Por Carlos Fara (*)
¿Milei es peor que Bullrich? ¿Y que Massa? ¿Javier es preferible a Sergio? Como dijimos hace mucho tiempo, esta instancia iba a terminar siendo la elección del menos malo, como ocurre muy frecuentemente en la política contemporánea a nivel mundial. Biden mejor que Trump. Macron mejor que Le Pen. Lula mejor que Bolsonaro. Boric mejor que Kast. Algo así como el club de los votantes con la nariz tapada. Entonces, si el negocio es ser el menos malo, lo importante es a) no cometer errores, y b) si se puede, cometer alguna audacia.
Mientras el debate se da en el plano de lo político o sobre el tema central –la salida de la crisis económica- la campaña del león no tiene mucho problema, porque 1) la expectativa supera el plano de lo racional y concreto, y 2) lo político le resbala a la mayor parte de un electorado desideologizado. Pero cuando él o alguno de sus voceros mete el dedo en la llaga del llamado “debate valórico” –ruptura con el Vaticano, motivos para no reconocer la paternidad- ahí entra en zona de riesgo porque pasa al plano de lo muy sensible, sobre todo para su público popular. En ese sentido, esta última semana de campaña fue riesgosa en materia de desatinos, ya que la audiencia de las campañas llega a su máximo nivel, ya sea por lo estrictamente periodístico, por los spots, o por las mesas de Mirtha. Tampoco el libertario se hizo un favor al proponer la privatización de los trenes, un mal recuerdo para la mayoría que cuestiona esas cosas de la etapa Menem.
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Su último spot tiene dos características a resaltar: 1) se centra en golpear exclusivamente al kirchnerismo, olvidando a Juntos, y 2) tiene formato de mensaje presidencial desde lo escenográfico hasta el cierre, como quien quiere abandonar al personaje disruptivo e informal, sabiendo que se viene otra etapa. ¿Acaso lo hace pensando que piensa que puede liquidar el pleito este mismo domingo?
Sergio Tomas Copperfield trató de transmitir algo semejante, jugando a fondo con el spot “Tenemos presidente” y con otro en donde son un par de jóvenes que dicen lo que él piensa (peleando ese target con el libertario), como si necesitara que otros generaran una credibilidad que asume limitada.
Su segunda herramienta de la semana fue el virtual feriado cambiario para que la última imagen en la retina de los votantes sea la explosión del dólar blue. Pero el plato fuerte ha sido la apuesta al miedo con un supuesto tarifario de servicios públicos mostrando que él protege a los trabajadores frente al “ajuste salvaje” de Bullrich y Milei.
¿Le sirve este combo? Nadie podrá decir de él que es un “dormido”, que le falta iniciativa. Con audacia infinita quiere solidificar la sensación de que él “es capaz de cualquier cosa”, incluso aquello que muchos no creen que haga porque lo sospechan de gatopardista: ¿este que mete miedo al ajuste de los opositores será al final el gran ajustador? ¿Este que no habla de Cristina luego “la meterá presa”? La mayoría no lo cree, pero por algo lo apodamos Copperfield: es un maestro del ilusionismo. Jamás hay que subestimarlo. No lo han afectado ni Chocolate, ni Insaurralde. Queda la duda sobre si a esta altura realmente lo golpea la corrida del dólar e inflacionaria de las últimas dos semanas.
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Patricia Reina ha mejorado su desempeño a partir del segundo debate, más decidida a atacar a los flancos adversarios, de a ratos asociándolos. Es positivo que finalmente haya convocado al pelado como jefe de gabinete, aunque quizá sea tarde. ¿No lo hizo antes porque creía que no era necesario sumarlo? ¿Porque temía que le robara protagonismo? ¿O porque –como se dijo desde esa campaña- lo importante era hacerlo al final cuando la gente decide su voto?
Respecto a este último punto es importante detenerse para desarmar mitos. En primer lugar, “la gente” no existe, existen segmentos del electorado que procesan los hechos con subjetividades diferentes. En segundo lugar, como dice el filósofo contemporáneo Ignacio Zuleta, la gran mayoría tiene decidido su voto de antemano, más allá de lo que digan las encuestas sobre el nivel de indecisos, de modo que los golpes de efecto del final son relativos. En tercer término, una campaña necesita construir un increscendo positivo que no resuelve un solo hecho, sino una conjunción de factores que logran instalar el clima adecuado para una candidatura. En definitiva, mejor tarde que nunca (pero ojo que a veces nunca puede ser mejor que tarde).
Mientras Milei y Bullrich comentan las ocurrencias de Massa, hay un personaje que con el pasar de los días está convirtiendo una sensación positiva en intención de voto. Se llama Schiaretti y muchos no sabían que existía. Sus electores no son K, ergo no los estaría perdiendo el ministro-candidato. ¿Puede subir a 7% u 8%? Puede. Si lo logra, muchos de Juntos deberán revisar si no había otra manera de resolver su inclusión a la coalición.
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Una última pregunta que nos hace mucho el periodismo antes de que aparezca la veda: ¿por qué Massa, con esta crisis económica, sigue siendo competitivo? Mi respuesta: primero definamos “competitivo”. Me dicen: que pese a todo pueda entrar al balotaje.
Cuando un ciudadano llega a la mesa de votación, opta entre alternativas. De modo que, si el ministro parece horrible, pero le tiene más miedo a Milei, la respuesta es sencilla. De vuelta: “el menos malo”, “preferible malo conocido que loco por conocer”, “fulano es de terror, pero a mengana le falta fuerza”, etc. En los juegos proyectivos sobre candidatos, entre el tigre y la rata, la mayoría opta obviamente por el felino, pero ¿entre el burro y la rata? A regañadientes se elige al burro.
Dicho esto, no importa tanto quién gane este domingo, si habrá o no balotaje, o si Milei será o no presidente. Lo que se debe tomar conciencia es que probablemente habremos entrado a otro ciclo en la historia argentina. El agujero de ozono ya se produjo en la atmósfera de la política. Ahora habrá que usar protector solar todo el tiempo.
(*) Consultor político y titular de Carlos Fara & Asociados