Por Horacio Minotti (*)
Para empezar, es necesario advertir que vamos a excluir de este análisis a Javier Milei. No es un capricho sino un recurso metodológico. A esta altura, todavía no sabemos si nos enfrentamos a un Ross Perot o a un Andrés Manuel López Obrador. No me refiero, claro, a lo ideológico, sino a si se trata de un fenómeno de un elogiable tercer lugar con buenos guarismos que dura una sola elección o una opción disruptiva que puede llegar al gobierno. Intuitivamente, me inclino a por la primera opción.
Dicho esto, zambullámonos en la idea. Patricia Bullrich es la única postulante presidencial que no maneja un Estado y, con él, una innumerable cantidad de recursos diferenciadores de todo tipo, desde dinero hasta militancia asalariada.
Digamos por caso y yendo a los eventuales candidatos oficialistas, que Sergio Massa maneja el Ministerio de Economía, y mediante sus adláteres, el Ministerio de Transporte, Aysa y la Cámara de Diputados, al menos, todo lo cual implica una serie innumerable de posibilidades.
Bullrich le respondió a Morales: «Lo último que voy a hacer es ‘bajar un cambio’»
Si pasamos a Eduardo «Wado» De Pedro, el control del Ministerio del Interior, le da acceso a los indescifrables Adelantos del Tesoro Nacional (ATN), y la desesperante necesidad de los gobernadores de contar con ellos para subsistir. De allí, aliados y financiamiento a paladas. Sin contar con todos los funcionarios de La Cámpora que manejan voluminosas “cajas” como el PAMI o la Anses.
Pasándonos a las huestes opositoras, Horacio Rodríguez Larreta cuenta con la Ciudad de Buenos Aires hace 8 años. Para 2023, la Legislatura porteña le aprobó la friolera de 171.000 millones de pesos para invertir en publicidad. Es cierto, de gestión, pero tiene evidente influencia en el proceso electoral.
Mientras escribía estas líneas debí interrumpir mi trabajo para realizar una diligencia en Buenos Aires. En la intersección de dos avenidas, me choqué con un enorme cartel, de esos modernos, animados, con un spot de Larreta, contándonos que BA, el logo de la Ciudad, quiere decir Brazos Abiertos. Si eso no es campaña, en una etapa como esta, no consigo explicarme qué es.
Gerardo Morales también está a cargo del gobierno de Jujuy desde hace el mismo tiempo y, sin ir más lejos, hoy circula un spot televisivo donde cuenta cómo hizo en esa provincia, lo que haría en Argentina, todo ello con recursos del Estado jujeño.
¿Y Bullrich? Bueno, Bullrich tiene fuego (sagrado dicen algunos), y la gente parece querer ese ardor, a juzgar por sus posibilidades electorales. Se constituyó en un fenómeno político atípico. No tiene Estado a cargo y, por ende, adolece de recursos cuantiosos. Viaja al interior en avión de línea y en turista (es cierto) porque nadie la agrede, sino al contrario; pero también porque los fondos no dan para más.
Muchos pretenden asimilar la campaña de la candidata que se identifica con el slogan la Fuerza del Cambio, con la de Carlos Menem en 1989, considerando que el riojano enfrentaba a todo el aparato peronista a cargo de su rival, Antonio Cafiero. Pero en ese paralelismo se omiten partes de la historia. Menem tenía detrás a buena parte de la CGT: aparato y recursos.
Bullrich eligió a Nestor Grindetti como su candidato a gobernador en la Provincia
Siguiendo la línea de tiempo, Fernando De la Rúa llegó a poder mientras gobernaba la Ciudad de Buenos Aires; Néstor Kirchner arribó apalancado por Eduardo Duhalde con toda la potencia financiera de gobernar la Nación y la Provincia de Buenos Aires. Ni hablar de las dos presidencias de Cristina. Mauricio Macri también tenía bajo su órbita el gobierno de la CABA; y Alberto Fernández, un montón de Provincias peronistas, municipios y la inefable CGT.
En esa lógica, Bullrich es hoy la candidata que enfrenta el contexto más parecido al que se le presentó a Raúl Alfonsín, en varios aspectos. No tiene recursos estatales detrás, y parece ser que suple esa eventual falencia, interpretando el espíritu de los tiempos.
Acumula seguidores detrás de una idea absolutamente definida y contundentemente enunciada. Frente a los recursos y el aparato, Patricia ofrece una épica, sus colaboradores se sienten en medio de una cruzada epopéyica, alentados porque «la temperatura social» muestra que parece posible imponerse a todas esas dificultades operativas.
Es claramente fruto de un fenómeno político y social muy interesante y para observar con detenimiento, porque podría llegar a derribar principios rectores de la política, que parecían inviolables los últimos 150 años.
(*) Periodista y abogado