El accionar político de los K mezcla en partes iguales impotencia y decadencia. No tienen la más pálida idea acerca de cómo enfrentar el potro desbocado en que se ha convertido la inflación y el precio del dólar. Tampoco saben cómo parar la pobreza. Corren por detrás de los acontecimientos sin capacidad alguna de anticipar nada.
Para colmo de males, la única política que ha tenido el mini-ministro Massa ha sido intentar durar lo máximo posible (no sabemos si lo conseguirá). Tienen que llegar a agosto, cuando acontecen las PASO, momento en el que recibirán una paliza histórica.
Cuesta imaginar qué pasará después de eso y hasta diciembre, cuando sean tan solo una insignificancia electoral. Si no fuera por lo mal que lo está pasando la gente por culpa de la banda de forajidos bobos que ocupa el Gobierno, podríamos disfrutar del hermoso momento que nos brinda la historia: ver languidecer en la decadencia a los culpables de que Argentina sea un apestado mundial.
El acto de CFK en La Plata (“clase magistral”, la llamaron los delirantes) terminó pareciéndose más a un velorio político del kirchnerismo que a un discurso eufórico para militantes y dirigentes. El público presente (gasto público en estado puro) esperaba una definición de CFK donde confirmara su candidatura a presidente. Sin embargo, los asistentes se llevaron el chasco de sus vidas y sólo escucharon a una señora dando un discurso vulgar y diciéndoles a aquellos que pedían que dijera algo sobre esa candidatura que “no se hicieran los rulos”.
CFK sabe que lo que se viene puede ser una debacle histórica y no quiere quedar como la enterradora del peronismo. La idiotez estructural de esta gente hace que un día digan que CFK está proscripta y que, al día siguiente, le pidan que sea candidata. Si CFK les diera el gusto de ser candidata dejarían de decir que está proscripta. La inteligencia es un bien demasiado escaso entre esta gente.
La brusca escalada hacia la locura en la que están nos irán deparando animaladas que irán aumentando de volumen de aquí a diciembre. Uno de los gerentes de los pobres del país y líder del Movimiento Evita, Emilio Pérsico, se reunió con Massa y, luego de la reunión, expresó que el mini-ministro le pidió que “apretaran juntos a los empresarios para que retrotraigan los precios”. Lo único que se les ocurre para frenar un poco la inflación descontrolada es convertirse en stalinistas de cotillón.
Unas preguntas que me desvelan: ¿los votantes de esta murga han reflexionado acerca de lo que han hecho en 2019? ¿Entienden que el voto no es inocuo y que los votantes son responsables del gobierno? ¿Comprenden que votaron a una mafia que solamente es buena para robar? Si hay algún votante del Alberto Fernández voluntarioso que nos explique el nivel de locura colectiva que hubo en 2019, le rogaría que nos ayude a entender semejante desatino.
Axel Kicillof es una de las personas más tontas de la Argentina. No entra en ninguna categoría política. Es limitadísimo el pobre. Sus malas políticas frente a temas como la expropiación de YPF generaron que Argentina haya tenido que pagar cifras millonarias a Repsol. El bobo había dicho que no le pagaría nada y que Repsol debía indemnizar a Argentina (en Repsol todavía se matan de risa por esos dichos). También negoció pésimamente con el Club de París y les pagó cerca de 3.000 millones de dólares de más. No voy a enumerar la lista completa de los disparates de Axel, pero Prat Gay calcula que cuando termine el último juicio que perdió Argentina, por culpa de la idiotez de Axel, serán entre 35.000 y 45.000 millones de dólares los que Argentina pagó y deberá pagar por los casos en los Kicillof chocó la calesita.
Esa “eminencia” que nos endeudó y que es, en gran parte, responsable del hundimiento de Argentina, dijo esta semana: “Se viene una posible tragedia”. Axel, en su afán de crear pánico por las futuras elecciones, no entiende que la Argentina ya está en plena tragedia y que una extraordinaria tragedia económica sucedió el día que él nació. Ese día nació el bebé que haría que Argentina perdiese miles de millones de dólares por un señor al que no le da la cabeza para negociar.
El delirio kirchnerista hizo que esta persona con graves problemas haya manejado temas tan serios. El delirio argentino generó que hubiera gente que lo votó. No es ideológico el problema. En ningún país del mundo serio, alguien que comete esa clase de errores, por falta de comprensión y porque sencillamente no le da, podría ocupar un cargo público. En Argentina gobierna y lo votan. Ahora es el vocero de las operaciones políticas de los K.
Votar no es inocuo.
Esta semana volvió a aparecer el tema del diálogo y la grieta. Esteban Bullrich dijo que “no hay diálogo político porque creen que es una debilidad, y es todo lo contrario”. Esteban me cae bien y me apena su enfermedad, pero ese discurso vuelve a poner sobre la mesa la enorme dificultad de entender los populismos por parte de ciertos sectores de la oposición. No se puede dialogar con los K porque, esencialmente, ellos creen en la confrontación, no en el diálogo. Cualquier abordaje de los teóricos del populismo (de los que se nutren los kirchneristas) revelan que la confrontación es el abc de estas fuerzas políticas.
Es por ello que el kirchnerismo ha destrozado la conversación pública. Es por ello, además, que esos discursos de diálogo fallan, porque los demócratas y los populistas no pueden llegar a un acuerdo. También son problemáticos los dichos de Esteban Bullrich porque ponen en un plano de igualdad a los que han tenido comportamientos antidemocráticos con los demócratas. Ser democrático y ser antidemocrático no es “pensar distinto”. Es creer, o no, en el sistema. Mientras Esteban se manifestaba a favor del diálogo, Pérsico decía que Massa les había pedido que “apretaran a empresarios” y Kicillof hablaba acerca de una posible tragedia si el kirchnerismo perdiera las elecciones.
Discursos como los de Esteban pueden ser bienintencionados, pero, reitero, hay personas de la oposición que aún no entienden la esencia de los populismos antidemocráticos como el kirchnerismo.
Hay que derrotarlos de manera humillante. Es la única manera de reconstruir un diálogo democrático.