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El acierto del renunciamiento
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El acierto del renunciamiento

Por Oberdán Rocamora, alias Jorge Asís

Aún con Mundial y con Messi, se hablaba exclusivamente de La Doctora. Comentaristas unánimes intentan interpretarla.

La doctorología es un sistema de conocimientos que alcanza ribetes patológicos. Los vocacionales se esmeran en argumentaciones para atacar o defender. Es el perfil de la misma moneda. Porque lo importante es hablar de ella. Quién interesa, porque vende, es La Doctora. Tratar sus desbordes garpa, aunque se la descalifique por desbordada.

La convierten primero en víctima y la masacran después por victimizarse.

Para su mal o su bien, corresponde desmenuzar. Indagar entre sus contradicciones con la objetividad limitada. Sin escalas se pasa de la obstinación por lograr su condena a la celebración autorreferencial por haberla condenado.

Con la centralidad en el bolso, con la atención colectiva asegurada, La Doctora envuelve, como la perfecta Serpiente, a los detractores y los admiradores, cautivados todos entre los pliegues del penúltimo acierto.

Así como los durmió en 2019, a seguidores y denostadores, cuando se designó candidata a la vicepresidencia por intermedio de un tuit, la condenada de 2022 los vuelve a dormir con la extravagante confirmación de no ser más nada. Ni candidata a senadora ni a presidenta. No está dispuesta a ser una política protegida por los fueros.

Después del 10 de diciembre de 2023 los cuantiosos enemigos tienen piedra libre para detenerla. Si es que antes no recurren, como sugiere, a la pendiente alternativa de asesinarla, a través de sicarios marginales preparados para proporcionarle un tiro en la cabeza.

El dramatismo de la ópera rock no tiene desperdicios. Es para Lady Gaga. Conmueve, extiende la problemática preferida de los comentaristas que evitan caer en el vacío. Solo deben ocuparse, con imanado horror, de La Doctora que los coloniza mentalmente.

¿Habrá que creerle? ¿No será otro ardid? La duda intensifica el mantenimiento de la centralidad. Perplejos, angustiados, los doctorólogos continúan con el esmero formal.

De pronto el peronismo debe habituarse a la orfandad opaca. Justo cuando reposaba su larga siesta con una madre protectora que los conducía sin convicción. En adelante, cada peronista debía preocuparse por encontrar en su mochila el bastón de mariscal. O un miserable palito de radiestesia que facilite la vaga idea de bajar alguna línea y tomar la utopía del mando.

La Doctora concentra una infinita colección de puntos de vista para abordar su compleja actualidad. Es fuente inagotable de análisis apresurados. La noción del Mal es la figura que debiera agotarse en ella. El Mal debiera ser identificado con ella.

Pero con la condena a La Doctora se abrieron generosamente las puertas del infierno. Para todos. Transitoriamente los beneficiarios se sienten protegidos.

Abundan los corruptos que torpemente creen que la corrupción concentrada en La Doctora facilita que se mantenga la omertà (acuerdo de silencio) sobre el verdadero origen de tantas fortunas simuladas.

Jorge Asís

Las puertas del infierno que se abrieron para La Doctora garantizan las próximas indagaciones sobre las tenencias de meritorios dirigentes de Juntos por el Cambio. Varios no soportan el rigor de un tenedor de libros, como para justificar una auditoría elemental sobre los declarados fondos blancos. De los negros, mejor callar.

Deben también esmerarse los cuidados de determinados “esposos runflas” de admirables denunciantes que exhiben su vocación por la transparencia en los canales de cable de los grandes medios de comunicación.

Los “runflas” suelen anotarse con gallardía para las comisiones y hasta facturan el comportamiento selectivamente decente de las denunciantes amigables con los medios que dejan de ser imprescindibles para garantizar la tranquilidad de nadie.

Los aciertos, como el catálogo de errores, le brindan holgadamente a La Doctora el ejercicio hegemónico de la centralidad. El problema reside en que los errores banalizan los aciertos.

