Se impone el respeto que corresponde a toda muerte, pero los reconocimientos obviamente no suspenden la verdad. Hebe de Bonafini encarnó como nadie la furia divisiva del kirchnerismo. Pocas figuras lo representaron en forma más estridente y eso también resuena en estas horas posteriores a su fallecimiento.
Fue la propia titular de Madres, quien contradijo su propio legado de derechos humanos tensándolo hasta el extremo. Un episodio concreto, es notoriamente esclarecedor. ¿Cómo había pasado Hebe de Bonafini de agradecerle a Magdalena Ruiz Guiñazú por ser la primera mujer periodista en elevar la voz por las madres durante la dictadura a enjuiciarla simbólicamente en una plaza pública junto a otro ocho periodistas acusándola de ser cómplice de esa misma dictadura?
Hay una entrevista que guarda esa evidencia y en la que la propia Bonafini protegía el rol de las madres de cualquier vínculo ideológico.
“Somos Madres”, y “no defendemos ninguna ideología”, fue el escudo tras el cual la propia Hebe se cuidaba de mancillar el valor de su gesta por los derechos humanos con la contaminación facciosa. En esa misma nota le concedería a Magdalena “ser la primera que había hablado de las Madres por la radio” y le prometía que nunca lo iba a olvidar.
Pero Hebe lo olvidó. Olvidó a tal punto ese hito propio y de la intachable periodista, que llegó a acusarla de ser agente de Martínez de Hoz. Magdalena en su ecuanimidad y en la defensa de su honor llegó a llevar el asunto incluso ante la OEA en tiempos del kirchnerismo, pero según nos decía su propio hijo en esta radio, nunca dejó de dolerle tamaña falsificación e injusticia.
La distancia entre Hebe y su legado de derechos humanos sólo iba a acrecentarse con su inexplicable defensa a dictadores como Fidel Castro, Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
El uso de los derechos humanos con fines partidarios fue desde el día uno la estrategia de Néstor Kirchner para cooptar a sectores progresistas, construyendo una épica de la que él mismo no tenía registro en su historia política y personal. En el caso de Hebe de Bonafini, su vinculación con el kirchnerismo la llevó a protagonizar el escándalo por corrupción por el manejo de fondos millonarios para construir viviendas en el proyecto Sueños Compartidos que con su pretencioso nombre la vio ligada a un oscuro personaje como Sergio Shocklender, quien cumplió sentencia por parricida.
Pero ese fue sólo uno de los límites que cruzaría en su radicalización: se alegró por la caída de las Torres Gemelas, llamó traidora a Estela de Carlotto, cerdo a Juan Pablo Segundo, retorcida a Graciela Fernández Meijide, puta a Susana Giménez, hijos de puta a los bolivianos, reverendo hijo de puta a Macri y asesino al gobierno de Cambiemos. La interminable lista de insultos no es tan compleja como sus permanentes manifiestos antidemocráticos que en definitiva expresan cabalmente la naturaleza autoritaria del kirchnerismo. Fue contra la Corte, contra el presidente Macri y contra el presidente Fernández en sus roles institucionales. Las fotos con el general Milani cuando era investigado por una supuesta violación de derechos humanos en la dictadura fueron un mojón de su escalada a los extremos.
Esa tensión entre su rol en defensa de los desaparecidos durante la dictadura y su parábola fanática al kirchnerismo también ocupa estas horas donde la selección de fútbol no aceptó llevar el crespón negro por su muerte mientras el Gobierno declaró tres días de duelo nacional.
La política entendida como confrontación y construcción del enemigo, tan ajena a la convivencia democrática y el respeto a la libertad del otro, yacen entre las primeras rajaduras de la grieta. “Basta de ser democráticos para ser buenitos” había reclamado Hebe de Bonafini. En su figura más crispada es donde elige recortarse la propia Cristina Kirchner que recientemente no duda en acusar a la oposición de haber intentado asesinarla, aunque para afirmarlo deba forzar las pruebas, como si no contaran la verdad ni la justicia.
Con el deber de ser veraces es imposible ignorar las contradicciones profundas de un personaje ineludible para explicar la furia divisiva del kirchnerismo. La muerte de Hebe de Bonafini ocurre en su fase más decadente donde también la bandera por los derechos humanos que dijeron enarbolar aparece como otro hito de su oportunismo.
Si la historia permitiera elegir la cifra de una vida, es sin dudas mejor quedarse sólo con aquellos días de ronda en la pirámide de Mayo, en que la legítima autoridad de esas mujeres, incluida Hebe, venía del coraje y la categoría incuestionable de ser madres.