La foto de la pobreza ya es una foto vieja. Los datos responden al primer semestre y ya sabemos que desde julio las cosas están mucho peor. Encima, desde estos días en que hizo su irrupción a la escena la conflictividad gremial, parece haberse diluido la relativa calma financiera que trajo el comando económico de Sergio Massa y su giro en apariencia ortodoxo. Digo en apariencia porque su ajuste selectivo no alcanza ni de casualidad a las empresas del Estado que maneja La Cámpora y mucho menos a la política.
Pero el peor ajuste de todos, y que quiebra la espalda del que ya sufría la pobreza arrinconándolo en la indigencia, es el que ejecuta la inflación como un látigo. Sin un ajuste en serio del gasto público, los pases mágicos como el dólar soja servirán para hacerse de unos dólares, pero ya vemos cómo está el resto de la economía: atrapada, ahorcada en cepos y sin salida.
En este contexto, la otra pregunta es política, y no menor. ¿Está por empezar una película que ya vimos? Sergio Massa asumió hace 60 días. Ni cien le dio Cristina para su primer correctivo público. A través de un tuit, fiel a su estilo, la vicepresidenta salió al cruce de los datos de pobreza, como una comentarista, como una veedora, que como siempre hace su propia interpretación. Cristina remarca que bajó la pobreza, cuando ella sabe que estos números ya son una fantasía, y al aumento de la indigencia lo adjudica a la suba de alimentos, un sector que la obsesiona.
Podríamos poner en difuso todas sus palabras y dejar como clave una sola: intervención. Porque eso pidió la señora, más intervención en el sector, intervención “más precisa y efectiva”, dijo, porque esos sectores han tenido “grandes márgenes de rentabilidad”. Sí. Cristina vuelve con la misma cantinela que hasta ahora no funcionó. La inflación la producen otros, no la sucesión de planes platita, la emisión descontrolada, ni los despilfarros que no se tocan. O sea, ¿qué nos dice esto? Lo que ya sabíamos. Que Cristina Fernández es la misma de siempre. Y las preguntas ante esta marcada de cancha son qué orden le está bajando a Massa; si es el fin de su apoyo al ajuste; y si ahora que cerró con el Fondo Monetario puede esperarse que tenga plafón para seguir con algún tímido plan de ordenamiento.
Es curioso, hace un mes que Cristina Fernández no hablaba en su Twitter de problemas de la vida real de la gente como lo es la inflación. Y su aparición en la agenda candente e incómoda para el Gobierno es la de quien se despega de lo que pasa, o muestra alguna impugnación, para diferenciarse. Cristina Kirchner, y todo el kirchnerismo buscan disimular otra cosa que todos también sabemos, que este gobierno es de ellos. Ya lo hacían con Guzmán y ahora lo hacen con Massa.
La pregunta es si esta aparición es sólo para quedar al margen de la desgracia, o inicia el asedio al ministro de Economía. El “instrumento” que pidió en sus tuits la vicepresidenta para reforzar la seguridad alimentaria es posiblemente un nuevo plan asistencial que viene reclamando el kirchnerismo duro en dos versiones: una ayuda económica a la población indigente que ya tiene un proyecto de autoría de la senadora ultra k Juliana Di Tulio; o el llamado salario universal que exige sin sutilezas el dirigente Juan Grabois, que se iba del Frente de Todos, pero al final no se fue porque adivinen quién manejará el nuevo plan para indigentes. Todo tiene que ver con todo, como dice la señora.
O sea, recapitulando, al mismo tiempo que Sergio Massa presenta el presupuesto en el Congreso, asegurando que cumplirá con las metas del déficit exigidas por el Fondo Monetario, la vicepresidenta, con recetas que ya se probaron inútiles para frenar la pobreza (es decir, más planes), le pide crear otro plan y más intervención en la economía. Sí, más intervención. ¿Será esa que no le funcionó en absoluto a Roberto Feletti? ¿Veremos a Matías Tombolini dejar las figus del Mundial para vestirse de gendarme antiprecios y hacer el circo de controles que nunca funcionan en los supermercados?