Y algunos fueron profundamente destacables. El incierto acierto de su hallazgo como vicepresidenta derivó en un gobierno fallido del que lúdicamente trata de despegarse.

El acierto del renunciamiento a las candidaturas es otra muestra de sensatez. Evita la perjudicial lealtad del Operativo Clamor.

Alude en la práctica al deseo de recuperación de la Argentina. Faena imposible si otra vez los candidatos presidenciales vuelven a ser La Doctora y Mauricio Macri, El Ángel Exterminador.

El acierto del renunciamiento de La Doctora arrastra también la pedantería electoral de Mauricio.

A la inversa de la ocurrencia de Miguel Pichetto, El Lepenito, para el país es una ventaja que se dispute la presidencia entre los suplentes que vienen relativamente liberados del extraordinario caudal de negatividad de los titulares.

Es el turno de Horacio Rodríguez Larreta, Geniol, o de la señora Patricia Bullrich, La Montonera del Bien. Ambos cometieron el error de celebrar el triunfo de la justicia sobre la corrupción, sin tomar con seriedad aún el riesgo de la apertura de las puertas del infierno. Deben compartir la aspiración con los radicales enviagrados. Gerardo Morales, El Milagrito, y Facundo Manes, Cisura de Rolando.

Y combatir con los peronistas que se topan con la agradable sorpresa de la orfandad. Los comentaristas suelen detenerse en Sergio Massa, El Profesional, o en el doctor De Pedro, El Wado, o en Axel, El Gótico. Aún no registran como debieran a la alternativa regional que representa Juan Manzur, El Menemcito.

Pero el acierto del renunciamiento es banalizado por el error de identificar un causante de la debacle. Y asociarlo, sin mayor rigor, a la sólida cultura de la mafia. Con Héctor Magnetto, El Beto, titular del Grupo Clarín, garantía temporaria de su integridad, La Doctora comete la precipitada arbitrariedad del exministro Domingo Cavallo con el empresario suicidado Alfredo Yabrán. Confundir la ventaja derivada de la posición dominante, con el fenómeno criminal de la mafia.

Consta que en una mesa de pesados de verdad, del tipo Riina o Luciano, un miembro del Cartel de Chivilcoy como Magnetto no hubiera podido cortar el queso para la picada ni servir el vino Chianti. Y Pablito, aunque se hubiera presentado con el gesto desafiante de Al Pacino, menos.

Significa confirmar que La Doctora, en su monólogo posterior a la condena, banaliza a la mafia y caricaturiza a los mafiosos vulgarmente románticos y brutales del realismo italiano.

El comportamiento descuidista de Magnetto nada tiene que ver con la violencia de la Cosa Nostra. Tampoco con la Camorra que perseguía al colega Roberto Saviano, y ni sostenía la comparación con la Ndrangheta, la Calabresa.

Fenómeno estancado del Siglo XIX que es bastante más moderno que el sistema mafioso del Japón, levemente diferenciado de la bestial Triada China o de la carnicería del delito ruso agravado en el último tramo del Siglo XX con la perestroika y la glasnost.
Argentina padece otro estilo corporativo. Su sociedad está trabada y condicionada por el factor trucho, que también a su modo es cultural.

El motivo estructural del atraso, del anquilosamiento y del laberinto, es la truchada como metodología fundacional. El factor trucho es dominante. Con su carga frívola de apariencia y con la hegemonía de la falsedad.

La Doctora se introduce en la profundidad del error cuando, para referir su teoría, recurre a Los Peregrinos del Lago Escondido, que no presentan ninguna clave donde persista el fenómeno de la mafiosidad.

La peregrinación deschaba apenas las truchadas de los juristas, los espías, o los ejecutivos de medios de comunicación, en las proximidades del Lago okupado por un inglés que es infinitamente más trucho que la totalidad de la situación descripta. Donde se muestra el factor trucho cuando La Doctora se obstina en encontrar a la mafia.

“Aquí no hay mafia, Doctora, olvídese, sobran los truchos”. La ética irreparablemente dominante de la truchada: “Made in Argentina, to the world”.

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