Por Horacio Minotti (*)
La periodista Luciana Geuna le pregunta al candidato presidencial Javier Milei: “¿Usted cree en la democracia?”. Pese a la simplicidad de la potencial respuesta, el postulante contraatacó con una pregunta: “¿Usted conoce el teorema de Arrow?”. Geuna insistió, varias veces lo hizo, y no encontró una respuesta.
Decir que no se cree en la democracia no es para cualquiera. Incluso su candidata a vicepresidenta Victoria Villarruel afirmaría su convicción democrática, aunque tuviese que fingirla. No dar una respuesta directa y contundente es, en definitiva, una respuesta indirecta pero también contundente.
Milei aseguró que los desaparecidos «no son 30.000» y que en los ‘70 “hubo una guerra”
Kenneth Arrow fue un Premio Nobel de Economía que elaboró una teoría que concluye que es imposible diseñar un sistema de votación que defina que todos los individuos se sientan representados por el resultado de la elección y, por ende, entiende que toda elección es injusta. Más o menos así podría describirse su tesis, en la simplificación que requiere un artículo periodístico para no ser tan aburrido.
Lo cierto es que Arrow llega por la vía del razonamiento economicista a las mismas conclusiones que muchos cientistas sociales: la democracia no es perfecta y está en crisis, habida cuenta que uno de sus componentes, la representación política, defecciona. Nadie se siente representado por nadie. Un diputado nacional, que en la tesis democrática representaría a unas 100.000 personas, jamás podría hacerlo eficientemente, porque dichos 100.000 tendrían opiniones contrapuestas sobre los diversos temas y el representante solo podría tomar una decisión en cada caso.
Claramente el sistema de democracia representativa es una ficción y es imperfecto. Sin embargo, la complejidad y volumen de las sociedades modernas hacen que la democracia directa a la ateniense sea inaplicable. Ningún país puede gobernarse mediante gigantescas asambleas populares de millones de personas que, por lógica, terminarían en enormes bataholas y ninguna decisión.
Milei le canceló una entrevista a CNN en Español y el canal se preguntó: «¿Dónde lo guardan?»
De modo que los seres humanos, para organizarse en sociedad, han tenido que optar por sistemas imperfectos: una deficiente democracia representativa con sus diversas variantes (presidencialista, parlamentaria) o una autocracia donde solo cuenta la opinión del autócrata y sus laderos. Por ahora, a nadie se le ocurrió otra alternativa.
Entonces, “¿usted cree en la democracia?” es una pregunta simple que requiere una respuesta simple. El problema es que Milei no cree en ella y lo demuestra a diario con hechos.
Democracia y libertad de prensa son, en realidad, sinónimos. Tan sustancial es la existencia de esta libertad que es la única a la que la Constitución Nacional le ofreció una doble protección. La incluyó entre los derechos y garantías del artículo 14, pero lo reforzó con el artículo 32, impidiendo que el Congreso dicte leyes que la restrinjan o impongan sobre ella la jurisdicción federal. Asimismo, la libertad de prensa forma parte de todos los tratados internacionales de Derechos Humanos que son parte integrante del cuerpo constitucional.
Esa múltiple tutela indica que se trata de un derecho inalienable de la democracia republicana y que su menoscabo implica un ataque directo al sistema que nos hemos dado como modo de regir nuestra vida en sociedad.
Milei contra los medios: «Me viven provocando y no muestran las agresiones que recibo»
Sin embargo, el candidato presidencial la aborrece. Uno de sus trolls en la red social Twitter, que se hace llamar Jhon Doe, postula que “además de sacarles la pauta, hay que intervenirlos y auditarlos”. Se refiere a los medios de comunicación, claro, y básicamente a aquellos que no dicen exactamente lo que su candidato quiere escuchar. El economista Carlos Rodríguez, exviceministro del área de Carlos Menem y actual ideólogo de Milei, explica: “A mí no me fue nada bien en CNN con O´Donnell y Tenembaum, muy malos periodistas. No recomiendo entrevistas en ese canal progre y sesgado”.
Uno más violento, escondido en su anonimato, otro sugiriendo, ambos atentando contra la libertad de prensa, entendiendo que solo debe respondérseles a los medios que piensan como ellos, proclamando que a un periodista no se le debe responder por “progre”.
El propio candidato toma a un periodista del brazo en el pasillo de un canal y le indica que, de ser electo, no volverá a conseguir trabajo. El mismo postulante en una conferencia de prensa, grita e insulta a una periodista porque su pregunta lo incomodó.
Milei y sus seguidores odian a los medios de comunicación, buscan minimizarlos y terminar con ellos, al menos con los que no digan exactamente lo que quieren escuchar. Es la lógica de quienes tienen mucho que ocultar. Los medios, sus periodistas, preguntan, investigan, opinan, despiertan inquietudes en su público.
La Libertad Avanza, pero la libertad de expresión y de prensa, retroceden. Milei exige que una periodista no esté en el pase con su colega para otorgar una entrevista a ese medio, busca condicionar los invitados a un programa, enfurece cuando las señales de noticias invitan candidatos que no son él mismo.
Todo esto ocurre siendo apenas un candidato que tan solo ganó una primaria. Con poder real, la exigencia de que los medios despidan a tal o cual periodista está al caer, es casi una derivación obvia. La libertad de prensa no está en la agenda de Milei, porque es un principio básico que se contrapone con su autoritarismo.
“¿Usted cree en la democracia?”, insiste Geuna por quinta vez. No, Luciana, no cree. El teorema de Arrow es una excusa lábil para buscarle un sustento a su vocación autoritaria. Está en nosotros ver si despreocupadamente le damos un voto a una persona que cuando maltrata periodistas deja claro que la libertad de prensa no está entre sus prioridades y que, obviamente, no piensa respetar la Constitución porque las únicas normas aceptables para él son las emanadas de su desprolija e intrincada cabeza, las que le sugiere su violencia interna desatada, motosierra en mano, con dientes apretados y ojos inyectados en sangre. Después, no lloremos.
(*) Periodista, escritor y abogado