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El valor del «otro» o lo que me enseñaron los griegos
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El valor del «otro» o lo que me enseñaron los griegos

Por Cecilia J. Perczyk (*)

A la derecha que nos gobierna le da pavor lo diferente. Es una cuestión que veo de forma transversal en sus decisiones políticas y en la figura del presidente. No solo la persona de confianza es su hermana —no se me ocurre algo más endogámico que los hermanos—, sino que clonó más de una vez a su perro para ser acompañado siempre por el mismo animal. Pero mi objetivo no es hacer un diagnóstico de alguien que no conozco, sino que les quiero hablar de mis queridos griegos y sus enseñanzas.

La tragedia griega está signada por la relación con Atenas, la ciudad en la que nació. Se trataba de un espacio de formación política al que los ciudadanos concurrían como parte de sus obligaciones. Los ricos financiaban las puestas en escenas para recibir honores que les permitían llevar adelante una carrera política.

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Para las tramas de las tragedias, los poetas retomaban la tradición mitológica de un modo innovador para reflexionar sobre la relación que la ciudad democrática mantenía con el pasado del que había surgido y el presente que despuntaba.

Ahora bien, el interés por los asuntos de la polis no perseguía la simple idealización, sino que la tragedia abría un espacio a la alteridad para reflexionar sobre la ciudad y sus instituciones democráticas. En numerosas ocasiones nos encontramos en escena con mujeres, extranjeros, esclavos y viejos, es decir, todo lo que no es el ciudadano ateniense (definido como hombre mayor de 20 años hijo de padre ciudadano ateniense y mujer hija de padre ciudadano ateniense).

La tragedia permitía al varón interpretar el papel del “otro” —recordemos que actores varones representaban los papeles masculinos y femeninos, y probablemente el auditorio era masculino— y de ese modo construir su propia identidad. Hoy como ayer, el “otro” es fundamental para la constitución del sujeto.

La diferencia con la concepción de la derecha que nos gobierna es apabullante. Lo diferente atenta contra el avance de una libertad que, a fin de cuentas, no es tal en tanto genera un mundo habitable para algunos, que resultan ser más bien pocos.

Entiendo que el valor fundamental de la enseñanza y la investigación de la literatura clásica, a la que pertenece la tragedia griega, que es mi campo de trabajo, pero también de otras otras literaturas, es mostrarnos que hay otros mundos posibles. En el 2023 presenciamos con mis estudiantes la Guerra de Troya y la vuelta de unos de sus héroes con “Ilíada” y “Odisea”; vimos en el teatro de Dioniso a Clitemnestra matando a su marido Agamenón y luego siendo asesinado por su hijo Orestes en “Orestía”, de Esquilo; y también aprendimos una lengua con otro alfabeto, el griego antiguo, que ha influenciado fuertemente el latín, de donde proviene el español.

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Durante el verano, estuve con la familia de Shakespeare en la campiña inglesa con “Hamnet”, de Maggie O’Farrell y después en la casa de un financiero y su mujer en Nueva York en “Fortuna”, de Hernán Diaz. Las dos novelas me las prestaron amigas y aprovecho para contarles algo personal. Me resulta muy placentero recorrer espacios que personas queridas habitaron.

Para finalizar, entiendo que la posibilidad de habitar “otros” mundos es la que nos permite pensar mundos más habitables de los que nos tocaron. La literatura nos transforma para cambiar nuestro mundo y, además, refuerza el lazo social, tan deteriorado con la pandemia y la crisis y poco valorado por la derecha. Sin dudas, la literatura constituye mi espacio de resistencia, junto con el aula universitaria.

(*) Licenciada en Psicología y Doctora en Letras Clásicas por UBA. Es Profesora Adjunta de UNAHUR y UNSAM e Investigadora Asistente de CONICET/UNAHUR.

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