Por Horacio Minotti (*)
Después de la caída en las elecciones generales del 22 de octubre pasado, y la decisión de la candidata de Juntos de por el Cambio, Patricia Bullrich, de acompañar la postulación de Javier Milei como única alternativa de renovación política, de cara al próximo ballotage, muchas voces del mismo espacio, se proclamaron “neutrales”.
Algunos, los más honestos, de los que piensan no votar por ninguno de ambos contendientes electorales, argumentan que procederán de esa forma, para que ninguno de ellos tenga una sólida legitimidad popular y su gestión se vea condicionada.
Pues bien, allí existe un error conceptual extraordinario. En un país presidencialista, en el cual el titular del Ejecutivo pertenece a un partido de poder, y que a lo largo de su carrera ha demostrado vocación de construcción de ese poder sin ningún tipo de límite, incluso de ser sincera, esa estrategia es inconducente.
Lo ha mostrado nada menos que Néstor Kirchner. Pocos presidentes han accedido a la primera magistratura con menos legitimidad. Arribó al ballotage en la elección más atomizada de la historia, en segundo lugar y con apenas el 22% de los votos y él, sus herederos y el sistema político que fundó, permanecieron 20 años y podrían hacerlo otros 20 mas.
El verdadero peligro no es Milei sino la mafia peronista que destruyó la Argentina
Como todo caudillo de extracción peronista, en cuanto asumió el poder y contó con la caja estatal, domó a los gobernadores dependientes de la coparticipación, con ellos, a los legisladores nacionales por las provincias gobernadas por el justicialismo, repartió cargos y prebendas a los legisladores justicialistas que por entonces respondían a Eduardo Duhalde, peronistas al fin, cerró acuerdos con la CGT, tomó el control de los planes sociales, y, por fin, mandó a bajar un cuadro y creó una narrativa. Resultado, 20 años en el poder.
Lo importante para estos espacios es llegar; la construcción de poder y legitimidad es cuestión de tres o cuatro maniobras que ya están en el manual del buen peronista. En el caso del candidato Sergio Massa, incluso, la situación es bastante mejor que aquella que enfrentó Kirchner.
Para empezar, en primera vuelta obtuvo más del 36% de los sufragios, bastante más que el 22% de Néstor. Además, ya está instalado en el poder. Forma parte de este gobierno desde el principio y de un año a esta parte, es el presidente en funciones desde el Palacio de Hacienda, con un Alberto Fernández valiéndose de una suerte de previaje sui generis, a todo lujo y con “la nuestra”. Por ende, ni siquiera deberá construir poder, solo continuar con él, con la certeza de tener al menos, 8 años por delante.
Estas explicaciones no son, claro, para los dirigentes que acordaron y se avergüenzan de ello escondiéndose detrás de la “neutralidad”. Los hay y a rabiar. A la sazón, como se ha dicho, los peronistas saben comprar voluntades y Massa ya tiene el Estado. Y en el mercado político argentino hay ciertos sectores que hace años se mantienen en oferta en su escaparate, disponibles para cualquier transacción. Ellos saben bien de lo que hablo y no les importa, no tienen nada nuevo que ofrecerle a la Argentina, solo modestas ambiciones personales.
Pero hay un elector genuino que duda legítimamente. Uno que realmente quiere lo mejor para el país, y que enfrenta dos opciones: una que repudia y otra que lo atemoriza. Y para ese elector sí va el mensaje de estas líneas. No siempre es mejor malo conocido que bueno por conocer. Hay momentos en la historia de los países en que se llega a una encrucijada y se enfrenta la necesidad de elegir entre un camino u otro.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernó en México durante 71 años consecutivos. Fruto de sus mañas, el mini fraude y el manejo de una aceitada maquinaria de poder basada en los fondos públicos, la dependencia de un alto porcentaje de la sociedad del Estado, la adquisición de opositores, la corrupción y el temor a cambiar. Sojuzgó y empobreció a la sociedad. Y, por cierto, sus dirigentes se transformaron en una élite adinerada a costa de un pueblo marginalizado.
Hasta que perdió. Lo hizo frente a un outsider, un partido nuevo que modificó la lógica del poder. El gobierno de ese hombre que vino de los márgenes de la política, Vicente Fox, no fue brillante, aunque consiguió ser sucedido por otro dirigente del mismo nuevo partido: Felipe Calderón.
Dos períodos bastaron para transformar al PRI en un partido más, uno con posibilidades electorales, pero que puede ganar o perder, como en toda democracia que se precie. De hecho, luego de Calderón, el PRI volvió a ganar la presidencia mediante Enrique Peña Nieto, pero solo duró un período y otro partido nuevo, con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, obtuvo la primera magistratura.
Tal vez sea el momento de correr el riesgo de salir de la neutralidad que no hace más que favorecer a los mismos de siempre, esos que están ansiosos porque seas neutral, porque garantizás su continuidad. Animarse a una opción que le dé variantes un sistema cooptado por un proyecto de poder mezquino y autoritario que buscará permanecer por la eternidad. Neutral es funcional.
(*) Periodista, escritor y abogado. Miembro del equipo de campaña de Patricia Bullrich.