La grieta no sorprende y tampoco es novedad, por el contrario, nos acompaña como parte de nuestra identidad. Unitarios y federales, azules y colorados, peronismo y antiperonismo, kirchneristas y macristas son algunas de las polarizaciones que tomó la identidad argentina a lo largo de la historia. La grieta es debate y argumentación y existe un componente de orden y costumbre detrás de ella.
En una instancia de extrema vulnerabilidad social y económica, el Presidente asumió con la intención de unir a los argentinos y ser el centro de diálogo entre los distintos sectores. Alberto Fernández fue elegido presidente en el 2019 anunciando que la venganza, la grieta y las divisiones se terminarían. A casi 3 años de ese momento, el partido político que ganó las elecciones sufre una fuerte inestabilidad interna que se refleja en la ausencia de un camino claro y se refuerza en la ausencia de toma de decisiones que provoca desconfianza no solo en su electorado, sino también a gran parte de la población. Esto, lejos de unir, ha profundizado diferencias.
En una sociedad cada vez más marcada por los opuestos, los pensamientos e ideologías reflejan respuestas divergentes y extremas a problemáticas sociales.
Nuestros estudios muestran que, frente a la consulta sobre si creen que los dirigentes políticos contribuyen a cerrar o por su contrario a ampliar la grieta, la opción de la ampliación supera el 50%. Las últimas investigaciones realizadas hablan de dirigentes políticos que, en lugar de trabajar por la unión, (incluso siendo esto eje principal de campaña), contribuyen a desunir una sociedad que necesita puntos de apoyo para superar problemas que nos atraviesan a todos.
El problema radica en que esta segmentación se ha convertido en un arma efectiva de táctica política. En campaña a muchos dirigentes termina resultándoles funcional, ya que cuanto más se posicionan en los extremos, captan la atención de quienes están de ese lado de la grieta y esto refleja la suba de adhesiones a candidatos que representan aún más los extremos ideológicos.
Esto genera dos grandes problemas. Uno de ellos es que, si bien inicialmente la grieta pretende ordenarlo conformando dos partes de un mismo cuerpo, a la larga termina dividiendo a la sociedad y tergiversando los gustos partidarios. En este sentido, la presencia de un nuevo jugador, que disrumpe la continua lucha entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, obliga a los dirigentes a buscar consensos y por lo tanto una mayor necesidad de llamar al diálogo entre los diferentes polos partidarios.
El otro problema no menor tiene que ver con la gobernabilidad, más allá de la elección. La respuesta a este punto parece ser la misma, simple aunque no fácil: también es necesario el diálogo y el consenso entre los diferentes espacios políticos para generar confianza y eso no lo logra un espacio político que fomente la grieta, que imposibilita que la Argentina pueda desarrollarse en paz.
¿Seremos capaces todos de construir en conjunto? Sin duda llevará un gran esfuerzo. Cerrar la grieta no es suprimir el conflicto sino reconocerlo, organizarlo y encauzarlo pacíficamente, con astucia política y capacidad de gestión.
(*) Mariel Fornoni es Doctora en Economía y Empresariales y socia directora de Management and Fit.