Por Gustavo Sylvestre
Los hechos de represión violenta acaecidos en Jujuy, donde Juntos por el Cambio demostró lo que está dispuesto a hacer con los que piensan diferente o se paran frente al quite de derechos adquiridos; y el reciente cierre de listas en el oficialismo, donde se terminó consensuando una fórmula que representa a los sectores internos de la coalición, demostró que el diálogo en la política es imprescindible para lograr consensos y acuerdos que contengan a todos.
La grieta que enferma a nuestro país ha hecho que lo imprescindible se vuelva mala palabra: dialogar, consensuar, acordar, debatir. Y que hasta aquellos que durante toda su vida política creyeron en esas virtudes, por seguir discursos de dureza extrema, abandonen esas prácticas y se pongan en las antípodas de lo que pregonaron.
Cuando en 1993 el expresidente Carlos Menem lanzó la idea de reformar la Constitución Nacional, con el solo objetivo de permitir la reelección en el cargo, el líder radical Raúl Alfonsín planteó la necesidad de un acuerdo político, mal llamado pacto, que permitiera readecuar nuestra sabia Constitución de 1853 a los tiempos modernos e incorporarle derechos internacionales para proteger a sectores vulnerables de la sociedad. Y nuevas instituciones que permitiesen a la Democracia un mejor desenvolvimiento.
Eran dos hombres de la política, con diferencias, pero con capacidad de diálogo y de buscar acuerdos. De llegar a un punto en común, que contemple ambas posiciones. Eso hoy es imposible en esta Argentina de la grieta permanente.
Jujuy ha marcado que no puede un gobierno llevarse puesto a sus propios ciudadanos, por caprichos políticos o marketing electoral. El gobernador Morales aprovechó la represión por él ordenada para hacer subir sus acciones internas en JxC y aportarle la cuota de «halcón» a la fórmula con Rodríguez Larreta. Pero deja detrás a sectores postergados durante estos años, que buscan visibilidad, y a los que se los trata de esconder a palazos. Y un acuerdo realizado entre gallos y medianoche con un peronismo que ha sido socio en el odio contra Milagro Sala.
Es en esa provincia donde la izquierda más ha crecido en las últimas elecciones, por haber sabido canalizar y encauzar democráticamente los reclamos sociales. Ahí no hay diálogo. Y explotaron los conflictos.
El otro ejemplo se dio en la coalición oficialista, donde el diálogo entre el Presidente y su Vicepresidenta está cortado desde hace algunos meses. Y donde nunca se pudo, ni siquiera institucionalizar una mesa de conducción. La reacción de los gobernadores peronistas, viendo que el poder se les podía escurrir de las manos en la próxima elección presidencial, producto de no consensuar una fórmula que les permita competitividad electoral, hizo que golpearan las puertas del Presidente y de la Vice, y que auspiciaran una mesa de negociación política, que terminó satisfaciendo a los sectores mayoritarios de la coalición.
Allí quedó demostrado, una vez más, que la búsqueda de consensos, a través de un dialogador y armador nato como Juan Manuel Olmos, que pudo sentar en una misma mesa a los protagonistas, es lo primordial también para la vida interna de los partidos políticos. Y puso en la cancha una fórmula presidencial, capaz de competir y disputar el poder a sus adversarios.
Todo esto se deberá completar ahora con el debate de un programa de gobierno que le ofrezca a la sociedad un Norte, una guía que indique hacia donde puede ir el barco en el que estamos todos, porque las buenas o malas decisiones terminan afectando al conjunto, no importa de qué lado de la grieta estés.
Hay que volver a lo que el Papa Francisco denomina (y se extraña) «políticos de raza», dispuestos a tomarse un café juntos, y que eso no signifique, como en el presente, un hecho «grave» para nadie. Volvamos a incluir en nuestro vocabulario diario las palabras Diálogo, Consenso y Debate. Es urgente.