindset que abrace la incertidumbre, la autoorganización y la adaptabilidad como pilares fundamentales de la gestión.
¿Por qué hice referencia a la “visión newtoniana del universo”? Para analizar esto en profundidad, me gustaría traer a colación una historia personal. Yo comencé a reflexionar sobre todo esto en 2020, durante la pandemia. En ese momento, el profesor de un curso que estaba tomando postuló un planteo sumamente interesante: aseguraba que Isaac Newton nos había metido en un problema, porque nos planteó un mundo de ecuaciones; por eso, hoy todos creemos que vivimos en ese mundo newtoniano en el que las reglas de la matemática, la física y la ciencia en general pueden ayudarnos a predecir casi todo.
En efecto, las carreras exactas ayudan a trazar pronósticos, pero esas predicciones no son universales, tal como aprendimos con la pandemia. Vivimos en un mundo que da saltos insospechados; son innumerables los eventos que dan prueba de ello, tanto en la sociedad como en su desarrollo.Hoy estamos conviviendo con esos cambios, y muchos de ellos tienen que ver con la tecnología, que lo atraviesa todo. Y nos encontramos ante la necesidad de repensarla.
Eso es lo que está sucediendo con la inteligencia artificial, otro ejemplo es la tecnología Starlink. Las nuevas conectividades pusieron a todos los modelos de negocios ya instalados en situación de crisis, luchando por adaptarse a esa nueva realidad.
Vivimos en lo que se llama “mundo VUCA” (sigla de “Volatility, Uncertainty, Complexity and Ambiguity”), donde todo es ambiguo, complejo, volátil e incierto y con más interacciones sociales: una explosión que se expande hacia cada vez más países, aumenta el desarrollo de conocimientos, y forma sociedades muchísimo más complejas, las cuales estamos tratando de entender cómo funcionan.
Por eso, desde las organizaciones debemos mirar la realidad desde una altura mayor, e incluso desde diferentes ángulos, como una manera de entender esa misma realidad que todos miramos de manera diferente. Pero todavía nadie en ellas parece alcanzar esta granularidad, esta capacidad de evaluar y diagnosticar los problemas que nos toca enfrentar.
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Quienes dirigimos organizaciones tenemos que cambiar procesos, culturas, maneras de liderar, e incorporar distintas visiones y facilitar liderazgos nuevos.
Pero, ¿cómo se convive en un mundo de sistemas complejos? Tenemos que abandonar la ilusión de “poder controlar todo” y de gastar fortunas en consultoras para que identifiquen problemas y nos den soluciones. Hay que aprender a manejarse entre estos mundos complejos, tomando riesgos, buscando nuevos modelos de gestión y transitando el fracaso como instrumento de aprendizaje.
Decía Umberto Eco, en clases a las que tuve la dicha de asistir, que sintetiza a la perfección el atractivo problema en el que nos encontramos: “Para cada problema complejo hay una solución simple. Y está equivocada”.
LA FALACIA DEL CONTROL TOTAL
Durante mucho tiempo, los directores de empresas han operado bajo la ilusión de que la estabilidad y el éxito se logran mediante un control estricto y una planificación detallada. Sin embargo, este enfoque ha demostrado ser limitado en un entorno donde las variables cambian constantemente y las interacciones entre los actores son complejas e impredecibles.
La teoría de la complejidad propone que las organizaciones se parecen más a sistemas vivos que a máquinas, y como tales, deben ser capaces de adaptarse y evolucionar de manera continua.
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¿Y cuáles son los modelos de gestión inspirados en la complejidad?
Las organizaciones adaptativas descentralizan la toma de decisiones permitiendo la adaptación rápida al cambio. Empresas como Globant en Argentina han adoptado estructuras organizativas ágiles, donde los equipos trabajan de manera autónoma y se adaptan rápidamente a los cambios en el mercado tecnológico. Este modelo es clave en un entorno donde la velocidad de la innovación puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
La empresa colombiana Rappi elaboró un modelo de innovación abierta y crowsolving que ha explotado el poder de la economía colaborativa para crear un ecosistema en el que los usuarios no solo compran, sino que también participan como repartidores, adaptándose a las necesidades del mercado en tiempo real. Esto muestra cómo la apertura y la colaboración pueden impulsar la innovación y la adaptabilidad.
Por otro lado, la empresa TriCiclos, en Chile, es un ejemplo de cómo una empresa puede basarse en redes y la economía circular para maximizar la sostenibilidad. Al conectar diferentes industrias y promover la reducción de residuos, demuestra cómo los modelos basados en la complejidad pueden abordar problemas globales como la sostenibilidad de manera eficaz.
CAMBIANDO EL MINDSET: DE LA MÁQUINA AL ORGANISMO
Para los directores de empresas, este cambio de paradigma no es opcional. La transformación del pensamiento de gestión requiere abandonar la ilusión del control total y adoptar una mentalidad que valore la flexibilidad, la autoorganización y la adaptación continua. Esto significa fomentar una cultura donde el error y la experimentación son vistos como oportunidades de aprendizaje y donde las decisiones se toman basándose en datos y en la capacidad de respuesta a los cambios en el entorno.
El éxito de empresas latinoamericanas como NotCo, en Chile, que utiliza inteligencia artificial para desarrollar productos alimenticios innovadores, o Agrosmart, en Brasil, que crea redes inteligentes para optimizar la agricultura, demuestra que es posible prosperar en la complejidad. Estas empresas están liderando la transformación hacia un nuevo paradigma donde la adaptabilidad y la innovación son los motores del crecimiento.
UNA CONCLUSIÓN POSIBLE
La teoría de la complejidad nos enseña que las organizaciones exitosas no son aquellas que intentan predecir y controlar el futuro, sino aquellas que están preparadas para adaptarse y evolucionar con él. Los directores que no cambien su mindset corren el riesgo de quedar atrapados en un modelo de gestión obsoleto, incapaz de enfrentar los desafíos de un mundo cada vez más complejo. Es hora de que las organizaciones dejen de verse como máquinas y comiencen a operar como organismos vivos, capaces de responder, aprender y crecer en un entorno dinámico y en constante cambio.
Este cambio de mentalidad, apoyado por ejemplos de éxito en América Latina, es esencial para la supervivencia y el crecimiento en la economía global del siglo XXI.
(*) Inversora ángel. Miembro de diversos boards. Mentora. Facilitadora en la creación de empresas.