Por Alfredo Casado
Gaza no es el Dombás, ni Israel es Ucrania. Netanyahu no es Zelenski. Y mucho menos para Donald Trump y su política exterior de cambio, con la mirada puesta en los grandes acuerdos globales para evitar gastos en intervenciones constantes (al estilo demócrata). Lo anunció en campaña y con potencia, tal su estilo de “pego primero, negocio después”. Y hoy lleva a cabo su plan.
El alto el fuego en Medio Oriente está sujeto a múltiples acechanzas y a contendientes no muy dispuestos a señales que hagan más fácil el camino a la segunda y tercera fase. Y ni hablar de una paz duradera que conforme a las partes en eterno conflicto. Esa última etapa, si es que se llega a ella, se iniciaría la reconstrucción de Gaza.
Sería una locura pensar en ese territorio bajo control del Hamás: Israel nunca lo volverá a permitir. EEUU lo apoyará en esa tesitura, y hasta es posible que otros estados árabes también lo hagan.
La cuestión es más profunda. ¿Israel y la Casa Blanca quieren una administración palestina, aunque sea más moderada y controle a las huestes terroristas? Da la impresión de que, tras la matanza y secuestros ocurridos en el Yom Kippur de 2023, aun los ciudadanos más progresistas en el Estado Judío desconfían de alternativas dialoguistas respecto a un control palestino en Gaza.
La historieta de una suerte de “Riviera del Oriente Medio” parece ser un globo de ensayo imposible de concretar porque no hay países árabes dispuestos a poner la plata para ese plan y mucho menos a recibir a los errantes refugiados palestinos. El recuerdo espantoso del Septiembre Negro jordano de 1970, que expulsó a sangre y fuego a los palestinos, permanece en el recuerdo regional. Los gobiernos apoyan la causa palestina pero no los quieren en su casa.
Encontrar un camino para la fórmula de “los dos Estados” es hoy una vía muerta. Ni el Gobierno de Israel la admite ni EEUU mandará tropas de ocupación. El registro del desastre en Irak de 2003 también perdura.
Aunque nada de lo que proponga Trump se cumpla, los efectos de sus dichos calan profundo en los extremos. Judíos ultraderechistas y ortodoxos quieren ir por todo, inclusive más allá del río Jordán. Del otro lado, algunos grupos armados extremistas, diezmados por el poder militar israelí, creen que no deben ceder y, en cambio, deben desatar el fuego con los métodos y sistemas que les queden disponibles, porque piensan que Israel utilizó la guerra para expulsar a todo palestino de Gaza, con el respaldo de Trump.
Los países de la región van por otro camino. Egipto promueve un plan inicial de 10 a 20 años sin control de grupos radicales y con una reconstrucción financiada en el Golfo, sin desplazar a los gazatíes. Hamás aceptaría años de tregua pero no quedar excluido y menos entregar el control a la Autoridad Nacional Palestina que administra Cisjordania, hoy con tanques israelíes operando en su interior. Si hubiera una leve posibilidad, el camino para los países árabes es insistir con consolidar la fórmula de “los dos Estados”.
Otro actor central y cercano a EEUU, Arabia Saudita, planteará una alternativa intermedia que contemple algunas ideas de Trump. Por algo la familia real saudita tiene vínculos con los grandes negocios del flamante presidente estadounidense.
La cuestión de la seguridad es central para Israel. Y no hará concesiones. Para el mundo musulmán la administración necesita una suerte de comité con miembros de la ANP, representantes tribales y alcaldes comunitarios. En cuanto a la cuestión militar, piensan en la policía de ANP, una fuerza multinacional con mayoría árabe, y también fuerzas occidentales. Israel podría aceptar un ente tecnocrático de gobierno, pero nunca entregará espacio respecto a la seguridad en toda Gaza.
Se necesitarán más de US$ 50.000 millones para poner en pie a Gaza (US$ 20.000 millones en los primeros tres años). ¿Quién los financiará? ¿Con qué objetivos? ¿Quién hará fenomenales negocios con este desastre?
Son preguntas, hipótesis casi sin sentido ante la fragilidad de una primera etapa de un alto el fuego que puede desbarrancar a la menor chispa.
Sí hay una certeza constante e histórica: EEUU, con Trump o sin él, siempre estará con Israel. Gaza no es el Dombás ucraniano. Ni Palestina es la Rusia nuclear Putin.