Por Silvio Santamarina
Con su gesto de “renunciamiento”, Mauricio Macri movió una ficha que comienza a destrabar el asfixiante escenario de tablas que se había instalado en el ajedrez político argentino. Hay quienes interpretan el paso al costado del expresidente como un reconocimiento tácito de que no le dan los números reflejados en las encuestas. Otros estiman, con malicia, que su grado de vocación como estadista no está a la altura del fenomenal desafío que plantea la situación socioeconómica que le espera al próximo gobierno.
También podría sospecharse que ambos factores condicionaron la decisión de Macri. En cualquier caso, la movida del inventor del PRO acelera definiciones electorales, tanto en la interna opositora como en la de la coalición gobernante. Y eso es bueno, aunque todavía no quede claro para quién.
Lo que sí puede sostenerse es la hipótesis de que el anuncio de Macri devuelve una pizca de la sensatez perdida en el debate político nacional. ¿Acaso no es evidente que la irrupción del “fenómeno Milei” expresa la desolación de buena parte del electorado, tras dos períodos fracasados que protagonizaron ambos polos de la tan mentada “grieta”? En toda sociedad donde surge un candidato antisistema, es obvio que la causa no es el descontento popular con un solo partido de gobierno, sino con todo el establishment que tuvo la oportunidad de gestionar el poder en los últimos años.
En nuestro caso local, tanto Macri como Cristina Kirchner encarnan ese hartazgo social, tal como indican los sondeos de opinión sobre la imagen negativa de ambos líderes.
Es cierto que el kirchnerismo salió presuroso a comparar la maniobra macrista con la decisión demorada que le exigen a Alberto Fernández, cuyos números en las encuestas aconsejarían que se baje de una eventual candidatura para la reelección. Pero en realidad, si se trata de imágenes negativas ante la sociedad, la Vicepresidenta debería hacerse cargo tanto como su Presidente de la dura evaluación que hoy pesa sobre el Gobierno.
Aunque la carta en la manga estaba lista desde el mismísimo momento en que Cristina designó al candidato presidencial de su fórmula, no es tan seguro que vaya a funcionar ahora en las urnas el truco de responsabilizar a un solo Fernández del fracaso de un modelo impulsado por ambos Fernández. Digan lo que digan desde la militancia K, las encuestas sugieren que, hoy por hoy, Cristina está condenada a ser castigada electoralmente por aparecer más como parte del problema que de la solución, tanto de la crisis del país como del peronismo.
Sin embargo, el cristinismo prefiere concentrarse en otra condena: la que viene de la Justicia, rechazada como un plan de “proscripción”, como un caso típico de Lawfare. Pero no conviene quedarse con la certeza de que tanto Cristina como su círculo incondicional temen que la Jefa pueda ir presa. ¿No será que, haciendo de la necesidad virtud, la situación judicial de Cristina pueda ser aprovechada por los estrategas K para inflar un “operativo clamor” que patee, una vez más, el tablero electoral en beneficio del kirchnerismo?
Sea como sea, una hipotética imitación por parte de Cristina del gesto renunciante de Macri le devolvería al electorado la chance de votar más por modelos concretos en pugna que por simpatías y enconos personalistas que hoy no simplifican la oferta electoral, sino que la complican.
No hay que olvidar que el funcionamiento del peronismo como un mecanismo coordinado depende desde hace ya un tiempo de la figura de los “intermediarios”: tanto Daniel Scioli, como Alberto Fernández y Sergio Massa representan la dificultad de Cristina para amalgamar, con su mera presencia, al kirchnerismo con el resto del peronismo.
El renunciamiento de Macri pone en evidencia, como un tiro por elevación, esta vulnerabilidad del plan K para disfrazar su deseo de continuidad con la ropa vintage del “Luche y Vuelve”. Tal vez sea ese el principal efecto esclarecedor de la jugada del expresidente. Solo falta ver si Cristina también lo entiende así: en ese caso, pronto podría haber novedades fuertes desde el Instituto Patria.