Leyendo:
Debate 2023: cinco personajes en busca de un sillón
Artículo Completo 7 minutos de lectura

Debate 2023: cinco personajes en busca de un sillón

Para entender más profundamente la performance de los candidatos presidenciales, Newsweek le propuso a la prestigiosa psicoanalista e intelectual Silvia Ons que ensayara el perfil psicológico de cada participante del debate. Por qué el coaching actoral no tapa la falta de “agalma”.

Por Silvia Ons (*)

De algún modo, en los debates presidenciales la gente busca el teatro. Los candidatos son personajes. Y la gente participa de esa obra. El discurso político se ha separado tremendamente de la realidad de lo que le está pasando a la gente. La incertidumbre es terrible, porque genera angustia. Cuando ese discurso no habla de lo que le pasa a la gente, se genera una increencia, y florecen estos personajes acartonados, faltos de agalma. Agalma es un término del ámbito de la psicología que significa brillo, luminosidad interior, un objeto precioso escondido como un tesoro, pero que se puede percibir en el fondo.

Esa falta de agalma se hace evidente en lo acartonados que parecieron todos los candidatos en el primer debate previo a las elecciones de octubre, todos tratando de mantener un dominio; tal vez por un exceso de preparación. Ejecutaron discursos técnicos y no se dejaron tomar por las preguntas del otro. Estuvieron a la defensiva y se notó de manera muy clara la falta de retórica. Ese acartonamiento los aleja cada vez más del pueblo, con un formato que favoreció que esos encuentros fueran fríos.

En esta obra, cada uno encarnó un personaje -o intentó hacerlo- para convencer a los argentinos.

Creo que Myriam Bregman fue la más libre, la más suelta, presentando un discurso no tan performateado. Pero también podría decirse que tuvo un discurso más purista porque no se “ensució” con ninguna gestión ejecutiva, de ahí su elocuencia y su base para hacer críticas. Desde luego, criticar no es tan difícil; el problema es hacer.

En contraste, a Patricia Bullrich la noté muy acartonada. Ya es evidente que no tiene capacidad discursiva, pero sí tiene capacidad de ataque y de contraataque. Incluso podríamos decir que su fuerte es la defensa. Pero todas sus inseguridades, que se notan particularmente cuando se refiere a la economía, intenta velarlas con emblemas que la trasciendan: su traje blanco representando “la Patria” (estaba vestida de blanco y celeste en la primera ronda), su escarapela, su cruz.

Vale hacer un paréntesis para señalar lo interesante que resulta ver cómo se ha utilizado el atuendo. Por ejemplo, el de Bregman en el primer debate fue claramente la representación de la cuestión feminista (plasmada en el color verde del popular pañuelo), una defensa de los derechos y las reivindicaciones de las mujeres, y marca también una fuerte contraposición a Milei, a quien noto (y no soy la única) en una cerrada defensa del machismo. Ambos se constituyeron, respectivamente, en representaciones de las dos consignas: feminismo y machismo.

MILEI Y EL ATRACTIVO LIBIDINAL

Pero dentro de esa falta de agalma, de brillo, hay una excepción: Javier Milei. Más allá de que a alguno pueda gustarle más o menos, es el más agalmático. Aunque sus propuestas podrían ser entendidas, de manera positiva o negativa, como “destructivas”, la gente puede identificarse con él -mucha gente, como se vio en las PASO, y no hay que menospreciarlo-, porque acoge componentes libidinales: la pasión, la rabia, la libido y la ironía frente a los semblantes de la clase política.

Milei es el que toma el cuerpo de muchos votantes, el cuerpo irritado, el cuerpo machista, el cuerpo que ironiza a través de una gestualidad en la que muestra que se sabe posible ganador. Él representa la ironía frente a la clase política.

De hecho, su intención de voto crece dentro del grupo masculino, un grupo que tiene un gran rechazo frente a la extralimitación del feminismo, un grupo de machos que se siente debilitado ante el empoderamiento femenino. Allí, Milei es una figura que se levanta. Más allá de las propuestas, creo que lo que lo ha motorizado hasta ahora es ese aspecto libidinal.

