El manual indica que debería encontrar un ángulo sobre la muerte de la Reina Isabel que la conecte con Argentina. Pero cuando pensaba qué compartir hoy con ustedes, tomé otra decisión. Preferí escribir sobre una mujer. Nada más universal. Una mujer que fue reina. Que reinó más tiempo que ningún otro monarca y que acaba de dejar este mundo para unirse a la historia inmortal de los reyes de Inglaterra. Suele ser difícil comprender la vigencia de la monarquía. Y a veces se comete el error de generalizar. La británica es una de las monarquías más antiguas de Europa e Isabel Regina, se fue con el 90% de popularidad. Dicen que para entender el alma de su pueblo, hay que entender cómo danzan en su identidad dos elementos imprescindibles cuando se viene de una historia que se remonta al viejo imperio romano: la continuidad y el cambio. Un historiador me explicó una vez que para entender el sentir británico hay que saber que el pasado, es presente y que sus reyes son los garantes de esa continuidad. Aunque sean al final del día, simples personas.
“Tengo memorias muy vívidas de la coronación de mi madre, y ella viniendo a decirnos buenas noches a mi hermana y a mí llevando puesta la corona a esa hora para acostumbrarse a llevar su peso en la cabeza”, recordaba el todavía Principe Carlos. ¿Cuánto pesa la corona? ¿Un poco más de dos kilos como dicta la balanza? O pesa toda una vida. O pesa toda la libertad. O pesa toda la historia. ¿Cuánto pesaba para una chica de 25 años que no había nacido de un heredero al trono sino de su hermano menor con problemas de tartamudez y que debió hacerse cargo de la corona cuando el primogénito abdicó por un amor prohibido y en los albores de la inconmensurable segunda guerra mundial?
En uno de sus primeros discursos, la joven reina le puso peso s su corona: prometió darle a su pueblo su vida, fuera larga o corta. Ayer cumplió.
Una mujer criada para no mostrar sus emociones se fue absolutamente amada y manteniendo unido a su pueblo a través de los cataclismos de 70 años con todas sus vicisitudes. “Son tiempos de cambio permanente –dijo alguna vez en uno de sus mensajes de Navidad- y ante lo incierto, debemos aferrarnos a lo que no pasa, que son los valores”. En la pandemia, cargando ya el paso de los años, recolectó el espíritu de resistencia de los tiempos de guerra, buscó llevar calma desde la fragilidad de una anciana, y dijo algo que era difícil prometer en medio del aislamiento: “Volveremos a encontrarnos”.
Hay quienes pueden creer que un país que combatió innumerables guerras, que inventó el capitalismo, que tuvo a Darwin, Newton y Shakespeare y en el que las mujeres recién pudieron ingresar en la universidad a comienzos del siglo 20, es un país con impronta masculina. Sin embargo, sus más grandiosos reinados fueron de mujeres. Hoy una mujer de nuestro tiempo se suma a la que puso las bases del imperio, la primera Isabel y se suma a la que expandió el Imperio con alcances planetario, Victoria. Pero a esta Isabel no le tocó ni la base ni la expansión: le tocó reinar en el ocaso del imperio y encontrar un significado para un tiempo más austero, con su propia vida. Isabel fue una reina que brilló en la sobriedad y en la restricción, en medio de cambios acelerados y numerosos escándalos familiares que a diferencia del pasado no quedaban guardados bajo la alfombra. Fue una mujer que se hizo imprescindible como reina en una época en que los reinados dejaron de ser imprescindibles. Nunca hubo una corona que dependiera tanto de la impronta humana.
La reina es la cabeza del estado pero no manda. Sin embargo, también es la líder espiritual de la religión anglicana y de la nación que debe guardar la identidad, la estabilidad y la continuidad. Isabel se fue como una frágil anciana que hizo sus deberes hasta el último aliento. Literalmente. Le ordenó formar gobierno a otra mujer, Liz Truss y en horas nada más, partió casi sin que se notara el cambio de ritmo entre el deber cumplido y la agonía final, con la misma sobriedad que vivió.
Su primer primer ministro, de un total de 15, había sido Winston Churchill. Dicen que él la idolatraba. En su retiro ella le escribió que ningún otro primer ministro tendría su lugar y que le agradecía por siempre la guía en sus primeros años de reinado. En su funeral rompió los protocolos y se unió a su familia.
De esos tiempos inciertos a estos tiempos inciertos, Isabel fue la única reina que conoció casi el 80% de los ingleses. De Los Beatles a los Rolling Stones. De los telegramas a los Smart phones. Pasó por todos los James Bond, y se convirtió en una figura pop. Con sus mocasines, sus carteritas y sus sombreros. Con sus caballos y sus perritos. Dijo Mick Jagger, “Durante toda mi vida su Majestad, estuvo siempre allí. La recuerdo como una bella joven hasta ser hoy la amada abuela de la nación.”
En su última fotografía, en el Castillo de Balmoral en Escocia, se la ve de pie, sostenida apenas por su bastón, con una de sus manos mostrando un oscurecimiento en la piel que denotaba ya su deterioro y con una sonrisa invencible. Ella decía ser de la generación de la guerra, una generación resiliente. Lo probó.
Podría decirse que el momento más humano de un rey es su muerte. A la primera Isabel de Inglaterra un sacerdote arrodillado al pie de su cama le recordó a la hora de morir, “lo que había sido y lo que sería: una gran reina que ahora rendiría cuentas de su servicio a Dios”. Dicen que ella miró su mano con ternura y se fue en paz. En paz dicen que se fue esta, la segunda Isabel, la que conoció nuestra generación. Que últimamente sufría por la distancia de su nieto Harry y los escándalos por abusos que comprometen a su hijo Andrés. Los dolores y las dichas se van con ella. Sola y estoica había despedido a su compañero de toda la vida durante la pandemia. Quizás en el último suspiro soñó reencontrarlo.
El sol de Isabel se puso. Escribe Shakespeare: “Nadie hable de consuelo. Hablemos de tumbas, gusanos y epitafios, hagamos del polvo nuestro papel, y con ojos de lluvia, escribamos tristeza en el pecho de la tierra”. En estos días que siguen Inglaterra escribirá tristeza por una mujer. Una mujer que fue reina. Su hijo será coronado en el mismo trono de madera derruida en que se sientan los monarcas ingleses desde hace más de mil años, desde Eduardo el Confesor. Será el momento de la continuidad y el cambio. Vaya si su madre los representó. Hasta el fin. ¿Cuál será para él, el peso de la corona?