Por Carlos Fara (*)
El electorado argentino no termina de dar sorpresas. Luego de que en las primarias abiertas y obligatorias del 13 de agosto se encumbrara al libertario Javier Milei, diez semanas después, en la primera vuelta, el ganador fue el candidato oficialista Sergio Massa quien, al mismo tiempo, es el ministro de Economía con un récord de inflación del 140%, lo que no sucedía desde hace 32 años. Ahora todo se definirá en el balotaje del 19 de noviembre.
La pregunta natural que todos los observadores se hacen es cómo puede ser que el responsable directo de una debacle económica en Argentina sea el más votado. La oficialista Unión por la Patria (UP) pasó del 27% en aquellas primarias, al 37% en esta ocasión. Esto responde a una sumatoria de factores, en donde hubo aciertos propios y errores ajenos.
En primer lugar, el candidato-ministro Massa echó mano de una infinidad de ayudas estatales -que localmente se popularizó como el «plan platita»-, destinadas a paliar los efectos de corto plazo de una inflación descontrolada. Dichas medidas, más allá de lo estrictamente económico, mostraron 1) preocupación social, 2) iniciativa en la emergencia, y 3) suficiente audacia para manejarse en una situación crítica, como piloto de tormentas.
CAMPAÑA DEL MIEDO
En segundo término, operó hábilmente una llamada «campaña del miedo», en donde apuntó en las dos semanas previas a los comicios a una comparación entre el costo que tendrían ciertos servicios sociales públicos —transporte, energía, medicina— con Massa respecto a cuál sería el precio con los principales opositores, Javier Milei y Patricia Bullrich.
También se agitó el rechazo a propuestas como romper las relaciones con el Vaticano, o tener el derecho a desconocer la paternidad de los hijos si no hubiese consentimiento de que progresara un embarazo, cuestiones que afectan sensibilidades profundas y populares.
El tercer punto es que Massa logró convertirse en protagonista absoluto de su propia campaña y visualizarse como hombre fuerte del gobierno en Argentina, sin que hubiera incidencia sustantiva del presidente Alberto Fernández y de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Hubo un disciplinamiento estratégico importante, aun de aquellos sectores internos de UP muy críticos del perfil del candidato. Con esto, el ministro se convirtió temporalmente en el líder absoluto del espacio. Esto contrastó con las muchas dificultades de conducción en el caso de Bullrich y con algunos dislates públicos de dirigentes muy cercanos a Milei.
MINISTRO COMPETITIVO
Esos cuatro factores dan el contexto a la gran pregunta: ¿por qué Massa, con esta crisis económica, sigue siendo competitivo? Veamos cómo funciona el proceso decisorio.
Cuando un ciudadano llega a la mesa de votación, opta entre alternativas. De modo que si el ministro le parece horrible, pero le tiene más miedo a Milei, la respuesta es sencilla. De vuelta: «el menos malo», «preferible malo conocido que loco por conocer», «fulano es de terror, pero a mengana le falta fuerza», etc.
En los juegos proyectivos que utilizamos habitualmente en los grupos focales para identificar los criterios sobre la elección entre candidatos, entre el tigre y la rata, la mayoría opta obviamente por el felino, pero ¿entre el burro y la rata? A regañadientes se elige al burro, aunque no sea el animal ideal que asocian con un líder.
No debe olvidarse que la política contemporánea se convierte muchas veces en la elección del menos malo: se elige por descarte, no por entusiasmo con el preferido. Esto ha funcionado entre Biden y Trump, entre Macron y Le Pen, entre Lula y Bolsonaro, o entre Boric y Kast. Para muchos ciudadanos, las opciones distan de ser las ideales.
AUMENTO EN LA PARTICIPACIÓN
En lo que respecta a la demografía electoral, hubo un crecimiento de ocho puntos en la participación, que pasó del 70% en las primarias al 78% este domingo 22 de octubre. Eso representa adicionar tres millones de votantes, lo cual puede alterar cualquier escenario previo, como sucede habitualmente desde 2011. Al mismo tiempo, se redujo mucho el porcentaje del voto en blanco.
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En este marco, Massa fue el gran beneficiado del crecimiento de la torta, que incrementó el capital de UP en 2,5 millones de apoyos. La fuerza de Milei, La Libertad Avanza, creció poco más de 300.000 electores. Y la tercera fuerza en discordia, Juntos por el Cambio, de Patricia Bullrich, fue la única de los cinco candidatos en competencia que obtuvo menos votos absolutos en la general respecto de las PASO, marcando otro hecho inédito.
El candidato oficialista logró mejorar notablemente el desempeño de UP en los barrios populares, en los cuales Milei había sacado ventaja en agosto. De este modo, no solo creció diez puntos porcentuales, sino que además frenó un eventual crecimiento exponencial de su adversario libertario. La candidata de Juntos, por su lado, hizo una elección magra. Solo se impuso en un distrito, la ciudad capital, arrastrando a una mala cosecha a sus listas para cargos legislativos, que perdieron nueve senadores nacionales.
EL CENTRO MODERADO
Con toda esta información, ahora la foto sobre el electorado argentino es más acabada. Muestra que está menos predispuesto a situarse en los extremos, como pareció sugerir el resultado de las primarias. Es un fenómeno natural: cuando más gente participa, se diluye el poder de las minorías intensas, las cuales se escuchan más en las redes sociales.
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Ahora los dos finalistas deberán ir a competir por el «Santo Grial» del electorado argentino: el centro moderado. Ambos deben huir de la vehemencia y la disrupción, para serenar su oferta.
El escenario sigue siendo de una gran demanda de cambio. Sin embargo, el instrumento para expresarlo no es una figura común, sino que es alguien que ha hecho su cosecha como anti statu quo, que ahora deberá sumar apoyos políticos de aquellos que critica furibundamente.
El ministro-candidato Massa, por su parte, es un político muy experimentado y hábil. Es criticado por sus oscilaciones de posicionamiento a lo largo de su historia, lo cual genera mucha desconfianza en amplios sectores.
Argentina sigue dando sorpresas y deja un final abierto.
(*) Consultor político y titular de Carlos Fara & Asociados