¿Por qué la gente se detiene para ver un accidente? ¿Por qué consume con fruición los datos escabrosos de la crónica policial? ¿Por qué sigue como una novela los desquicios en que puede derivar el despecho? ¿Por qué es furor en un país azotado por el aumento de precios apostar por dinero a cuál será el índice de inflación?
Las tragedias siempre tuvieron espectacularidad y grandes pensadores incluso le encontraron un sentido a esa atracción fatal. En la Edad Media las decapitaciones eran verdaderos espectáculos públicos. Como la hoguera de la Inquisición. O la guillotina en la Revolución Francesa. Esa espectacularidad era indudablemente funcional también para transmitir el miedo y establecer en él el mejor control social. Que vieran todos lo que les podía pasar.
La dura carta de Macri contra el Gobierno: «Nunca quisieron bajar la inflación»
En la Antigua Grecia, en los albores de la polis, Aristóteles encontraba en la puesta en escena de las tragedias una fuente de aprendizaje para la ciudadanía. Consideraba que al atestiguar el drama humano en el teatro, que era una institución que servía a la democracia, mediante el temor y la piedad que provocaban las historias, se lograba una catarsis o purificación de las emociones para una sociedad más madura y reflexiva. Luego, Sigmund Freud iba a aplicar la catarsis a la liberación de experiencias traumáticas mediante el método hipnótico y psicoanalítico.
Pero para que lo trágico alcance un nivel de masividad debe contar con algo que lo haga universal y común a muchos o a casi todos: que la desgracia que se representa tenga un amplio alcance, esa universalidad que no deja casi a nadie fuera del tema de interés. O porque cualquiera podría ser la víctima de algo parecido, o porque todos compartimos alguna de las características de lo que se cuenta, y por tanto nos identifica y nos involucra.
Por eso paramos a ver el accidente, por eso nos aterramos ante los morbosos detalles de un crimen, o por eso, en una vertiente mucho más tragicómica, podemos ser muchos los que eventualmente estemos en condiciones de arriesgar un cálculo de a cuánto se dispara la inflación de mayo.
La inflación es nuestra tragedia económica icónica: es la picadora de carne de los ingresos, la fábrica de pobres, el impuesto más perverso de los que lo usan y esconden la mano, la causa del stress y la angustia en la supervivencia, y su advenimiento en estos meses al campo de las apuestas la lleva al paradójico escenario en el que alguien juega para hacer algo de fortuna con la miseria.
La popular casa de apuestas online legales que la pone entre sus opciones lo formula así: “¿Cuál será la inflación informada por el INDEC para el período Mayo 2023?”. Hoy la serie de apuestas muestra un piso de 8,4% y un techo de 9,8%. Como figura entre las opciones “agregar otro valor”, el rango de posibilidades va siendo ajustado por la expectativa que le asignan los apostadores. Si hay un estímulo para no deformar la expectativa, ese es el interés de acertar y ganar y, por lo tanto, la plataforma se convierte inesperadamente en un muestrario de lo que a ojo se espera realmente de la suba de precios.
Es curioso porque la opción que menos paga, ofreciendo dos veces lo jugado, es decir la que más apuestas tiene, es la que ubica al temido índice en 9,1%, 9,2% o 9,3% para el mes de mayo. Y, tristemente, la que mejor paga quintuplicando el monto invertido es la que marca entre 8,4 y 8,6% de inflación. O sea que la mayoría de los jugadores cree que la suba de precios será mayor a ese porcentaje que ya es altísimo. Si ingresaran un valor menor ganarían aún más, pero al parecer casi nadie se juega a que la inflación sea menor.
Hoy la apuesta a la inflación, que figura como “Economía-Indec” estaba entre los “Destacados” del día en el puesto número 9 por encima de la Liga Española y de la Serie A de Italia, siendo los top la liga local de fútbol, la próxima temporada de Messi, la final de la NBA o el Abierto de tenis de Roland Garros.
Sí: la inflación entre los grandes deportes nacionales e internacionales, en este país donde tenemos el peor indicador de la región y casi del mundo, y donde la miseria es tan extendida e impregna de tal manera las cañerías de la vida diaria y los meandros de la mala sangre, que el entrenamiento tortuoso de hacer valer el mango ofrece el mejor escenario para jugárselo en la quiniela y tentar a la fortuna con el próximo índice de nuestra malaria.