El Presidente lo echó por el “vacunatorio vip”, pero Ginés González García dice que no existió. ¿Cómo no va a decirlo suelto de cuerpo y de principios, si lo llaman de la Casa Rosada para homenajearlo por su labor y quien tiene la delirante idea de rendirle homenaje no es otra que la funcionaria que lo sucedió cuando salió eyectado por el escándalo? Para ellos, aquí no ha pasado nada. Decidieron, de un plumazo, que lo que estuvo mal está bien, y con la misma impunidad que manotearon vacunas se otorgan la amnistía y se premian por la gesta imaginaria.
La ministra y el exministro no sólo nos toman por estúpidos y se nos ríen en la cara, también actúan como lo haría un psicópata: desmereciendo el daño y el dolor de quienes dependían de sus decisiones. Ella nunca explicó cómo fue que vacunaron a sus padres justo el mismo día que se abría la inoculación. Sólo horas antes de que el periodista Horacio Verbitsky confesara alegremente por radio que había recibido su dosis vip en un despacho del Ministerio de Salud.
Era el tiempo en que las vacunas escaseaban cuando se conoció que ser amigo del ministro podía significar adelantarse en la fila. La lista de los vacunados vip tenía funcionarios, parientes y amigos del poder. Se organizaban turnos en el propio ministerio y en el Hospital Posadas donde llegaban las combis de privilegiados.
El poder era para ellos ni más ni menos que eso: privilegio. Y en ese tiempo el privilegio era vivir. Porque obtener la vacuna a tiempo era la diferencia entre la vida y la muerte. Por eso, respetar la igualdad de acceso y la prioridad por edades tenía la connotación moral más alta, la que se condice con las catástrofes o con las guerras. Primero los más vulnerables. No, primero los amigos.
Hubo quienes murieron sin llegar a tener una vacuna a tiempo porque las dosis demoraban su llegada. No se sabrá sus nombres y no serán contabilizados, pero perdieron la carrera contra el contagio mientras otros se robaban las vacunas.
Un gobierno que tuvo desde el inicio la impunidad como objetivo, la hizo escalar en las dimensiones más miserables durante la pandemia. La inmoral falta de arrepentimiento de Ginés Gonzáles García se escuda en que las personas que accedieron a las vacunas del escándalo tenían la edad para hacerlo, como si no hubiera sido una de las garantías de igualdad anotarse como un hijo de vecino en el sistema para obtener un lugar sin ventajas ni amiguismos.
Pero para encontrar arrepentidos en este Gobierno hay que ir a la Justicia y a las causas por corrupción. Del vacunatorio vip no se arrepintió nadie. Del vacunatorio vip, por el contrario, se mandaron la parte. Lo hizo Carlos Zannini, el procurador general de la Nación, el ideólogo jurídico de Cristina Fernández, que se hizo vacunar como personal de salud, cuando nadie lo conoce precisamente como enfermero y, ya entonces, no tuvo empacho en decir que no se arrepentía. Aunque en realidad sí, se arrepentía de no haberse sacado una foto. Provocador, descarado e impune, fue el mismo que le dijo a Horacio Verbitsky que no tenía por qué sentir culpa de la vacuna vip porque era alguien que debía ser protegido por la sociedad.
¿Los otros no lo merecían? Ellos que se rasgan las vestiduras hablando de igualdad, son más iguales que otros. Se sienten por encima de la ley y se ponen antes en la fila de los vivos. El poder los hace una casta con pulserita para el sector Vip, donde se creen intocables hasta por la Constitución. Son los vivos de siempre.
Total, los muertos son de la derecha. Esas piedras que molestan en la plaza. Esos duelos negados para los que no tienen corazón. Como sí tienen estómago para fiestas en la Quinta de Olivos. De esas cuyos tickets para zafar se pagan en la Justicia, como si el perdón tuviera un precio. Ginés está de regreso y se burla de todos nosotros con la pulserita vip de la impunidad.
La pandemia tensó los límites de lo legal por la emergencia. Y garantías constitucionales básicas fueron atenuadas sin que nadie rindiera cuentas por eso. Hubo abusos de poder y humillaciones que ejecutó el Estado hasta el límite insoportable de la crueldad. Solange o Abigail son nombres que referirán para siempre esa infamia.
Como si no advirtieran hasta qué punto traicionaron a los argentinos en lo más profundo de la condición humana, los funcionarios creen que pueden borrar su prontuario negro de pandemia como si nada hubiera pasado. Aún no registran o son incapaces morales para registrar hasta qué punto se rompió el contrato de la confianza, hasta qué punto se hundió un cuchillo en la espalda, hasta qué punto se pisoteó el servicio público, convirtiéndolo en una cueva de ventajas.
Creen que el olvido tapará la basura bajo la alfombra, como pasa con los casos de corrupción a los que tantas veces la Justicia les hace la vista gorda y la gente los deja pasar. No registran la diferencia. No registran el sufrimiento de quienes perdieron seres queridos por Covid. No registran. No nos registran como seres humanos. No se entiende que ni siquiera lo disimulen. O es que en todo caso dejan en evidencia que sólo cuentan sus amigos. Los otros son enemigos. A los enemigos ni justicia, ni vacunas.
O simplemente no pueden arrepentirse porque retienen el botín de sus prebendas. Y eso merece premios y agasajos. En la Argentina de valores invertidos que proponen, no debería extrañar un día de estos, que premien a Boudou por honesto, al Presidente por su guerra contra la inflación y a José López por decente. Y no se pierdan ya que estamos, de dar la máxima cucarda a Cristina por sus causas por corrupción.
La señora, como Ginés, también dice que no tiene nada de qué arrepentirse mientras nadie entiende cómo el monotributista Lázaro Báez compró el equivalente a 20 ciudades de Buenos Aires durante los 12 años de gobierno K. Será corrupción o Justicia. Arrepentimiento, no se consigue.