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La guerra Ucrania-Rusia, y el latente peligro de un holocausto nuclear
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La guerra Ucrania-Rusia, y el latente peligro de un holocausto nuclear

Por Alfredo Casado

Si bien hoy la mirada está puesta en los acontecimientos que sacuden a Oriente Medio, hay quienes, desde su visión estratégica global, sostienen que la guerra entre Ucrania y Rusia representa un escenario desestabilizador de mayor peligro en el marco del orden mundial, por la amenaza de un hipotético conflicto nuclear capaz de arrastrar al planeta a un cataclismo propio de los temidos en los años de la Guerra Fría.

Pese a la tecnología, los misiles hipersónicos, los sistemas láser o los cohetes cruceros, la guerra en el este se desarrolla implacable en las trincheras y en las calles de los pueblos. Incluso a veces los combates a veces se producen cuerpo a cuerpo, y el número de muertos, imposible de contabilizar con certeza, es enorme.

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Los anuncios de las famosas ofensivas y contraofensivas de un bando y otro llenan las páginas de los suplementos internacionales, pero por ahora no definen un cuadro de situación claro, aunque dan indicios de cara a un futuro cercano.

Hay una cuestión central: el elemento disuasorio que Rusia pueda llegar a usar si ve desbordadas sus líneas o si Ucrania recibe, no solo las armas, sino también los permisos para asestar golpes profundos con misiles en el interior del territorio enemigo. Los frenos de EEUU para que Kiev no dispare vectores de largo alcance quedan sujetos a las decisiones del alto mando ucraniano y se sabe que los enclaves obedecen, pero a veces deciden por sí mismos y pueden desencadenar una reacción que termine involucrando de manera directa a las potencias que lo apoyan, arrastrándolos a un conflicto global.

Todo el tiempo Moscú, en palabras del propio Putin y de sus hombres de mayor confianza, hace alarde de su capacidad atómica y del despliegue de misiles nucleares tácticos en la región.

Hay gente que piensa que al hablar de armas nucleares solo se trata de sistemas intercontinentales. Existen también armas tácticas de muy corto alcance con potencia atómica: misiles, proyectiles de artillería, minas terrestres, cargas de profundidad o torpedos.

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Todo estuvo pensado para la hipótesis de un conflicto entre Occidente y Oriente, circunscripto al territorio europeo entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Entonces se estimaba que ese primer choque duraría 10 días y que, al ver cómo los tanques soviéticos perforaban las líneas alemanas y francesas, Occidente haría uso de los primeros misiles nucleares tácticos antes de que Washington y Moscú aprieten el botón de los dispositivos cargados de ojivas con un poder de fuego nuclear devastador.

El por ahora enigmático “Plan de Victoria”, que Volodímir Zelenski le va a presentar en breve tiempo al presidente norteamericano Joe Biden, inquieta a Rusia, por su parte que advierte sobre las consecuencias de un involucramiento mayor de la OTAN tanto en los teatros de operaciones actuales como en el ejercicio de una presión insoportable sobre su aliado Bielorrusia.

Pero hay otro acontecimiento de singular importancia, y es el ataque ucraniano del pasado 6 de agosto, que significó el control sobre una región en Kursk, dentro de Rusia. La incursión y estadía de tropas ucranianas en territorio enemigo supuso una gran inyección positiva a la algo alicaída moral de la fuerza de Kiev. Se trata del mayor ataque extranjero contra Rusia desde la expulsión de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Para Zelenski, la operación en Kursk significó obligar a Rusia a desviar 40.000 soldados y, de esa forma, aliviar la presión sobre el Dombas, el territorio que Moscú más apetece. Según Putin, sus ejércitos dominan los frentes, avanzan rápidamente hacia sus objetivos en el sur y muy pronto, cree el presidente ruso, recuperarán los territorios en Kursk.

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Cualesquiera sean las acciones en la zona de los combates, lo que más preocupa es el impacto internacional. Y no se trata solo de las cuestiones militares, sino también de la creación de un nuevo orden económico donde los BRICS jueguen un rol autónomo y en el que las monedas occidentales ya no sean el patrón único para las grandes transacciones.

Rusia y China se retroalimentan de un doble frente: el militar en Europa y el económico-tecnológico en el resto del mundo. Mientras Rusia atraviesa el conflicto con el desprestigio de no poder controlar el escenario, pero sin desfallecer en su esfuerzo de guerra, China se florea con su fantástica expansión global constituyendo una alternativa de cambio que EEUU busca obturar con desesperado esfuerzo.

Estos condimentos relacionados a la guerra ruso-ucraniana y a la amenaza del escenario nuclear, motivan a que algunos observadores la consideren un escalón por encima del drama del conflicto en Medio Oriente. Sería bueno recordar que durante la Guerra del Yom Kippur, en 1973, la Unión Soviética y EEUU llegaron a los puntos más altos de alerta de guerra nuclear en sus sistemas estratégicos.

El cóctel de ambos frente retrotrae el análisis a los tiempos en los que erróneamente se creyó que la caída del Muro de Berlín y el fin del comunismo eran la garantía de una paz duradera.

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Hoy coexisten otras problemáticas quizás tan o más difíciles de atravesar que aquellas posteriores a 1945. A esas dificultades hay que sumar la manipulación en la era digital, las redes sociales, las fake news y la inteligencia artificial. El maléfico uso de esos elementos puede disparar una crisis sideral aun sin que los contendientes disparen un solo proyectil atómico.

Un holocausto nuclear podría convertirse en el tiro de gracia final a la gestión política, social, diplomática y digital en las sociedades modernas. Si es que el mundo no sucumbe antes por la virulencia de la crisis ambiental. Para este último destino, solo pareciera ser cuestión de tiempo.

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