Por Manuel Zunino (*)
Una combinación de factores estructurales y coyunturales moldearon la relación de la sociedad con la política en la última década. En lo estructural, los cambios en la forma de producir, el avance tecnológico y la precarización del empleo generaron nuevas subjetividades y un modo de vida cargado de incertidumbre. En lo coyuntural, la crisis económica persistente, la pérdida de poder adquisitivo y la dificultad de los gobiernos para ofrecer respuestas deterioraron la confianza en la dirigencia.
La Argentina es pendular. El liderazgo se construye en contraste con el anterior y la debilidad de un mandatario suele definir el atributo central del siguiente. Alberto Fernández fue visto como un presidente “tibio” y con dificultades para tomar decisiones. Javier Milei, en contraste, es confrontativo, decidido, con una narrativa de ruptura total. Esa necesidad de diferenciación es lo que le da sentido a su estilo.
Por otra parte, cada gobierno sostiene su relato como respuesta a una demanda social no resuelta por su antecesor. La narrativa libertaria se focaliza en la «casta» privilegiada, atribuye la crisis al tamaño del Estado y la inflación, y propone ajuste del gasto y estabilidad macroeconómica como solución.
Coyunturalmente, cierto orden puede jugar a favor del Gobierno, pero las demandas no se detienen: los niveles salariales y el empleo crecen en las preocupaciones sociales desde hace un año. El deseo está puesto en vivir bien, aunque ese concepto siempre es una construcción dinámica y las sociedades pueden aceptar esfuerzos creyendo que llegarán las recompensas.
El juego de los oficialismos entonces es administrar esas expectativas dentro de los que lo apoyan y del otro lado, de los ciudadanos opositores, administrar su ira, su malestar, darle motivos y espacios para canalizarla, para que no estalle y desborde.
Desde hace algunos meses la novedad es la siguiente: es más intenso el anti-mileismo que el mileísmo. La euforia de quienes hace un año decían (en focus groups), que saldrían a la calle por Milei, que lo amaban o que era un genio, se suavizó, mientras que el resto de la sociedad acumula bronca y siente que el discurso oficialista no coincide con su realidad cotidiana.
Mientras tanto, el peronismo continúa en un proceso de reconfiguración que no parece ordenarse. La disputa por el liderazgo retrasa la discusión sobre el contenido. Sin agenda clara, está más en una posición reactiva frente a la agenda de Milei que en una fase activa. No está intentando conectar con los jóvenes ni con el trabajador informal, y en un tema central como la seguridad, que preocupa más a sectores populares y mayores de 60 años, cedió espacios. Es decir, tiene una debilidad en su relato en las tres franjas etarias y en los sectores populares. Pero para que emerjan nuevos liderazgos (o candidatos potentes), primero tiene que definir qué le quiere proponer a la sociedad y lograr poner en palabras las vivencias de los que hoy están enojados con el gobierno.
Por su parte, el principal desafío lo tiene Milei: si logra consolidar su liderazgo dentro del espacio antiperonista, puede asegurarse un piso electoral importante. Todavía tiene un obstáculo que se llama Mauricio Macri, aunque con menor capital electoral conserva capacidad de reacción y de daño.
Se empieza a respirar clima electoral y en los tres grandes espacios hay tensiones internas: en la alianza oficialista entre La Libertad Avanza y el PRO, en el peronismo con una disputa que sus propios votantes no terminan de entender, y en el radicalismo un sector quiere recuperar autonomía y otro coquetea con el Gobierno.
Entre tantas tensiones y en medio de una inestabilidad estructural, cualquier movimiento en falso, mezquindad personal o acontecimiento imprevisto puede reconfigurar todo en un sentido inesperado…
(*) Sociólogo y director asociado de Proyección Consultores