Por Darío Lopérfido
La exageración de la cultura woke ha hartado a mucha gente que no tiene nada en contra de ninguna minoría, pero que empieza a mostrarse reactiva a la exageración de discursos identitarios que van desde mensajes empresariales hasta adoctrinamiento escolar.
Todas las grandes empresas tienen oficina de marketing. Esas oficinas se han ocupado tradicionalmente de intentar que aumenten los consumidores y de fidelizarlos. En los últimos tiempos hemos visto como muchas de esas oficinas cambiaron esa tradicional metodología de trabajo por una distinta: hay empresas que hacen campañas para imponer ideas, aunque eso implique que haya personas que se alejen de las marcas que dicen representar. Algunas empresas creen que su función en el mundo es dar mensajes en lugar de ganar dinero, y las oficinas de marketing serían algo así como los nuevos evangelizadores.
La cerveza Bud Light era la cerveza más vendida de los Estados Unidos. La mayoría de los consumidores de dicha cerveza son hombres de clase obrera. Un día, a un “genio” de la comunicación se le ocurrió que su función no era la de hacer que su empresa fidelice y gane consumidores, sino pontificar acerca del colectivo LGTB, asociando la imagen de la cerveza a la activista transgénero Dylan Mulvaney. Filmaron un video con Mulvaney de protagonista con unas latas de cerveza Bud Light con su cara impresa. El resultado fue una catástrofe para la empresa Anheuser-Busch, propietaria de la marca Bud Light.
Las ventas cayeron inmediatamente, lo mismo que el valor bursátil de la empresa. Figuras del espectáculo como Kid Rock se pronunciaron en contra diciendo que dejarían de consumir la cerveza. Por otro lado, propietarios de bares dejaron de expenderla. La velocidad de las redes sociales hizo que la información corriera rapidísimo y, al día de hoy, Bud Light ha dejado de ser la cerveza numero 1 de los Estados Unidos.
El enigma es cómo tantos ejecutivos de empresas enormes creen que su oficina de marketing es para plantear postulados identitarios y no para vender más. La cultura woke pretendió crear un mundo en el que sólo existen sus ideas y sus postulados. Lo han hecho, en muchas oportunidades, discriminando al que pensaba distinto y utilizando prácticas fascistas.
El gran problema es que la gente que piensa así ocupa lugares decisorios en empresas e imaginan que deben evangelizar en causas en las que creen. El otro inconveniente es que la exageración y el autoritarismo han hartado a mucha gente que no tiene nada en contra de ninguna minoría, pero que empieza a mostrarse reactiva a la exageración de discursos identitarios que van desde mensajes empresariales hasta adoctrinamiento escolar.
El caso Rinaldi, el progresismo estalinista y las «prostitutas» del poder K
La gran mayoría de la gente no ataca minorías, pero, al mismo tiempo, no quiere que algunas de esas minorías les impongan lo que tiene que decir o pensar. Cada persona tiene derecho a elegir su sexualidad o su forma de vida. Esto esta clarísimo. Lo que no está bien es pretender que todos piensen lo mismo sobre cualquier tema y que, bajo amenaza de ser acusadas y perseguidas por no consumir al cien por ciento la agenda woke, las personas se sientan censuradas.
En ese caso se configuraría una dictadura de las minorías. Cuando eso sucede, se produce una reacción popular en sentido contrario, y eso es lo que estamos viendo cada vez con más frecuencia. Los que dejaron de consumir la cerveza no son mayoritariamente transfóbicos (como algunos los quieren calificar), simplemente están hartos de que les quieran imponer modelos. En Estados Unidos los trans no llegan al 1% de la población y una cerveza consumida mayoritariamente por hombres y por amplios sectores conservadores, usan una persona trans como imagen. Absurdo pero real.
La batalla cultural contra la dictadura woke hay que darla siempre. Se debe respetar a todas las personas en sus decisiones de vida, pero resulta intolerable un mundo en el que nos impongan lo que tenemos que pensar.
Mientras las oficinas de marketing sigan cometiendo estos errores, lejos de apoyar causas, lo que harán será dejar a los que dicen apoyar en el ridículo. Deberían recordar que los consumidores tienen poder y libertad para elegir. Y aquella gente del mundo del marketing debería recordar, además, que les deben su trabajo a esos consumidores.