Hace un año Sergio Massa se preparaba para asumir como ministro de Economía. Llegaban stickers a los teléfonos de los periodistas donde se lo veía como superhéroe. Y se instalaba que tomaría las riendas de la economía como un superministro. En los hechos, su asunción pareció la de un virtual presidente o primer ministro.
De fondo, transcurría un golpe de palacio que dejaría aún más relegado al presidente, convertido en una figura fantasmagórica y descolocada en su propio gobierno.
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Obviamente, nada de esto fue magia: Cristina Kirchner avaló la irrupción de su otrora enemigo para que agarrara la “papa caliente” de la economía. La papa no sólo sigue caliente: un año después está carbonizada.
Mañana se cumplirá un año desde ese entonces, y las penurias económicas dejan como una mala broma aquellas pompas de ocasión.
Lo único que puede tener el talle de “súper” no es el ministro, sino la inflación. Lejos de bajarla a un 3% en abril, escaló a más del doble en algunos meses. El registro de julio difícilmente se mantenga en 6%, que sigue siendo un porcentaje altísimo. A las consultoras privadas ya les llega cerca del 7%, y acecha igual o peor para los meses siguientes.
Tenía razón en postergar los índices para después de las elecciones. Porque mostrarán este desastre, que de igual manera se siente y se sufre en la calle. Aunque la inflación se vista de seda, inflación queda.
El dólar también trepó a más del doble y el cepo ya alcanzó su versión soviética, con trabas a las importaciones que hacen languidecer a una economía oxidada por tantos obstáculos. Es que no hay un dólar porque tampoco se alcanzaron las metas de acumulación de reservas que se hunden como no se recordaba en dos décadas.
Hay una sola cosa de las que se había propuesto hace un año que el ministro logró: convertirse en el candidato a presidente de Unión por la Patria, que es el nuevo envase del Frente de Todos para que no se note tanto que son los mismos de siempre, proponiendo ídem.
No hace mucho, Massa solía decir que no podía ser candidato y ministro. Pero a las palabras se las lleva el viento. Nunca se puso colorado por cambiarse de camiseta. Como pasó hace poco con la indumentaria del Club Atlético Tigre: un aficionado compró una campera y descubrió que debajo del escudo de Tigre, raspaba, y aparecía el de otro equipo de fútbol. Así pueden caer las máscaras de Massa, que pasó de combatir la corrupción de Cristina a aliarse con ella y ser su candidato a presidente, aunque la señora no le ofrezca demasiadas muestras de amor.
Pero, lejos de ver esas contorsiones de la moral como un problema, el ministro parece jactarse de que es capaz de cualquier cosa por llegar al poder. Eso es lo que ha quedado claro en este año, cuando su increíble plataforma de lanzamiento fue una economía destrozada, cuya ruina la viven y sufren personas de carne y hueso.
Es curioso que cerca del ministro sigan diciendo que hay que agradecerle que evitó una crisis. Se ve que no miran a su alrededor. No hay que negarle al tigrense la capacidad de convertir hasta una calamidad en algo que le venga bien.
Los relatos salvajes y dignos de “El Padrino” que llegan de su pago chico en la lucha para defenestrar al intendente Zamora en favor de su esposa Malena parecen un tráiler de advertencia sobre lo que podría venir si obtiene el poder. Donde cualquiera ve un límite, Massa no ve nada. No tiene límites.
Esa voracidad le permitió llegar hasta hoy con el pan de la candidatura bajo el brazo a pesar de toda esta miseria. Felicidades ministro por el primer año, a usted le va espectacular. A todos los demás les va peor. Mucho peor.