Por Carlos Fara (*)
Los patrones de comportamiento son tales hasta que un día dejan de serlo. El punto es lograr identificar qué está moviendo al sismógrafo más de la cuenta que permita proyectar un terremoto.
Esta elección presidencial era de cambio y eso lo sabíamos hace por lo menos 2 años cuando el gobierno perdió los comicios legislativos de medio término. La cuestión era qué opositor se llevaba los laureles. Pero al convertirse en un balotaje entre un outsider muy particular y el representante del statu quo, todo lo previsible se volvió incertidumbre.
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Ya era un premio muy grande para UP que Sergio Tomás Copperfield haya logrado ganar la general y llegar competitivo hasta el final. El ministro – candidato pierde, pero hizo una elección mucho mejor de lo esperado, cuando al inicio de la carrera se debatía sobre si entraba al balotaje. De modo que es un perdedor digno. Un candidato no gana una elección porque quiere, sino porque puede. Esto es, las variables macro del ciclo histórico son las que definen lo que sucederá al final del camino, más allá de la intención de voto coyuntural.
Los desastres del gobierno de Alberto fueron demasiado grandes como para que dar vuelta una inercia potente, lo cual se agravó con la aceleración inflacionaria de este año. En función de eso, Massa maximizó las posibilidades, lo cual es un gran mérito, pero no logró cambiar la historia.
Con este resultado, se mantiene inalterada la regla –identificada por el colega Ignacio Labaqui- que solo un oficialismo en América Latina logró ganar la elección presidencial con más del 40 % de inflación anual en los últimos 45 años. El caso excepcional es el de Fernando Henrique Cardoso en Brasil, autor del Plan Real. En este sentido, Massa habría estado bastante cerca de producir un milagro, pero aún la mejor campaña es difícil que revierta una tendencia mayoritaria de opinión pública.
Como lo marcamos hace mucho tiempo, esta iba a ser la elección del menos malo, siguiendo lo que ocurre en la política contemporánea en otras partes del planeta. Aquí no más tenemos los ejemplos de Brasil, Chile, Perú o EEUU. ¿Podía más la imprevisión de Milei o el tren fantasma detrás de Massa? Tan mala fue la experiencia 2019 – 2023 que hizo que más de la mitad apostara por el león pese a su inexperiencia política y de gestión estatal. Para que después nadie diga que los argentinos y argentinas son “conservadores”: ayer decidieron correr un riesgo grande.
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A este balotaje se lo debe analizar diferente a la elección general, porque es una dimensión completamente distinta. Ahora el ganador tuvo a su favor el apoyo de parte del PRO y otros sectores de Juntos por el Cambio, para sintonizar con el sentir de aquél 24 % que obtuvo Patricia (que ya no será reina).
Argentina inicia así una nueva era, ya que el peronismo no pierde contra un par del sistema político, sino contra una incógnita. Repasemos los últimos 40 años: Alfonsín, Menem, De la Rúa, los Kirchner, Macri y Alberto, fueron todos hombres y mujeres del statu quo. Nunca hubo lugar para outsiders. En todo caso, el último outsider fue el propio Perón en 1946.
Plan platita, estructura territorial, más recursos del Estado, promesas por doquier, toda la gestión a pleno jugando, el silencio de Alberto y Cristina, la estrategia del miedo, los gobernadores e intendentes propios, la expectativa de mayor gobernabilidad, la potencia parlamentaria, el apoyo disimulado de varias embajadas extranjeras (empezando por “la embajada”), la preocupación del establishment económico, un campaña muy profesional y un candidato que dejó la vida no pudieron contra un economista disruptivo, un entorno pequeño y endogámico, una campaña mucho más austera, apoyado por el Emir de Cumelén y su séquito.
Ultimo punto de este primer raconto: cuando la gente quiere dar un mensaje, va y vota. Hubo un nivel de participación más que aceptable. Buen reflejo de la salud democrática después de 40 años, pese al desastre económico y social.
(*) Consultor político, titular de Carlos Fara & Asociados y presidente de la IAPC