El mundo está en una espiral de idiotez que parece interminable. A la cantidad extraordinaria de disparates que se vienen sosteniendo en nombre de la corrección política, hay que sumarle la noticia de la reescritura de partes de las novelas de Agatha Christie. Suprimirán párrafos que puedan considerarse discriminatorios o que tengan referencias étnicas. Incluso se cambiarán los insultos.
Se trata de una gran noticia en la prensa mundial, ya que algunas editoriales están embarcadas en la locura de adaptar obras originales para descartar cualquier alusión que pueda leerse como discriminatoria (o lo que un grupo de comisarios políticos, que se creen sensibles cuando en realidad son censores).
Occidente está pegándose un tiro en el pie con toda esta ola de corrección política, que ataca al tesoro más preciado que tiene esta parte del mundo: su cultura. Censurar previamente o revisar las palabras de un autor es lo que hacían y hacen las dictaduras.
La decadencia intelectual de personas que están a cargo de instituciones o empresas culturales hace que defiendan las mismas metodologías que usaban regímenes como el franquismo, el nazismo o el stalinismo, entre muchos otros. Se convierten en policías morales que dictaminan acerca de lo que está bien o está mal que un lector o espectador puedan consumir. La persona que cree que tiene derecho a cambiar palabras en obras como las de Agatha Christie o Roald Dahl piensa igual que los funcionarios de la censura que había en regímenes como el franquismo, en el cual cambiaban palabras de las novelas que se iban a publicar. Es el mismo concepto.
Cambiar el apodo de un personaje de “gordo” a “enorme” como se anunció que se hará con el personaje Augustus Gloop de Dahl es, ante todo, un ataque a la libertad de expresión. Se trata, además, de una infinita imbecilidad. La gente normal distingue entre lo que se dice en una obra porque cuando estamos inmersos en ella estamos en el terreno de la ficción. Mucha gente ha muerto en defensa de la libertad como para soportar que haya personas que crean que están haciendo un bien por cambiar novelas o cualquier tipo de expresión artística.
Por lo demás, es curioso cómo alguien puede llegar a pensar que se combaten males del mundo con gestos tan banales. Hace algún tiempo, un director de escena modificó el final de la ópera Carmen de Bizet. En la famosa ópera el personaje de Don José mata a Carmen en el final porque ella lo ha dejado y se ha enamorado de otro. Un director de escena llamado Leo Muscato cambió el final de la ópera y en su puesta de Carmen, la protagonista le quita el arma a Don José y lo mata. De ese modo, Muscato, y tanto otros, creen estar haciendo un fuerte statement en contra de la violencia machista. ¿A quién se le ocurre que cambiar el final de una ópera va a tener efecto sobre el asunto?
El problema de la violencia machista se combate con una justicia eficiente, no cambiando la obra de un autor, escritor, creador o compositor. Buscar todo el tiempo estar a la moda en cuestiones vinculadas a la corrección política desmerece las justas luchas que veníamos teniendo en ciertos temas. Además, coloca a los correctores en un lugar ridículo y de censura.
Al que no le guste el tema de una novela bien puede no leerla. Tan simple como eso. Los que se creen dueños de la moral colectiva deben ser siempre repudiados sin importar lo que defiendan. No es obligatorio leer la “Lolita” de Nabokov, que trata la historia de un pedófilo que secuestra y tiene relaciones sexuales con una menor. La pedofilia es un hecho espantoso y debe caer todo el peso de la justicia sobre los pedófilos. Sin embargo, Lolita es una gran obra de ficción escrita por un escritor extraordinario. No distinguir entre esas dos cosas es imperdonable.
Nadie se vuelve asesino profesional por ver John Wick. Es desalentador tener que explicar eso, al igual que siempre ha sido desalentador explicar la libertad frente a los autoritarios.
Los que nos dicen qué podemos ver o leer y que no son siempre autoritarios y siempre dirán que lo hacen por el bien de la sociedad. No hay que dejar de recordarles su autoritarismo.