Una de las cosas que casi siempre olvidan los que creen en los amagues de cambio del kirchnerismo es que Cristina nunca cambia. Y vuelve con sus recetas viejas, gastadas e inútiles. Con las mismas recetas que nos trajeron hasta acá.
Es bueno hacer memoria y recordar cuál fue la primera vez que, luego de enormes registros de popularidad durante lo más duro de la pandemia, le demostró quien mandaba realmente al Presidente de la Nación. Qué raro mencionar al presidente. Es como mencionar a un actor de reparto que hace varias escenas que no aparece. El primer correctivo -y bastante humillante, por cierto- a Alberto Fernández fue cuando, tras desmentirlo y negarlo, debió anunciar como propio el proyecto de expropiación de Vicentín, también en nombre de la cuestión alimentaria.
¿Estamos ante el mismo minué? ¿Se terminó el apoyo al ajuste? ¿Se viene otro plan en un mar de planes que no sacan a nadie de la pobreza, sino que lo hacen más dependiente? ¿Se viene otro zarpazo al déficit que el ministro intenta reducir? Si eso le pasa a Massa, convengamos que se metió solito en la boca del lobo.
Mañana nomás, anunciará los resultados del breve, fugaz y conflictivo dólar soja que le permitió acumular reservas para pagarle al Fondo. ¿Bajo qué argucia seguirán ingresando dólares si tambalea la continuidad del ordenamiento? Ya tuvo un puñal a traición con la medida del Banco Central para prohibirle el dólar MEP a los exportadores que accedieran al dólar soja. Ahora le piden plata de una billetera detonada.
Y todo ocurre cuando recién empieza a sentirse la conflictividad con los trabajadores formales en un conflicto que anticipa mucho descontento y expone a la CGT en su silencio de radio. ¿Puede Massa ser el próximo Alberto? Con el kirchnerismo todo es posible cuando necesitan alguien a quien culpar. También es cierto que la situación hasta para ellos es demasiado grave; si no, no habrían permitido el tarifazo.
Pero fíjense, hace sólo días desde el kirchnerismo reclamaban diálogo a la oposición e hicieron estallar todos los puentes con el mamarracho de ampliación de la Corte. ¿Cómo confiar en quienes han dado muestras permanentes de no ser confiables?
Encima se aproximan nubarrones. Ayer, la Sala I de la Cámara Federal confirmó el procesamiento de Cristina Fernández por usar los aviones oficiales para llevar muebles a sus hoteles en el sur. Esas cosas inauditas que, por ser tantas, a veces olvidamos. Uno de los jueces, el camarista Mariano Llorens, al que la vicepresidenta fustigó varias veces por ser arquero del equipo de fútbol Liverpool, pidió, además de confirmar el procesamiento, que se le realice juicio político para concretar su detención. Sí, su detención. En su voto en minoría dijo que para “desterrar este tipo de prácticas ilegítimas” era necesario analizar de manera conjunta no solo el envío de muebles a El Calafate, sino “el traslado de bolsos o valijas con dinero en efectivo, como en los casos de Vialidad, en la causa contra el exsecretario de Obras Públicas José López o en el caso de los cuadernos de la corrupción”.
El de Llorens, insisto, fue un voto en minoría y seguramente lo que más enerva al kirchnerismo es que haya pedido prisión. Lo que resulta imposible en medio de esta malaria, es dejar de unir otros puntos: generalmente cuando hablamos de los índices de inflación, de pobreza y de indigencia, no hablamos de corrupción, ese monstruo grande que carcome las democracias y los dineros públicos. ¿Cuánto tiene que ver una cosa con la otra? ¿Cuánto de esta miseria viene de esas oscuridades? Ayer nomás citaron a indagatoria al entorno de un exsecretario de Néstor y Cristina Kirchner, que compró bienes por US$ 70 millones. ¡Qué bien ganan los secretarios!
Cristina Fernández, que habla tanto con caudalosa retórica y sin leer, sigue sin dar explicaciones por todo eso.