Es impresionante el nivel de crítica sobre el nuevo gobierno, que no lleva en el poder más de una semana. Todos los que guardaron silencio durante los cuatro años oprobiosos del último gobierno kirchnerista están ahora protestando, amenazando con planes de lucha y apareciendo en los medios para opinar acerca de la situación económica.
Sin lugar a dudas, el podio de los infames lo tienen, claramente, los sindicalistas, que no sólo se mantuvieron callados durante los cuatro años de Alberto Fernández, sino que, además, apoyaron explícitamente a Massa en la campaña, uno de los grandes responsables del desastre económico que el gobierno actual intenta parar.
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Los sindicalistas argentinos se han acostumbrado tanto a vivir como millonarios que ya no disimulan que su única vocación es hacer negocios y hasta dan un poco de risa cuando hablan de los trabajadores.
Las medidas que anunció el gobierno son medidas de emergencia para tratar de parar el desastre heredado por el PJ, que en lo últimos años sólo se dedicó a tratar de conservar el poder para seguir haciendo negocios. Esa mezcla de mala praxis y corrupción, que es la marca registrada de los K, destrozó la vida económica y la seguridad de los argentinos. Nunca más hay que dejarse psicopatear por esta gente. Nunca más.
Son los responsables de la decadencia argentina y, ante cualquier ataque que hagan, hay que recordarles que la gente está sufriendo por culpa de ellos y que son ellos los culpables de que Argentina sea un paciente gravemente enfermo. El tratamiento fuerte que hay que hacer ahora es para tratar de salvar al paciente; y el tratamiento es duro, pero sin terapia dura no habrá salvación. No hay más caminos intermedios: la cirugía debe ser mayor.
La diferencia entre la situación durante el gobierno de Fernández, CFK y Massa es que ahora toca pasarlo mal para intentar mejorar. Como dijo la lúcida de Cayetana Álvarez de Toledo: “Pasar del sufrimiento inútil al sacrificio útil”. Claramente, durante la era K, no sólo la gente estaba mal, sino que, además, no existía perspectiva de mejora alguna.
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En otro orden de cosas, todos los aspectos de la vida pública en Argentina parecen estar pervertidos. Patricia Bullrich anunció un protocolo antipiquetes y ya aparecieron muchos de los actores del fracaso argentino a manifestarse en contra y a hablar de represión.
A esos adalides del fracaso hay que explicarles que cuando alguien corta una ruta, una avenida o un puente lo que está haciendo es ejercer un acto de absoluta violencia para con el que quiere circular libremente. No se trata, como dicen falsamente, de prohibir manifestarse. Es delirante tener que explicar esto, pero el derecho a manifestarse no está por encima del derecho a circular.
Una cosa es manifestarse en la vereda, en una plaza, en el marco de una manifestación autorizada y, en lo posible, durante los fines de semana, y otra, muy distinta, es cortar una avenida o una ruta sin previo aviso, complicándoles la vida a quienes deben o (simplemente) quieren pasar por aquel lugar.
Lo que sucede en la Argentina no sucede en ningún lugar del mundo y, el que diga lo contrario, miente. Casi a diario, la gente tiene que adivinar dónde se va a desatar un corte que le complicará la vida y le hará perder tiempo. Vale aclarar que son muchas más las personas que se ven perjudicadas por los cortes que las que se benefician de los mismos.
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El piquetero que corta no tiene más derecho que el que está trabajando o circulando y ve interrumpido su camino. El orden no es autoritario. El orden, por el contrario, es sinónimo de organización civilizada y el poder político debe garantizar ese orden para que los ciudadanos puedan ejercer sus derechos.
Argentina no puede vivir en la anomalía. Tiene que salir de esa matriz autoritaria en la que vive inmersa hace años, donde hay minorías que creen que sus derechos valen más que los de otros. Eso pasa en todos los órdenes y mucha gente ha tirado mucho de la cuerda.
Lamentablemente, el autoritarismo está inyectado en toda la sociedad luego de haberlo padecido tantos años. El Teatro Argentino de la Plata, que depende de la administración de Kicillof, desplazó a un cantante de una obra por cuestiones ideológicas. El cantante lírico Christian Peregrino se había manifestado en redes sociales contra el escrache que le habían hecho a Milei en el Teatro Colón. Luego de eso, miembros del sindicato ATE lo declararon “persona no grata” y el teatro lo excluyó del Réquiem de Verdi que estaba ensayando.
En la Argentina enferma hay comisarios políticos que denuncian a gente por sus ideas y existen instituciones públicas que adhieren a esas derivas autoritarias y dejan a gente sin trabajo. Ese tipo de metodologías las usaban los nazis y los estalinistas. Ese autoritarismo enfermo es una señal de decadencia social. Para poder trabajar en algunos lugares en Argentina hay que seguir el relato oficial pseudoprogre, que no es ni más ni menos que un relato idiota y violento.
La Argentina del atraso haciendo todo lo posible para que nada cambie. Hay que estar atentos y no dejarles pasar una.