Por Alexis Chaves (*)
La Comunidad Europea se enfrenta con sectores primarios de la producción, tales como la industria pesquera y las PYMES agrícolas, las cuales se han unido para exigir la derogación de la denominada “Ley de Restauración de la Naturaleza”.
Esta legislación compele a los Estados partes a “reparar todos los ecosistemas antes del año 2050” y “reducir a la mitad el uso de plaguicidas antes del 2030”, y es esta la razón por la que es considerada por la industria como un atentado a la producción agrícola y pesquera que pone en jaque el futuro económico y la producción de los alimentos, emergiendo bajo este discurso fuertes lobbies trasnacionales.
Desde el sector rural se declama que se trata de una amenaza directa contra los campos cultivados y desde el sector pesquero se denuncia el ataque contra los caladeros de pesca, expresando que es, ni más ni menos, que un plan «que atenta contra la viabilidad del sector primario».
Este no es el primer intento de la comunidad para iniciar acciones que protejan el medio ambiente, la Comisión Europea había propuesto en el año 2022, una norma de restauración de la naturaleza, con nuevas obligaciones jurídicamente vinculantes para los países miembros, en la cual se pretendía «restaurar los humedales, ríos, bosques, pastizales, ecosistemas marinos de la Unión Europea y sus especies».
La discusión que atraviesa la política europea, y pensando ciertamente en un mundo globalizado (del cual todos somos parte interesada de una u otra manera) nos debe incitar a reflexionar sobre la urgencia de invertir en algo que es una realidad: la defensa de la biodiversidad es mucho más que un acto de conservación, se trata de poder diseñar un plan estratégico.
Lo que estamos planteando en este artículo expresamente, es una táctica inteligente para la sostenibilidad y la resiliencia económica, en donde nadie debe quedarse afuera, es decir, que los factores de poder y de vida en este planeta dependerán, en gran medida, de lograr un equilibrio sano para poder convivir entre las partes, ocasionando el menor daño posible.
Porque el equilibrio en la conservación de la biodiversidad preserva nuestra naturaleza más cercana para dejar legados productivos, constantes y sostenibles, incluyendo tanto a los sectores primarios, como a los grandes productores mundiales.
En el Parlamento Europeo se continua discutiendo con respecto al impacto económico y las autoridades han sostenido que la restauración no excluye la actividad económica sino que la acompaña, ya que todo este marco normativo es para “vivir y producir en armonía con la naturaleza”, recuperando biodiversidad incluso en las zonas en las que se desarrolla la actividad económica primaria como los bosques gestionados, las tierras agrícolas y los sectores de la pesca, cosa que ya generó las discusiones que planteamos en un principio.
Como resultado de este enriquecedor debate, se arribó a una votación ajustada en la que se impuso la aprobación de la mencionada Ley y, al día de hoy, nos encontramos ante el ejercicio por parte de los Estados de llegar a fin de año con un marco adecuado que contemple la integración de todos los sectores e intereses, pero teniendo como horizonte que el planeta debe cuidarse para el beneficio de las generaciones futuras.
Por eso la clave para la restauración del ecosistema consiste en luchar contra el cambio climático y contra la perdida de la biodiversidad sin perder de vista que, ante el aumento constante de la población, se deben reducir los riesgos de la pérdida de la seguridad alimentaria.
(*) Politólogo y analista parlamentario