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El precio de la historia: preservación patrimonial y buenos negocios
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El precio de la historia: preservación patrimonial y buenos negocios

Por Mariela Blanco (*)

Cultura y comercio parecerían ser dos áreas contrapuestas, dos extremos imposibles de compatibilizar. El primero se presume con fines altruistas, mientras que el mundo de los negocios supone rédito y especulación.

Sin embargo, lo cultural no tiene que ir en detrimento del bolsillo del inversor. Tal vez si pensamos al patrimonio arquitectónico como un conjunto de ladrillos le podamos conferir cierta pátina de tangibilidad y así podremos comprender mejor que su preservación no es solamente una decisión desinteresada de un gran benefactor sino, muchas veces, un potencial negocio de un buen empresario.

Buenas noticias para el patrimonio histórico y cultural de Buenos Aires

Hay sobrados ejemplos dentro del ámbito privado para demostrar que quien brega por la salvaguarda del patrimonio no solamente es un filántropo sino, en ocasiones, un hombre de negocios.

Pongamos por caso el restaurante Águila Pabellón, que acaba de reabrir en el Ecoparque porteño. El grupo inversor dispuso una suma millonaria para rescatar el predio histórico y batió el récord de 3.000 reservas antes de abrir las puertas.

Por otra parte, una reconocida cadena de confiterías se fue asentando en los últimos años en los mejores palacios de Buenos Aires como el Paz, el Errázuriz y el Círculo Italiano donde siempre están sus mesas llenas.

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Por más frívolo que nos parezca, estos lugares han pasado a ser una forma asequible de acceder a un fragmento de nuestra historia. Es decir que por el módico precio de una infusión, alguien no avezado en historia puede ver cómo vivía la aristocracia porteña durante la belle epoque, los materiales nobles de esas casonas y su exquisito mobiliario.

Si la curiosidad llama a la puerta de ese consumidor no especializado en historia, querrá saber más sobre las familias que los habitaron en épocas de vacas gordas; y así, entre medialuna y medialuna, esa persona que ni siquiera sabe quién fue Manuel Mujica Láinez estará empezando a conocer casi sin darse cuenta a la “Misteriosa Buenos Aires”.

Luego, la Confitería del Molino es un ejemplo de buena gestión pública. El Estado pagó US$ 12 millones oportunamente para reflotar un ícono del art nouveau; un lugar que supo ser considerado como “tercera cámara” frente al Parlamento nacional para debatir proyectos ley.

Afortunadamente, es notable cómo la conciencia patrimonial se da la mano con los hombres de negocios que empiezan a entender que el patrimonio es un recurso no renovable.

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Además, el patrimonio solo puede ser dinámico. Solo aquello que es habitado puede sobrevivir a los estragos que hace el paso del tiempo.

Reciclar una envolvente histórica que sea capaz de cobijar un bar o cualquier otro local comercial es sumamente interesante. Estos lugares pasan a ser el packaging perfecto para reflexionar sobre nuestro ADN cultural. Y lo mejor, es que no se lo mira desde afuera. Se puede entrar, tocar, vivenciar.

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La otra opción, imperdonable, sería hacer una torre inteligente para apilar gente o construir un garaje para depositar autos. Ciertamente, tenemos muy poca historia como nación como para darnos el lujo de derribar algo que se construyó con mucho esfuerzo

Aún hay mucho por hacer, pero parece que soplan buenos vientos para Buenos Aires.

(*) Periodista especializada en Patrimonio. Autora del libro “Leyendas de Ladrillos y Adoquines”

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