Es es el peor de los mundos para Cristina: se develan sus manejos corruptos y no le queda otra que hacer un ajuste.
Si hay una imagen que sintetiza la corrupción sin límites del kirchnerismo, es la de José López arrojando bolsos con dólares en un convento. Cuando aquel episodio fue revelado, en una de las pocas entrevistas que Cristina Kirchner concedió, le dijo a Luis Novaresio que, al ver esa secuencia, sintió odio por López. Se mostró tan conmocionada al decirlo que debió pedir agua con voz temblorosa.
Los mensajes de chats que quedaron al descubierto en el alegato del fiscal Diego Luciani muestran otra cara de la historia y en particular otro vínculo con el inefable José López, que no sólo es el nexo entre ella con Lázaro Báez y el presidente de Austral Construcciones cuando desesperados porque terminaba el gobierno querían asegurar los últimos pagos de dinero, sino que da la instrucción del encubrimiento: “Hay que limpiar todo”, dice López. En las conversaciones, la entonces presidenta, es “la señora”. Es la que debe ver, decidir, coordinar y en definitiva dar el OK para todo, en especial los pagos. Es la jefa.
Corrían raudos los días finales del poder y faltaba una semana para que asumiera Mauricio Macri, cuando todo era frenesí para sacar expedientes de pago y, literal, “no dejar sensación de fuga”, según José López. Entonces, no parecía sentirse odiado.
Se entiende la furia del kirchnerismo duro y los mensajes desafiantes de La Cámpora: todo indica que habrá un pedido de prisión para Cristina Kirchner cuando el alegato llegue a su fin. Hoy, los muchachos, dieron a conocer un video de advertencia por si… “tocan a Cristina”.
Cuando se despeje la niebla de estas mañanas de agosto, y se callen los inusitados violines que sonaron en el Congreso en la despedida de Sergio Massa, quedará a la luz del día un ajuste inevitable por la catástrofe económica de la que se sabe lo que se padece pero que llegaría a niveles de terror según la información que va trascendiendo. Eso, y las promesas de encontrar alguna caja para evitar el colapso, es el cuadro desesperante que la llevó a Cristina Kirchner a encontrar en Sergio Massa, a quien siempre consideró un traidor, la última esperanza.
Sabe que a ambos los une el callejón sin salida. Con la imagen por el suelo, o hace algo, o con el desastre del gobierno y la economía, sólo queda el fin.
En el Congreso más que una renuncia, parecía estar ocurriendo la asunción de un presidente.
Sonaba el himno en cuerdas, Malena Massa lloraba emocionada en los palcos, Sergio Massa prometía volver 100 veces a esa casa del pueblo para buscar consensos, y nadie se acordaba del presidente.
Rara voluntad de consenso cuando impusieron como nueva presidenta de la cámara sin acuerdo con la oposición a la diputada Cecilia Moreau, conocida por la oscura trama de la noche de la ley de vacunas en la que fue la gestora de un cambio en el texto por el cual se bloqueó por un año la llegada de las vacunas Pfizer y Moderna en favor de amigos empresarios locales, chinos y rusos. Los chicos enfermos debieron pasar un calvario hasta que las vacunas norteamericanas que necesitaban pudieron llegar al país.
Luego de la pompa, vendrá la circunstancia para Massa. El que se hizo llamar Súper Ministro deberá ejecutar medidas que se llamen como se llamen serán el ajuste tan postergado en la fiesta de malgasto que propició el kirchnerismo recalentando hasta lo insoportable la inflación. Ayer el economista norteamericano Steve Hanke, que monitorea las monedas bajo presión, sugirió que al peso, con estos niveles de inflación “tienen que ponerle naftalina y meterlo en un museo”.
Son esos pesos que no alcanzan y que queman en las manos de los argentinos. Por eso, Massa buscará dólares sin sosiego e intentará regenerar algo de confianza con medidas pro-mercado. Pero también recortará más subsidios, aumentará tarifas, bajará gastos y revisará planes sociales. Ajuste y deuda, deuda y ajuste, dos sapos amargos que el kirchnerismo duro deberá tragar sin chistar, mientras sueñan con el día en que dirán «Ah pero Massa». No les queda otra que obedecer a la señal que ya recibieron de “la señora”, como le decía Lopecito, que se sacó una foto con el tigrense, para bajarles línea a los cumpas.
La esperanza en las relaciones de Massa con el establishment local y la creme de la creme norteamericana con la que supo hábilmente vincularse sustentan su misión. También el apoyo admitido por Roberto Lavagna.
Un cuadro financiero terminal con reservas casi cero, y máxima fragilidad hasta en los resortes que deberían ser intocables, además de su complicado frente judicial habrían convencido a la señora de aceptar lo que hubiera sido hasta hace muy poco, inaceptable. Algunos lo llaman, “un puente de plata” con los Estados Unidos.
Desde el país del norte, en medio de las expectativas por los anuncios de Massa, y a horas de su asunción, se conoció que la justicia norteamericana, pide incautar el avión iraní que aterrizó sospechosamente en nuestro suelo, a pedido de un juez de Washington y por haber violado sanciones a países que cooperan con el terrorismo. Pensar que eran sólo instructores de vuelo para el jefe de inteligencia local.
Aún más arduas pruebas de amor esperan si “ese puente de plata” con Estados Unidos busca ser exitoso. Tiempos tan amargos que incluso deban desairar, a los amigos de Venezuela e Irán y entregar el avión. ¿Los convencerá Sergio Massa? ¿O arriesgarán quedar pegados con los que están en la lista negra del Tesoro Norteamericano ahora que, en serio, no queda ni un mango en el Banco Central?