Por Manuel Zunino (*)
Con el resultado de la elección puesto, sólo queda analizar hacia atrás las razones del voto a Javier Milei y hacia adelante la construcción de consensos para implementar su programa de gobierno.
Ambas cosas se relacionan y no pueden escindirse. Las motivaciones y expectativas del electorado permiten entender el marco en el cual puede, a partir de sus acciones, construir apoyos o suscitar resistencias.
Primero, para entender el resultado del balotaje es importante pensar el clima de época y el ánimo social en el cual se afirmó la campaña de Milei. Así como en 2015 se impuso el significante “cambiemos” y en 2019 “saquemos” (a Mauricio Macri), este año -de acuerdo con lo que registramos en los estudios de opinión pública- el significante que predominó fue “probemos”.
Ante una situación económica crítica y con un gobierno carente de repertorio para dar respuestas, el malestar se acrecentó. Ni Unión por la Patria ni Juntos por el Cambio (que carga con el recuerdo negativo de su gestión 2015-2019) pudieron diseñar una alternativa confiable para la mayor parte del electorado.
En cambio, Milei tuvo el acierto de construir una narrativa efectiva que lo diferenció y le permitió romper la polarización. Se presentó como una opción considerada distinta, sintetizó el descontento y entre tanta desconexión conectó. Quien vea en sus votantes pura bronca se equivoca.
El encuadre que construyó tiene un trasfondo común que aglutina a sus seguidores: las causas y los responsables de los problemas del país son los representantes de lo que denominó “la casta”, y deberán ser ellos los que paguen por los efectos de sus errores.
Todo está por verse: el triunfo de Milei, las nuevas alianzas y la reconstrucción opositora
Para volver efectivo ese relato debió plantear además una solución, una salida. Allí radica una particularidad del fenómeno: no hubo durante la campaña un camino y un Milei, sino varios.
Estrategia zigzagueante y comunicación digital a perdigones de La Libertad Avanza, centrada en la microsegmentación y la posibilidad de vender un candidato para armar a gusto del consumidor. Hasta el momento, el inicio del nuevo mandato genera un nivel de expectativa considerablemente alto, en parte porque no terminó de quedar claro su programa de gobierno.
Las razones expresadas por sus votantes son de lo más diversas. Desde eliminar la “ideología de género”, hasta sacar a los niños de la calle o bajar los impuestos que se aplican a la compra de videojuegos, entre muchas otras. Así fueron, poco a poco, construyendo un Milei a su imagen, necesidad y semejanza.
Un dato evidente pero no menor es que el 56% que lo votó en el balotaje incluye los más de siete millones que optaron por él en las primarias y las generales, así como siete millones que habían votado por otras fuerzas y no eligieron estrictamente las ideas libertarias.
Frente al desafío de representar y conformar a todos, deberá ser cauto y no asumir internamente una lectura errónea del respaldo recibido, ya que lo acompañó un electorado demasiado heterogéneo y que, además, en buena medida espera que no cumpla algunas de las cosas que dijo en campaña (por ejemplo, arancelar la universidad pública).
Por otra parte, en estos días de transición se abren dos interrogantes que hacen a la dinámica de funcionamiento del nuevo gobierno: la influencia de Mauricio Macri en la conformación del equipo y el tipo de liderazgo que ejercerá Milei, ya que es un auténtico outsider, sin registros conocidos de su forma de conducir una organización.
Estamos ante una sociedad con muchas demandas y poca paciencia, en la que no hay lugar para el largo plazo en la cabeza de la gente. Es el momento de Milei, pero por definición un momento también puede ser un instante que corre el riesgo de ser más o menos fugaz, en términos de apoyo de la opinión pública.
(*) Sociólogo y director asociado de Proyección Consultores