Por Horacio Minotti (*)
No es nuevo, pero sí se ha generalizado e intensificado. Candidatos, figuras públicas, dirigentes deportivos, y jugadores de Monopoly, contratan “granjas de trolls” para aplaudir sus iniciativas, hostigar a sus enemigos y modificar su “posición relativa” en determinado escenario (particularmente, en este caso, en el electoral).
Esto es producto y a la vez origen (el huevo y la gallina) de una serie de fenómenos que, aislados del contexto, parecerían ridículos; a saber: primero, hay tipos que tienen en su poder, mediante el uso de la tecnología, cientos o miles de cuentas en redes sociales de personas que no existen; segundo, Francia; y tercero, hay candidatos-figuras públicas que ridículamente consumen los servicios de estos fantoches.
Así se consiguen cosas tales como seguidores. La gente se siente más importante, más afamada y más querida, cuando tiene más seguidores. “Que me dice usted, que solo tiene 5.000 seguidores, justo a mí, que poseo 8.200”, es una frase que puede escucharse tanto en una discusión entre faranduleros como de aspirantes a diputados nacionales, por igual.
Todo ello, sin considerar que, de esa cantidad, muchos son de origen húngaro, holandés o coreano, otros detentan nombres de fantasía evidentes, y algunos pocos tal vez sean auténticos.
El cliente de la granja, se siente halagado. Muchos celebran sus ocurrencias, ensalzan su buen gusto al vestir, su flequillo o incluso su belleza. Al igual que los oradores que tienen audiencias rentadas, los personajes que contratan trolls se enamoran de sí mismos por los elogios de aquellos a quienes contrató. Don Sigmund se haría un festival en estas épocas.
Pero el objeto de estas líneas es más bien la política y la campaña electoral. Los trolls buscan crear un clima, establecer lo que llaman “una tendencia”, fijar temas en agenda y desarticular a los adversarios, preferentemente, mediante ataques personales. Un hostigamiento masivo en redes, genera autocensura y falta de confianza en sí mismo. La gente se inhibe de determinadas propuestas o imágenes, para evitar el ataque troll.
La democracia troll es un camino complejo. El ambiente o clima de las redes sociales crea un panorama general ficticio en que se ven involucrados los que participan asiduamente del intercambio, pero no el resto del planeta. Lo cual puede llevar a dramáticas desilusiones: el candidato puede soñar que es número puesto y perder escandalosamente los comicios en la realidad, porque vive en un mundo de fantasía virtual donde todos lo aman. O, al contrario, ganar pese al odio transmitido en las redes.
La mecánica es perversa por donde se la mire, porque del debate público participan agentes que no introducen sus votos en la urna, es decir, la democracia aparece superpoblada en la etapa de debate, pero restringida a las personas reales al momento de la selección de mandatarios. Esos avatares crean una ficción que intenta conducir a crear un clima propicio para que alguien se imponga, pero los resultados de sus gestiones son incomprobables en tal aspecto, lo cual, curiosamente, no inhibe a los postulantes a contratar los servicios de los granjeros.
No parece muy recomendable para los candidatos contratar trolls: se gana bastante poco y se gasta demasiado en lo que no es otra cosa que un “curro”.
Si usted quiere ser bonito y admirado, báñese a diario, péinese antes de salir y, de ser posible, use ropa limpia. Si incluso así no obtiene elogios a su grácil figura, trate de destacarse por otras virtudes, como por ejemplo el tan postergado intelecto. Busque ideas originales y creíbles y, básicamente, que puedan apuntar a solucionarle problemas a la gente. Lea de vez en cuando, no se ha visto gente morir por eso. Intente colocar las eses al final de las palabras que señalen un conjunto de unidades, y sea honesto (actualmente hay cierta demanda en el mercado electoral de ese bien escaso).
Si pretende agredir a su adversario, no se limite, pero dé la cara, es otro valor demandado en estos tiempos. Y evite alimentar el negocio electoral de los farabutes que viven de su agobiante necesidad de ser aceptados. Nadie ganó una elección contratando trolls, más allá de cualquier mito.
(*) Periodista y abogado