Pero también el afectivo: mucha gente tiene una suerte de enamoramiento, con lo peligroso que eso es. Freud plantea que el enamoramiento es ciego y que cuando uno quiere convencer a una persona de que ese enamoramiento puede ser tóxico, no valen los argumentos. El conflicto estalla cuando desaparecen esas máscaras y sucede otra cosa.

Sergio Massa y Javier Milei. Foto: Tomas Cuesta/Pool via REUTERS

De todos modos, Mieli trató de controlarse durante los debates y de que se lo identificara en el lugar de un presidente. Pero no limitó para nada sus gestos, sus muecas, y eso atrae a la gente. Hay gente que siente simpatía por este tipo de personaje. Y no es despectivo: es realmente un personaje. Su gesto burlón refleja al “hombre común”, por así decirlo, a los jóvenes, mayormente varones, que se ríen de la clase política. Como si no importaran demasiado las consecuencias.

Milei ha impulsado la idea de “partir de cero”, lo cual hasta parece algo infantil. Suele repetir y enfatizar la palabra “punto”, como si todo lo anterior se pudiese borrar. Claramente algo de ese rasgo infantil se verifica también en su rostro. Por un lado está la cuestión machista, irónica, sarcástica; por el otro, un gesto infantil. Oscila entre “el león” y “el gatito”, parafraseando a Bregman.

Me gustaría hacer mención también al pelo de Milei (o peluca, según algunos), que también es un símbolo que denota estar en contra de los políticos tradicionales. Y eso genera empatía en muchos.

MASSA EL DESMENTIDOR

Durante el primer debate, a Massa se lo notó en ese lugar de estadista, e incluso su discurso fue bastante consistente en relación a lo que propone. No obstante, resultaba muy fácil para los demás atacarlo por su gestión como superministro.

Debate 2023: qué dijeron los candidatos sobre economía y cómo bajar la inflación

Y en su rostro estaba la vergüenza. Yo no sé qué le pasó, pero su rostro estaba enrojecido. Tal vez había tomado mucho sol, pero eso realmente no importa. Lo que se percibió fue un indicador de vergüenza.

Pero Massa no podía ocultar la vergüenza por la gestión, no solo en el rostro, sino también a través de un mecanismo del psicoanálisis que es el “ya lo sé, pero aún así”. Es un mecanismo vinculado con la desmentida. Sería algo así como “ya sé lo que está ocurriendo en mi gestión, pero aún así hay esperanza” o “pero aún así puede haber otra cosa”. Ese punto de desmentida lo hace poco creíble, más allá de que su discurso haya sido bastante consistente y sus propuestas hayan sido claras.

CÓRDOBA Y EL PASADO

Sea cual sea la razón política, Juan Schiaretti no fue atacado por sus adversarios. Y tal vez eso le permitió transmitir la seguridad que siente sobre su gestión como gobernador de Córdoba. Se lo notaba muy seguro, al contrario de lo que evidenció Massa. Yo creo que su relato no disgustó porque no tenía contradicciones, porque se apoyaba demasiado en Córdoba, pero no planteó cómo eso se podía trasladar a la Nación. Y tal vez esa haya sido su debilidad.

Finalmente, otro punto negativo es que apeló mucho a la historia, a lo que ocurrió en su gestión en Córdoba, a su trayectoria, a su historia juvenil. En ese sentido, quizás represente al pasado y no está claro cómo se proyecta al porvenir, teniendo en cuenta que existe una fuerte disputa por el voto joven.

Los cinco personajes protagonizaron una gran obra de teatro, tratando de no salirse de un guion trazado milimétricamente. En el público está saber entender los mensajes, los símbolos y, desde luego, discernir qué es realidad y qué es ficción.

(*) Psicoanalista, miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis

Ingresa las palabras claves y pulsa enter.