La muerte de Hebe de Bonafini pone sobre el tablero el fracaso de los consensos que se habían encontrado para analizar lo que sucedió durante la dictadura. Bonafini había mostrado valentía durante la dictadura y había logrado que se la respetara por eso en amplios sectores de la sociedad, pese a diferencias políticas que se podían tener.
Graciela Fernández Meijide, por su parte, también había pasado por el inenarrable dolor de la pérdida de un hijo y se convirtió en una inteligente y tenaz defensora de derechos humanos. Mientras Graciela era una militante tolerante y convencida de la necesidad de fortalecer la democracia, Hebe mostraba, muchas veces, señales de intolerancia y poco apego al diálogo democrático. Sin embargo, pese a ese estilo, concitaba respeto por su lucha durante la dictadura.
Ser víctima de una dictadura es algo que despierta solidaridad por la desgracia sufrida, pero no debe, bajo ningún concepto, otorgar a la víctima una carta blanca que justifique actos o dichos violentos contra el que piensa distinto. Ese fue el proceso de Bonafini en democracia. Bonafini era una persona que despreciaba reciamente al que pensaba distinto.
Recuerdo, con horror, sus declaraciones respecto al atentado brutal contra las Torres Gemelas, en New York. “Por primera vez le pasaron la boleta a Estados Unidos. Yo estaba con mi hija en Cuba y me alegré mucho cuando escuché la noticia. No voy a ser hipócrita con este tema: no me dolió para nada el atentado”, dijo Hebe entre varias barbaridades. Recuerdo mi profundo estupor ante esas declaraciones. Los asesinatos políticos son siempre una maldición llevada a cabo por fanáticos.
¿Puede una defensora de derechos humanos condenar, por un lado, la violencia de cierto grupo y, por otro lado, defender los crímenes cuando los autores son personas con pensamientos afines a los de ella? Definitivamente no. Toda muerte por ideología o religión merece el mismo castigo y el mismo dolor por los muertes.
Los que se encontraban y murieron en manos de terroristas en las Torres Gemelas eran personas cuya vida se interrumpió por obra de asesinos. Muchas familias quedaron destrozadas. Eso a Bonafini no le importó. Por el contrario, hizo un comentario que podría fácilmente emparentarse con el de un represor argentino durante la dictadura. No se puede defender derechos humanos cuando se carece de humanismo o cuando se cree que algunos asesinatos están mal y que otros deben celebrarse.
En otra ocasión Hebe de Bonafini amenazó con entrar a Tribunales por la fuerza si la Corte no convalidaba la Ley de Medios del kirchnerismo mostrando así un profundo desprecio por la institucionalidad y la división de poderes. Era la época en la que ya funcionaba como fuerza de choque del kirchnerismo, y cuando comenzó a poner de manifiesto que algunos miembros de organismos de “derechos humanos” no trabajaban desde la necesaria neutralidad, sino que se habían convertido en apéndices de una fuerza política. Ahí empezó a verse con nitidez cómo se estaba arruinando el recuerdo de personas que habían luchado contra la dictadura, pero que dejaban clara su defección moral en democracia.
Ante la muerte de Alfonsín, Hebe expresó “el más grande repudio para todos los hipócritas que lo fueron aplaudir». De esta manera se refería a quienes fueron al velatorio del ex presidente democrático que había enjuiciado a represores y terroristas.
Durante el conflicto del campo por la resolución 125, la Mesa de Enlace organizó una marcha. Bonafini se expresó de este modo: “CFK tiene mucha democracia y tolerancia, porque otro gobierno los hubiera desalojado a palos y a gases como se merecían”. Pedía represión para los que pensaban distinto. De igual manera pensaban y piensan los dictadores.
Cuando se planteó el uso de las pistolas Taser, Bonafini manifestó su rotunda oposición diciendo: “Quiero que las prueben con la hija de Macri, los hijos de la Vidal y los hijos, nietos y parientes de la Bullrich”.
¿Se puede defender derechos humanos odiando al que piensa distinto? Definitivamente, no. Los derechos humanos son universales. Se deben defender los derechos humanos de todas las personas. No se puede defender los derechos humanos de unos e incitar a que se violen los derechos humanos de los que no son de nuestro agrado. Es una cuestión que merece un profundo cuestionamiento cívico. Es, además, un enorme problema ético.
La captación que hizo el kirchnerismo de algunos personajes que habían tenido prestigio en los años ‘80 fue total. El odio de Bonafini a los opositores al kirchnerismo fue feroz. De esa captación nació el disparate llamado Sueños Compartidos. El Estado les otorgaba dinero a Bonafini y a su organización para construir casas. Típico disparate del kirchnerismo que elegía a gente como Hebe o como Milagro Sala para darles dinero público para que hicieran obra pública. Bonafini, a su vez se asoció con Sergio Schoklender y ambos recibieron cuantiosas cantidades de dinero.
Por supuesto, hubo un desfalco y todo resultó en un fracaso. La muerte de Bonafini llegó cuando estaba cerca el juicio por ese episodio bochornoso que fue un símbolo de la impunidad con la que se manejaba el kirchnerismo con sus aliados incondicionales. La degradación de la política llevada al máximo nivel.
La devastación argentina tiene que ver con estos episodios. Hay gente que destrozó su propio prestigio y, de esa manera, el prestigio de una buena parte de la historia democrática. La pérdida de liderazgos humanistas y ejemplares es acorde a la decadencia argentina.